Bielorrusia
El audaz periodista que ha puesto en jaque al régimen de Lukashenko
Roman Protasevich, detenido en Minsk tras ser desviado el avión en el que viajaba, se ha convertido en uno de los presos políticos más célebres
Después de 27 años en el poder Alexander Lukashenko se ha vuelto impermeable a las críticas y sanciones internacionales. No le teme a nada, excepto a lo que pueda hacer un joven de 26 años con un móvil en la mano. Roman Protasevich decidió ser periodista con tan solo 15 años. “Nos dijo: quiero ir donde está la noticia e informar”, cuenta su madre Natalia Protasevich en una rueda de prensa telemática desde Varsovia.
Ella y su marido Dimitri viven refugiados en Polonia desde agosto de 2020. Detenido por las autoridades bielorrusas el pasado domingo 23 cuando el avión comercial en el que viajaba se vio obligado a hacer un aterrizaje de emergencia en Minsk, Roman continúa bajo custodia policial y solo ha tenido acceso a su abogado dos días atrás, según declaró se encuentra en buen estado físico. La información sigue siendo confusa por falta de pruebas y los padres han decidido no hacer ningún tipo de declaraciones.
Roman encontró en las redes sociales un gran escaparate para informar a sus compatriotas dentro y fuera de Bielorrusia sobre la situación del país. Fue detenido por primera vez a los 16 años mientras participaba en una manifestación, recibió golpes por parte de la policía para luego ser puesto en libertad un par de horas después de su arresto.
En 2012 empezó a militar en Fuerza Juvenil, una formación opositora al régimen de Alexandr Lukashenko. Durante años administró los perfiles sociales de plataformas como Vkontakte, la versión rusa de Facebook. Fue expulsado de la Universidad Estatal de Bielorrusia por sus opiniones críticas al gobierno y en 2019 decidió trasladarse a Polonia, desde ahí lideró junto a Stepan Putilo un nuevo canal de Telegram: Nexta.
El 9 de agosto de 2020 se desató un levantamiento social sin precedentes, Lukashenko obtuvo el 80% de los votos en unas elecciones declaradas fraudulentas. Desde el exilio y con 2 millones de seguidores, en un país con 9 millones de habitantes, los ciudadanos bielorrusos siguieron vía Telegram la brutalidad policial que ocurría en sus propias avenidas y de la que la televisión pública nunca se hizo eco.
Después de compartir miles de videos, imágenes e información sobre cómo eludir los controles de los agentes durante las manifestaciones, Lukashenko decidió en octubre de 2020 ilegalizar Nexta y declararlos “organización extremista”. Tanto Stepan como Roman están en una lista negra de personas buscadas por el régimen por “incitación al odio” y “desorden público”. Actualmente Roman vive en Vilnius, Lituania y trabaja para el canal de Telegram Belamova, donde difunde información crítica al gobierno y desde donde se organizan movilizaciones.
Dentro del país y de manera clandestina siguen circulando videos de pequeñas manifestaciones en barrios a las afueras de Minsk como Kuntsevshchina y Sucharava, el centro de la capital bielorrusa está tomada por la policía y el ejército ha colocado badenes que impiden el acceso a plazas y donde cualquier reunión a los alrededores es disuelta. Según la líder opositora Svetlana Tijanóvskaya, más de 400 presos políticos continúan en cárceles de todo el país.
Desde el viernes se convocaron manifestaciones en Cracovia y Varsovia, frente a la embajada bielorrusa y en la sede de la Comisión Europea. En el metro de Varsovia hay marquesinas con fotografías de Roman sobre un fondo con la bandera bielorrusa. El país se ha convertido en un verdadero oasis para la disidencia;Olga Kovalkova, reconocida opositora tiene asilo político en el país, y en una bomba de oxígeno para miles de bielorrusos que buscan mejorar sus condiciones de vida. “No podemos hacerlo solos, necesitamos la ayuda de la comunidad internacional, de la Unión Europea”, comenta una de las manifestantes que prefiere no desvelar su nombre.
Muchos de los manifestantes llevan banderas, aunque no la bandera oficial del país, roja y verde que se usaba en la etapa soviética. En cambio, llevan una de franjas blanca, roja y blanca, una bandera utilizada por primera vez en 1918 y asociada a la independencia de Bielorrusia. “Si todos nos vamos del país quién se queda ahí para seguir con la lucha, me lo pregunto todos los días. Aún así, sé que soy más útil desde el extranjero”, sigue otro de los manifestantes en una plaza de Cracovia.
“La única manera de volver del exilio es un sistema que nos garantice unas elecciones libres y que abra la puerta a un cambio”, comenta Anna. “Roman somos todos” se puede leer en uno de los carteles. Los participantes en la concentración no superan los 30 años, son parte de toda una generación que ha crecido bajo las reglas de Lukashenko.
Dentro de las fronteras bielorrusas todo atisbo de cambio parece congelado. La oposición al completo vive en el exilio y quienes se atrevieron a permanecer en el país están encarcelados. Los hechos del pasado domingo demuestran a Europa que donde Bruselas no tiene una política definida deja espacio para que Rusia ejerza su influencia. La frontera bielorrusa es hoy el inicio de un liderazgo dictatorial ejercido por Lukashenko y auspiciado económica y militarmente por Vladimir Putin desde Moscú.
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