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Boris Johnson defiende ante los suyos que no negociará a cualquier precio

Nombra como jefe de Gabinete a un experto en finanzas para lidiar con el desplome de la economía por la pandemia y el temor a un empeoramiento si se produce una desconexión dura

Cuesta creer el Reino Unido vaya a salir el próximo 31 de diciembre de la UE, tras casi cinco décadas de relación. El debate en Westminster está centrado en la pandemia, una crisis sanitaria que ha llevado al Gobierno al mayor endeudamiento presupuestario en la historia del país «en tiempos de paz».

Para afrontar las turbulencias, el «premier» designó ayer a un antiguo funcionario del Tesoro y consultor actual de Haklut, Dan Rosenfield, como nuevo jefe de Gabinete de Downing Street. El nombramiento se produce en el marco de una renovación de su equipo que recientemente terminó con la salida de su polémico asesor Dominic Cummings.

En los medios de comunicación apenas hay estos días referencias al Brexit. La ciudadanía está agotada y francamente desde hace meses apenas hay avances en las actuales negociaciones comerciales. Pero a finales de año, los británicos saldrán ya a efectos prácticos del club. Y si no hay pacto comercial, las relaciones con la UE se regirán únicamente por las pautas de la Organización Mundial del Comercio, lo que supone cuotas y aranceles que dañarán a corto plazo aún más a un país ya en recesión.

Impulso político

A nivel técnico se habría llegado ya prácticamente a su límite de acción. Pero lo que queda ahora es lo más importante, la clave de todo, el impulso político para solventar las tres cuestiones que desde el primer momento han supuesto motivo de fricción: gobernanza, pesca y la garantía de una igualdad de condiciones. Al cierre de esta edición, había rumores de una posible videollamada de ministros de Pesca hoy.

La pesca representa sólo el 0,1% del PIB de Reino Unido, pero su significado político es totémico, ya que recuperar el control de las aguas fue clave para la causa euroescéptica. A priori serían buenas noticias. Desde luego que el tiempo apremia. Ampliar el periodo de transición sería un suicidio político para Johnson. Pero una cosa es ampliar un periodo donde a efectos prácticos Reino Unido sigue como Estado miembro y otra tener que extender calendario por pura cuestión técnica para ratificar un pacto que él ya que encargaría de vender como auténtico triunfo en casa.

Negociaciones en Navidad

En Westminster quizá estarían dispuestos a cancelar vacaciones de Navidad si fuera necesario para poder negociar hasta el último minuto. Pero en Bruselas no quieren sufrir las consecuencias del caos que impera en Downing Street. Los líderes de la UE se reunirán el 10 de diciembre.

El Parlamento Europeo tiene previsto celebrar una sesión especial el 28 de diciembre para dar su consentimiento a un eventual pacto. Sin embargo, cualquier acuerdo deberá ultimarse en los próximos días para dar tiempo al escrutinio y traducción legal en los distintos idiomas oficiales del bloque.

A día de hoy Johnson sigue defendiendo ante los suyos que no va a cerrar un convenio a cualquier precio. Desde el inicio del Brexit, el discurso más complicado que ha tenido que preparar siempre el inquilino de Downing Street nunca ha sido el dirigido a Bruselas, sino a sus propias filas. La batalla real siempre estuvo en casa. Ocurrió con Theresa May y está ocurriendo de la misma manera ahora con Johnson.

En la superficie, con una mayoría absoluta de 80 escaños en la Cámara de los Comunes, la situación del actual líder conservador en nada se parece a la de su antecesora. Pero bajo el agua, la formación está más dividida ahora si cabe y la autoridad del primer ministro ha quedado completamente hundida por su gestión ante la pandemia.

Por lo tanto, aunque de puertas para fuera el premier pueda parecer un excéntrico político que disfruta lanzando órdagos a Bruselas, lo cierto es que de puertas para dentro no es libre, ni mucho menos. Y los populistas pueden tomar caminos de lo más insospechados cuando se ven acorralados.