«Black Lives Matter»

Estados Unidos aguarda el veredicto del juicio por George Floyd

El jurado popular debe determinar si el ex policía Derek Chauvin asesinó el joven negro hace un año. Temor a que el fallo reavive las protestas raciales y los disturbios en el país

El hermano de George Floyd levanta el puño junto a otros familiares y amigos a su llegada a los tribunales
El hermano de George Floyd levanta el puño junto a otros familiares y amigos a su llegada a los tribunalesADREES LATIFREUTERS

Minneapolis, y Estados Unidos, tomaban aire ante la inminencia del cierre por el juicio de George Floyd. Las acusaciones y la defensa se afanaron en presentar sus argumentos.

Mientras las primeras insisten en que en la muerte del ciudadano fueron decisivos los actos del agente de policía, Derek Chauvin, que mantuvo su rodilla sobre la garganta de Floyd durante casi diez minutos, los defensores argumentaron que aquella fue una acción legítima. Ajustada a las ordenanzas del departamento y las leyes. En su opinión la causa del desgraciado desenlace tiene que ver con las dolencias cardiovasculares y el consumo de estupefacientes de la víctima. Para probar sus tesis unos y otros llamaron a peritos y forenses, testigos y detectives, patólogos y expertos de todo tipo.

«George Floyd murió boca abajo en la acera de la calle 38 y Chicago en Minneapolis», ha dicho el fiscal, Steve Schleicher. «Nueve minutos y 29 segundos, nueve minutos y 29 segundos. Durante este tiempo, George Floyd luchó. Desesperado por respirar (...) Pero la fuerza fue demasiada. Estaba atrapado. Atrapado con el pavimento inflexible debajo de él, tan inflexible como los hombres que lo sujetaron».

El abogado defensor, Eric Nelson, siempre insistió en que lo que parecía inhumano, brutal y desproporcionado, fue, más bien, un ejemplo de profesionalidad y eficacia. Sostiene que el agente Chauvin temía por su integridad y la de sus compañeros, que la muchedumbre era cada vez más hostil y que no resultaba evidente que Floyd fuera a entregarse sin ofrecer resistencia.

Armas y abuso policial

Desde que empezó el juicio, el pasado 29 de marzo, ya han muerto otros 64 estadounidenses a manos de la policía. El New York Times, que recopiló los casos, documenta posibles errores, forcejeos y persecuciones, agentes que cogieron su arma de fuego cuando creían empuñar la pistola Taser, menores de edad tiroteados, riñas de tráfico, malentendidos en callejones, equívocos con objetos que en los milisegundos que el agente tiene para reaccionar podrían confundirse con pistolas, propiciando como contrapartida una respuesta letal. A menudo, los detenidos opusieron algún tipo de resistencia, intentaron escapar o actuaron de forma poco previsible. El miedo de unos y otros resulta en una combinación explosiva.

En cuanto a George Floyd, las imágenes de su detención, los gritos de socorro, las imprecaciones de los testigos, y la evidencia de que Chauvin mantuvo la rodilla firme en la garganta de Floyd cuando éste ya había perdido el conocimiento, todavía resuenan en la psique nacional.

Detonaron las protestas raciales más multitudinarias de las últimas décadas. El movimiento Black Lives Matter, que venía arrastrándose por las páginas de sucesos y los blogs de los activistas, saltó al primer plano. Fue necesario enviar la Guardia Nacional a muchas ciudades. Hubo numerosos casos de violencia y saqueos.

Algunos demócratas aprovecharon para jugar las cartas de la desigualdad y hubo republicanos que acusaron a sus rivales de pirómanos. Unos y otros, empezando por el entonces presidente, Donald Trump, y el entonces candidato, Joe Biden, tuvieron que posicionarse de forma rotunda ante un fenómeno tectónico, que marcó la campaña electoral y dejó imágenes de un país atormentado, profundamente conmovido por la muerte de Floyd, asustado por las reacciones de los más exaltados.

Racismo sistémico

En los meses siguientes proliferaron los mensajes contrarios a la Policía, las propuestas para desmantelar los departamentos, las peticiones para organizar la convivencia sin necesidad de fuerzas de seguridad. Por cada proposición modulada y moderada por los datos hubo otra escorada hacia el populismo.

Los partidarios de la llamada justicia social aprovecharon para sacar adelante sus teorías sobre la fragilidad blanca: los policías mataban a más ciudadanos de color porque, venían a decir, están inevitablemente contaminados de racismo.

Pero ese racismo estructural, casi un pecado de origen, irrenunciable e incurable, no se compadece con la evolución de la propia sociedad estadounidense. Ya no hay leyes Jim Crow, movimientos como el KKK resultan profundamente minoritarios, la segregación dejó de existir hace décadas, en 2008 el país dio la bienvenida a un presidente negro… No son éstas cuestiones anecdóticas: desde las más altas magistraturas y hasta el nivel de las relaciones sociales EE UU ha conocido una auténtica revolución de las costumbres y los sesgos que, francamente, encaja mal con la teórica almendra racista y el tuétano supremacista y xenófobo que atribuyen a la policía. Como si hubiera sido impermeable a los cambios políticos, culturales y sociales del último medio siglo. A lo mejor las desigualdades económicas y el hecho de que haya más armas en manos de civiles que habitantes tiene el país son más decisivos que el racismo sistémico que empuñan y denuncian los social warriors y otros cartujos woke.

De momento, en Minneapolis, toca zanjar el destino del agente Chauvin. El ayuntamiento de la ciudad ya acordó abonar 27 millones de dólares en concepto de indemnización. Un pago muy superior al de otros casos del pasado, demostrando, entre otras cosas, que la sociedad y las instituciones ya no despachan este tipo de hechos con la vieja displicencia de antaño. El corporativismo que protegía a las ovejas negras policiales dió paso a un país en carne viva. Mientras, en Minneapolis, el jurado decide si absuelve al policía o lo condena un máximo de 75 años de cárcel.