China

Trump agita otra guerra con China

Acentúa la rivalidad con Pekín de cara a las elecciones de 2020 y desprecia el multilateralismo

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La Casa Blanca quiere acelerar el proceso de salida de empresas estadounidenses de China. Bien mediante imposiciones de nuevos aranceles e impuestos, bien ayudándose con estímulos positivos, como subvenciones y ayudas de todo tipo. El objetivo del Gobierno de EE UU por disminuir la dependencia del país del mercado chino y, sobre todo, por lograr que determinados fabricantes estadounidenses, especialmente dedicados a sectores considerados como claves, abandonen el gigante asiático y regresen a Estados Unidos.

El objetivo es doble. Por un lado, el presidente Donald Trump sería fiel a los mensajes, de corte proteccionista, que lo auparon a la presidencia en 2016, un metal ideológico que retumba con fuerza mientras la globalización sufre los embates de la pandemia. Pero es que además los rumores le permiten recuperar oxígeno y apoyos mientras arrecian las críticas a la gestión gubernamental del coronavirus.

Con todo, de confirmarse, el mundo volvería acercarse a la temida guerra comercial. Quedaría lejos el recuerdo de los viejos y buenos días en los que el Gobierno chino perdonaba los aranceles para más de una docena de productos importados de Estados Unidos y del anhelo porque EE UU aliviara su batería de impuestos a los productos chinos. De un momento en el que la guerra parecía inevitable los dos países parecieron alcanzar una suerte de entente. Un parón temporal de las hostilidades que incluso procuró una suerte de borrador o principio de acuerdo.

Todo esto sucede mientras aumentan las dudas respecto al compromiso de EE UU para colaborar en la carrera internacional para encontrar una vacuna. No sólo porque el país no participe en la conferencia de donantes, con toda la carga simbólica que semejante ausencia supone. Es que el América Primero parece seguir siendo el principio vector de una presidencia que por momentos sintonizada a la retórica nativista.

Como escribía Charlotte Klein en “Vanity Fair”, la comunidad internacional teme que el presidente Trump afronte la búsqueda de una vacuna como una suerte de carrera armamentística que, lejos de estimular una solución, provoque que las naciones compitan unas con otras.

Cuando parece evidente que parte del posible éxito tendrá mucho que ver con la capacidad para coordinar esfuerzos y compartir información. Sin contar con las funestas consecuencias que esto puede tener para las naciones menos desarrolladas. Por no hablar de la hipótesis de que, una vez lograda una vacuna, y suponiendo que no sea estadounidense, los países opten por situar a EE UU en el vagón de cola de los receptores, privilegiando antes a quienes colaboraron de forma más o menos altruista.

Klein cita ejemplos tan turbadores y evidentes como el hecho de que Estados Unidos «no participó el mes pasado en la reunión virtual impulsada por la Organización Mundial de la Salud “para comprometerse a distribuir una futura vacuna contra el coronavirus de una manera internacionalmente equitativa”», tal y como escribieron en Politico. Por no hablar de la agria polémica surgida cuando la Administración Trump fue acusada de intentar «obtener derechos exclusivos para la vacuna contra el coronavirus de una compañía farmacéutica alemana».

Covid-19, creado en un laboratorio chino

A fomentar un clima de confianza mutua parecen ayudar muy poco, por supuesto, las palabras del secretario de Estado, Mike Pompeo, que insiste, cada vez con más rotundidad, en que los servicios secretos de EE UU disponen de evidencias que apuntan a que el coronavirus fue creado en un laboratorio de China. Pero nadie, de momento, ha aportado ninguna prueba, más allá de las sospechas más o menos circunstanciales.

En realidad lo que los servicios secretos y la comunidad científica no habrían descartado es la sospecha de que el coronavirus, de origen natural, hubiera podido escaparse de forma fortuita de un laboratorio en Wuhan. Más allá de eso la idea de que pueda tener un origen sintético, de laboratorio, ha sido rotundamente descartada por epidemiólogos de todo el mundo.

Otra cosa es que mensajes así ayuden a mantener vivo el fuego de la pelea política y comercial. O que el Gobierno chino merezca algo más que reproches por el oscurantismo y negligencia con las que informó al mundo cuando todavía había tiempo para reaccionar. Pero de ahí al Covid-19 creado en una probeta hay algo más que un salto de la imaginación. Hay un brinco cuántico y, por supuesto, un anzuelo electoral irresistible.

Que nadie olvide, por otro lado, los febles intentos de algunos oficiales de la dictadura china, allá por el mes de marzo, por acusar sin pruebas a EE UU de haber introducido el virus en el país por accidente: propaganda para consumo interno mientras crecía el descontento de la población.

80.000 muertos en Estados Unidos

El 20 de abril de 2020 el presidente de EE UU afirmó que su país alcanzaría los 60.000 muertos por coronavirus en agosto. Pero EE.UU. acumula ya 69.022, y subiendo. Y Donald Trump, entrevistado por la cadena Fox, ha vuelto a cambiar su predicción: pueden alcanzar los 80.000. En realidad el país puede llegar a ese número a final de mayo.
«Solía hablar de 65.000», afirmó, «y ahora hablo de 80 o 90.000, y la cifra sube y sube rápidamente. Pero seguirá siendo, sin importar cómo lo veas, una cifra situada en el extremo más más bajo del espectro comparada con la que tendríamos si no hubiéramos decretado el confinamiento».
Lejos de disminuir, los números incluso pueden crecer durante las próximas semanas. ¿La razón principal? Los estados ya avanzan en la desescalada y los gobernadores y alcaldes no son capaces de soportar por más tiempo la presión que ejerce una economía amenazada de ruina. Pero la situación de fondo sigue siendo muy similar a la de hace un mes: no hay tests suficientes, ni capacidad para contarlos, ni forma de seguir a los enfermos ni aislarlos en tiempo real, ni un mapa de la epidemia en tiempo real, y todas estas insuficiencias provocan que el país afronte la desescalada a ciegas.
Con el riesgo evidente, como sucede en otros países, como España, de que una segunda ola epidémica, incluso más virulenta, obliga a cerrar de nuevo ante la imposibilidad de enfrentarse a la emergencia con medidas proactivas más allá del puro encierro y la necrosis del tejido económico.