Nueva Zelanda

El liderazgo compasivo de Jacinda Ardern encuentra su recompensa en las urnas

La primera ministra de Nueva Zelanda arrasa en las elecciones de este sábado con más del 49% de los votos tras lidiar con éxito la crisis del coronavirus

La primera ministra de Nueva Zelanda Jacinda Ardern celebra con su marido su rotunda victoria en las elecciones de hoy
La primera ministra de Nueva Zelanda Jacinda Ardern celebra con su marido su rotunda victoria en las elecciones de hoyMark BakerAP

Las elecciones de Nueva Zelanda celebradas este sábado se han saldado con una victoria histórica del Partido Laborista (49% de los votos), encabezado por la primera ministra Jacinda Ardern, sobre el Partido Nacional (26,9%) de la conservadora, Judith Collins.

Los abrumadores resultados le han otorgado 64 de los 120 asientos del Parlamento y refuerzan el liderazgo que la máxima mandataria kiwi, de 40 años de edad,ha mostrado antes y durante la pandemia. También sirven como un guiño de confianza para que encabece la recuperación económica que marcará la agenda de su segunda legislatura.

Han sido los ‘comicios del Covid’, en unos meses donde la gestión de Ardern ha servido de ejemplo para el resto del mundo. Ha respondido a la crisis sanitaria con eficacia y con una ambición clara: erradicar el virus. La rapidez en la aplicación de medidas severas, donde ha dado prioridad a la salud pública sobre la economía, el marcado peso científico en sus decisiones, su habilidad para encontrar quórum parlamentario con resoluciones universales en lugar de partidistas y su cercanía con la sociedad - con acciones como la de bajar su sueldo y el de su gabinete un 20 por ciento por solidaridad - han catapultado la imagen de la mandataria a escala mundial.

Capaz de redefinir la idea de lo que significa gobernar un país, Ardern ha sabido normalizar su puesto de primera ministra y ha mantenido los pies en la tierra con una mezcla de vulnerabilidad y de empatía; de claridad y de rigor; de humanidad al fin y al cabo durante tres años que han dado para mucho.

Tomar posesión del cargo con 37 años de edad la convirtió en la gobernante más joven del momento. En 2018, fue la segunda dirigente de la historia en dar a luz durante su mandato - tras la paquistaní, Benazir Bhutto - y usó su derecho a seis semanas de baja maternal.

Poco después, atendió a la Asamblea General de la ONU con su pequeña y acompañada por su marido en una instantánea que sirvió para normalizar el cambio de roles familiares.

Ataque terrorista

En marzo de 2019, vivió el ataque terrorista donde un supremacista blanco asaltó varias mezquitas de Christchurch, acabó con la vida de 51 personas e hirió a docenas.

Al día siguiente, Ardern se colocó un velo y consoló a toda la comunidad musulmana afectada. Aquel gesto de liderazgo compasivo le valió su primer gran reconocimiento internacional e incluso figuró en la portada de la revista Time en el aniversario del suceso en marzo pasado.

Tan solo tres meses antes, la repentina erupción del volcán Whakaari dejó un balance de 21 víctimas mortales.

Afianzada en los focos mediáticos internacionales y motivo de inspiración, Ardern volvió a hacer gala de su excelencia durante la pandemia. Mantuvo el listón alto y no perdió el contacto con la ciudadanía por medio de apariciones en las redes sociales. A veces lo hacía desde su oficina, otras en pijama desde su casa tras acostar a su hija o con los pelos desaliñados tras largas jornadas de trabajo, incluso durante un terremoto en vivo y en directo. Ardern ha llorado en público, ha reído y ha sabido brindar altas dosis de moral a su gente gracias a estos alardes de cercanía que han transcendido más allá de las fronteras de esta remota nación y con los que ha llegado a los corazones de millones de personas.

Ardern abandera un liderazgo optimista, singular, único, proactivo y en continuo movimiento; impoluto en asuntos trascendentales, sin manchas en los valores que ha promulgando desde que tomó el mando del país y con una actitud inmaculada en su manera de lograr consenso.

Su liderazgo ha proyectado una cordura percibida como necesaria y esperanzadora que le ha servido para conectar profundamente no sólo con su orgulloso electorado, sino con una masa global exhausta que ansía una metamorfosis política generalizada en el momento de mayor inestabilidad mundial que se ha vivido en décadas.