Jazz
La caja sonora
La incertidumbre en torno al futuro inmediato del San Juan Evangelista y su Club de Música y Jazz ha encontrado aquí y allá respuesta, el mismo respaldo de tantos que sus actividades despiertan desde 1970. Esta verdadera institución ha gozado siempre de una nada usual unanimidad entre la crítica y los aficionados más consecuentes, los de afición irremediable y siempre en busca de ese paso más allá que venía garantizado cuando la cita era en el pequeño teatrillo dentro del recinto universitario. Particularmente, hace tiempo ya que sentí que mientras pusiera rumbo al «Johnny» seguía acudiendo a la comunidad universitaria.
No puedo quejarme de mi estreno: 1974, Paco de Lucía, guitarra solo, sin amplificación y con parte del público sentado sobre el mismo escenario. También allí, Camarón y Tomatito, cientos en la puerta sin poder acceder y los que estábamos dentro supimos que no volveríamos a ver a José Monge. Y aún nos duele y aún nos ayuda a vivir.
En mi memoria sonora, ese lugar especial en el que el público sabe que el silencio y la concentración tanto como del enardecido entusiasmo, un pequeño auditorio que suena como un contrabajo de cien años (de esa «edad» los buscan los músicos). El teatrillo ha sido durante décadas aula de un arte, el jazz, que como señaló Len Lyons, «no es una mera entidad conceptual, requiere ser experimentado». Y la experiencia fueron todos los más grandes menos los fuera de presupuesto (Miles Davis y las cantantes históricas): Dizzy Gillespie, Dexter Gordon, Art Blakey, Randy Weston, Cecil Taylor, Ornette Coleman, Paul Bley, Freddie Hubbard, Tete Montoliu, Lou Bennett... la lista completa llenaría varias páginas. Un verdadero «quien es quien» de la historia del jazz. Y década tras década, seguir ofreciendo la música que no transcurre por caminos trillados. Como las buenas editoriales o galerías de arte el San Juan cuenta con una propia «política de autor». Al escenario que pisaron las leyendas se suben hoy los buscadores de «belleza virgen» (siguiendo un título de Ornette).
Desde su fundación hasta hoy Alejandro Reyes, «presidente uno más», en su expresión, ha sido el catalizador de un hecho verdaderamente singular. A él y a sucesivas generaciones de colegiales que supieron traducir su cooperación voluntaria en recuerdos imborrables, se debe que el milagro nunca haya parado. Y también a El Corte Inglés, principal patrocinador, y en cierta medida, a las administraciones públicas que deberían percibir sin timidez qué representa el San Juan en nuestra cultura. Creo que está estampado en un manifiesto, pero sólo puedo decir lo mismo: ¡¡¡Salvemos al Johnny!!!
*Cronista de jazz y ex colegial del San Juan Evangelista