Donald Trump

Trump necesita a Twitter como enemigo

Por Luis Tejero, director de Asuntos Públicos de la agencia de comunicación y consultora Grayling

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¿Qué importancia tiene en el mundo de las redes la disputa de Twitter y Donald Trump? ¿Por qué se ha permitido tanto al presidente de EE UU hasta ahora y a qué puede deberse este giro de la empresa después de los años que ha pasado Trump saltándose tantos límites?

Dentro del universo político, Trump lleva años siendo el rey de Twitter. Primero en campaña y ahora desde la Casa Blanca, el presidente de EE UU ha demostrado una habilidad fuera de lo común para arengar a su electorado, distraer a los medios de comunicación y marcar la agenda desde las redes sociales. A diferencia de otros políticos y empresarios que dejan sus perfiles oficiales en manos de asistentes, Trump se toma las redes como algo personal y ejecuta la tarea con un estilo espontáneo, provocador e impulsivo que en ocasiones le ha llevado a provocar crisis diplomáticas o, como en este caso, a ser amonestado por faltar a la verdad ante sus más de 80 millones de seguidores.

Aunque las redes ya habían dado el paso de controlar e incluso eliminar contenidos de algunos líderes mundiales, ésta es la primera vez que Twitter se atreve a sacar tarjeta amarilla a Trump y poner ciertos límites a su verborrea digital. Más que censurar al presidente, en este caso se ha optado por contextualizar sus mensajes y añadir otras fuentes para que los usuarios tengan acceso a toda la información relevante sobre el tema. Es el equivalente al “fact-checking” o la verificación que ya hacen los medios de comunicación desde hace años, con la diferencia de que esta vez la advertencia se muestra junto al tweet. Un paso importante, aunque difícilmente contentará a todos: algunos lo verán como una intromisión y otros lo considerarán insuficiente.-

¿Es un mensaje de Twitter a otros usuarios o lavado de imagen ante las críticas recibidas?

En tiempos de desinformación generalizada en entornos digitales, la decisión de Twitter suena como un aviso a gobernantes y candidatos: cada vez que publiquen información dudosa en sus perfiles oficiales, la red social asumirá un papel corrector para completar las medias verdades o advertir sobre falsedades. La duda es si de ahora en adelante, al menos hasta las elecciones de noviembre, se aplicará este criterio a todos los mensajes de Trump y si la misma regla servirá también para Biden, su adversario demócrata.

En plena crisis sanitaria y económica, y después de años enfrentado a medios de tendencia progresista como CNN o “The New York Times”, nada le vendría mejor a Trump que ganarse un nuevo enemigo público: las redes y su supuesto afán de restringir la libertad de expresión de los conservadores. Si algo ha demostrado el líder republicano en estos años es que es todo un maestro en el arte de la distracción. Con apenas 280 caracteres, es capaz de orientar la discusión pública y establecer los temas de los que deben hablar inevitablemente los periódicos, las televisiones, las radios y, por supuesto, sus rivales. Si la polémica con Twitter le sirve para desviar la atención del coronavirus durante unas horas, bienvenida sea para sus intereses.

¿Puede cundir el ejemplo de Twitter en más empresas? ¿Habrá reacción en cadena?

Del mismo modo que a Trump le conviene buscar el enfrentamiento con las redes, las redes también necesitan la presencia de los líderes políticos para mantener activas las discusiones. Tampoco debemos olvidar que Twitter, Facebook o Instagram obtienen ingresos millonarios con la publicidad de los candidatos durante las campañas electorales. En cierto modo, ambos lados se necesitan aunque se miren mutuamente con desconfianza. Por tanto, si las principales redes extienden esta iniciativa para convertirse en una herramienta de verificación permanente, deberán hacerlo de la forma más equilibrada posible para evitar el riesgo de que una buena parte de sus usuarios –por ejemplo, los votantes de Trump– decidan mudarse en masa a otra plataforma. Sin tuiteros no hay Twitter.