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Turismo

Italia prohibirá a los grandes cruceros atracar en la laguna de Venecia

El Gobierno italiano pretende atajar los problemas medioambientales que suponen estos buques y la llegada masiva de turistas

En Venecia, uno de los destinos más solicitados, los cruceros aparcaban en la plaza principal de la ciudad MANUEL SILVESTRI

Hubo una época, hace no tanto tiempo, en la que los turistas se movían en aluviones. Ni siquiera en masa, sino en oleadas. Como si una pala excavadora los depositara en un sitio y allí cobraran vida propia. Durante unas horas, nacían, se reproducían y regresaban al vientre materno. A la hora convenida, el barco estaría en el mismo lugar para llevarlos a otra ciudad imprescindible en la que repetirían operación.

En Venecia, uno de los destinos más solicitados, estas máquinas expendedoras de turistas llamadas cruceros, aparcaban en la plaza principal. Menudo privilegio, comparado con otros puertos, desde donde hay que pegarse una caminata o a veces coger un incómodo autobús para poder empezar a hacer fotos con un mínimo de gracia. Los barcos no se metían por los canales porque no caben. Pero la imagen de estos mastodontes de proa voraz, amenazando engullir las estrechas callejuelas, componen ya una postal más de la ciudad. Debería quedar como un recuerdo atroz de lo que fuimos, porque el Gobierno italiano acaba de aprobar un decreto que prohíbe a los cruceros atracar en la laguna de Venecia, frente a la plaza de San Marcos.

La reivindicación es más histórica que la propia medida. Durante años, grupos activistas han pedido de la forma más variopinta la expulsión de estos barcos con escaso éxito. Han organizado carnavales, manifestaciones y han salido en plan quijotesco con sus pequeñas barcas a enfrentarse a estos gigantes del mar. Estos colectivos representaban un último recuerdo nostálgico de los jóvenes antiglobalización. Venecia siempre fue un lugar para grandes ilusiones. El caso es que han tenido que llegar un informe de la UNESCO pidiendo que se actuara ya, y un Gobierno tecnócrata presidido por el ex presidente del BCE para cumplir con la demanda. Justo ahora, que no hay cruceros. Tiene guasa.

Pero, como somos muy previsibles, y las escenas de las primeras líneas tarde o temprano se repetirán, de momento los barcos de más de 40.000 toneladas tendrán que atracar en el Puerto de Marghera, en tierra firme. La solución es temporal y ni siquiera satisface a todos.

En primer lugar, porque la factura no es barata. El Ayuntamiento realizó un proyecto para adecuar el paso por los canales de esta zona industrial, que costaba 41 millones de euros. Y, además, desviar los barcos a Marghera no soluciona todos los problemas. Sería una forma de preservar el casco histórico de Venecia, pero no se impediría el paso de estos grandes buques por la laguna, cuyas aguas están altamente contaminadas. Para llegar a tierra firme hay que pasar por aquí. Al Gobierno se le ha ocurrido una solución creativa, simpática incluso.

En los 60 días posteriores a la entrada en vigor del decreto, se lanzará un concurso de ideas para hallar un puerto definitivo. Quien gane, se llevará un premio de más de un millón de euros, mientras que el Estado destinará otros 800.000 euros para financiar los costes de los proyectos. Los venecianos ya deben estar pensando el modo de alejar los cruceros de sus vidas. La última vez que se pusieron a desarrollar un gran plan de infraestructuras, hace 1.600 años –como recuerda su reciente aniversario–, les quedó una ciudad bien apañada.

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