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La Razón
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¿Cómo se sentirá doña Michelle mirándose con coquetón orgullo el reflejo mientras se peina las morenas crines, se embute en un traje de Isabel Toledo y se calza unos taconazos del 45, preguntando: «Espejito, espejito mágico, ¿quién es la figura más divina y elegante de la alta sociedad y política del mundo mundial?». Y el espejito responde: «Obamaaaa, Obamaaa».

«Ya lo sabía, no hace falta que lo repitas», podría decir con una sonrisa de autocomplacencia. Y el espejito, insistiendo: «Que noo, no eres tuú. Que es tu maridoo, el Barack».

Más allá de la música y fortuna de cristales rotos, lo cierto es que han elegido al presidente de Estados Unidos como el más elegante del mundo. Si tenemos en cuenta que a continuación de él han quedado dos bellos de ataviaje discutible, como Brad Pitt, que luce con guapura cualquier trapillo, y David Beckham, especialista en marcas de macarreo de lujo y bragueros apretados, seguidos por un insólito Al Pacino, tendremos que confirmar que la política vuelve a pisar fuerte, más que como plataforma de poder, como pasarela de estilo. Algo que ya intuyó el exquisito George Brummel cuando intentó inculcar algo de dandysmo y buen gusto al gordinflón Príncipe de Gales. Obama ha conseguido borrar la imagen zafia de su antecesor a base de osamenta liviana larga, con una percha ágil de bailarín de claqué, que le da otro aire al sencillo traje gris de alpaca ligera, camisa blanca y corbata roja. Hay a quien el corte le queda a medida, y a quien las medidas le pegan un buen corte. En todo caso, ahora que todos quieren pedirle algo al nuevo mesías en sus periplos, está claro que lo primero tendrá que ser el teléfono de su sastre.