Podcasts

"The New York Times”, acorralado

Nuevas revelaciones indican que el periódico decidió publicar su podcast sobre el Estado Islámico, “Caliphate”, pese a que no logró confirmar la veracidad de la fuente principal

Podcast del NYT sobre el Estado Islámico
Podcast del NYT sobre el Estado IslámicoLa RazónLa Razón

La detención en Canadá el pasado 25 de septiembre de Shehroze Chaudhry ha abierto una crisis sin precedentes en “The New York Times”. El joven, que se hacía llamar Abu Huzayfah, ha sido acusado de inventarse un pasado de peligroso yihadista, una historia que sirvió de hilo conductor al premiado podcast “Caliphate”, aireado en 2018. La apertura de una investigación interna en el “Times” para conocer si la autora, Rukmini Callimachi, fue engañada o se vio traicionada por su desmedida ambición periodística amenaza con llevarse por delante también la credibilidad del rotativo más prestigioso del mundo. Y es que las críticas no solo han llovido desde la competencia. La veda parece haberse abierto y el fuego amigo se cierne sobre Callimachi.

En una columna publicada la semana pasada en el periódico neoyorquino por su experto en medios, Ben Smith, se repasan los intentos desesperados que se realizaron por comprobar la fiabilidad de la fuente sin ningún resultado concluyente. Como explica el propio Smith, fundador del portal de noticias “BuzzFeed News”, a solo un mes de la publicación de los once terroríficos capítulos sobre el Estado Islámico aún estaban enviando a gente sobre el terreno para tratar de demostrar que Abu Huzayfah había estado, efectivamente, en Siria. Fue el caso de Derek Henry Flood, un “freelance” contratado directamente por Callimachi por 250 dólares al día para preguntar en el mercado local de la ciudad de Manbij si alguien había oído hablar de él.

Agoreros del estado fallido
Agoreros del estado fallidoSHANNON STAPLETONREUTERS

La campaña por buscar evidencias no quedó ahí. Según explica Ben Smith en su columna, “The New York Times” montó toda una operación internacional que involucró a corresponsales y editores para corroborar la historia del joven canadiense. Fueron muchos los periodistas del diario que manifestaron sus serias dudas sobre el testimonio de Abu Huzayfah, sobre la veracidad o la imposibilidad de saber si aquellas atrocidades tan explícitas que confesaba en el podcast se habían producido realmente. Se crearon varios grupos de “whatsapp” (con nombres como “Buscadores brillantes”) para que los reporteros pusieran en común los hallazgos sobre el protagonista de “Caliphate”. Solo pudieron confirmar que otros desertores del Estado Islámico no sabían quién era el supuesto yihadista. Al parecer, lo único que se pudo verificar fue que una de las fotografías del móvil de la “garganta profunda” de Callimachi se había tomado en Siria, pero no que él hubiera puesto un pie allí.

Cada día que pasa queda más claro que la historia del canadiense nunca pudo ser contrastada y que, pese a las enormes dudas, el “Times" decidió seguir adelante. No permitieron que la verdad o, al menos, las sospechas les arruinaran lo que iba a ser (y fue) un bombazo periodístico precedido de una promoción mayúscula. Por ese motivo el reparto de de responsabilidades debe ir mucho más allá de la reportera nacida en Rumanía. El “yo acuso” que están entonando varios trabajadores del periódico, la mayoría amparados por el anonimato, también incluye a los miembros de la dirección, a los que toman las decisiones en la cúpula.

Tal y como asegura Ben Smith en una columna tan crítica con el medio que ya es histórica, Callimachi estaba ofreciendo el tipo de periodismo que sus jefes demandaban. Una historia sobre terrorismo islamista plagada de detalles sangrientos, como el episodio en el que Abu Huzayfah cuenta cómo fue su primer asesinato: «La sangre estaba caliente y salió disparada en todas direcciones. Tuve que acuchillarle muchas veces. Luego lo subimos a una cruz y le dejé el cuchillo clavado en el corazón». Un relato que puso los pelos de punta a millones de oyentes y que, incluso, se debatió en el Parlamento canadiense para sopesar si modificaban la política sobre el retorno de los combatientes del Daesh. Lo cierto es que, a día de hoy, el podcast sigue alojado en la web del “Times” sin ninguna advertencia, más allá de que incluye lenguaje “perturbador” y descripciones de “violencia explícita”. Margaret Coker, una de las archienemigas de la reportera y que dejó la delegación en Iraq tras una agria disputa con ella, ha sugerido en su cuenta de Twitterque siempre pueden cambiarle el nombre: de “Caliphate” a “Farsa”.