África
Al-Burhan, el general que desafía a Washington: Sudán al borde del abismo y la mano de Irán
El país se encuentra en una encrucijada crítica, y este militar es el principal obstáculo para alcanzar la estabilidad

Mientras la comunidad internacional multiplica los llamados a un alto el fuego en Sudán, Abdel Fattah al-Burhan, jefe del ejército denominado “regular” y líder de facto del país, ha optado por la confrontación. A pesar de la propuesta de tregua impulsada por Estados Unidos, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto (el llamado Cuarteto), al-Burhan se niega a aceptar cualquier acuerdo duradero y acusa incluso a Washington de parcialidad.
Las conversaciones celebradas en septiembre en la capital estadounidense entre emisarios de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés) y representantes del ejército sudanés terminaron en punto muerto: al-Burhan titubea, impone condiciones inaceptables y rechaza la mediación norteamericana alegando que “no respeta la soberanía de Sudán”.
Sin embargo, el Cuarteto fue claro en su declaración del 12 de septiembre: la Hermandad Musulmana no debe tener ningún papel en el futuro político de Sudán y el ejército debe cesar las hostilidades y entregar el poder a los civiles para abrir paso a una transición genuina. Esa exigencia, que refleja la preocupación regional y occidental ante la infiltración islamista en el aparato militar, fue rechazada implícitamente por el régimen de al-Burhan, que continúa bloqueando toda iniciativa de paz.
Detrás del discurso nacionalista del general se esconde una realidad más inquietante: un poder militar cuyas alianzas, apoyos e ideología constituyen una amenaza directa para la estabilidad regional, la seguridad de Israel y los intereses estratégicos de Estados Unidos. Al-Burhan se presenta ante el mundo como defensor del orden frente al caos, pero su ejército dejó hace tiempo de ser una institución profesional y neutral. Heredero directo del aparato militar del antiguo régimen de Omar al-Bashir, el Ejército de Sudán (SAF) sigue profundamente infiltrado por redes islamistas que dominaron el país durante tres décadas.
Los Hermanos Musulmanes sudaneses, marginados durante un tiempo, han recuperado una notable influencia en los círculos militares y administrativos gracias al respaldo del propio general. Diversos informes confirman la existencia de brigadas islamistas que combaten junto al ejército, lo que demuestra que la SAF ya no es una fuerza nacional moderna, sino una coalición híbrida que mezcla soldados, milicianos ideológicos y grupos religiosos armados. Bajo el pretexto de enfrentar a la RSF, al-Burhan ha permitido el retorno de un islamismo militarizado que convierte la guerra sudanesa en un conflicto de poder y de fe.
Pero el peligro va más allá de las fronteras de Sudán. Desde 2024, el país ha reanudado sus relaciones diplomáticas con Irán tras siete años de ruptura, un movimiento que ha alarmado a Washington y a sus aliados. Este acercamiento no es simbólico: según fuentes militares y diplomáticas, Teherán ha entregado armas, drones y sistemas de defensa antiaérea al ejército sudanés, y asesores iraníes han asistido a unidades de la SAF en operaciones contra la RSF. Para la República Islámica, Sudán representa una pieza clave en su estrategia de influencia sobre el mar Rojo, un corredor vital que conecta el golfo de Adén con el canal de Suez y el Mediterráneo, y que acerca a Irán a las costas israelíes.
Para al-Burhan, Irán es un aliado oportuno que le suministra armamento y respaldo político, garantizándole poder frente a las presiones internacionales. El resultado es evidente: Sudán se está convirtiendo en el nuevo eslabón de una cadena de influencia iraní que se extiende desde Yemen hasta el Cuerno de África.
Esta deriva transforma lo que parecía una guerra civil en una crisis geopolítica de primer orden. El mar Rojo (ya amenazado por los ataques hutíes y las tensiones regionales) podría convertirse en un nuevo teatro de confrontación indirecta entre Irán, Israel y Estados Unidos. Un Sudán militarizado, ideologizado y sostenido por Teherán representa un riesgo estructural para Egipto, Etiopía, Eritrea y para la libertad del comercio marítimo y la seguridad energética mundial. En realidad, al-Burhan no defiende la soberanía de su país: la está hipotecando a intereses externos e ideológicos.
Ante esta situación, Estados Unidos se enfrenta a una decisión histórica. La pasividad o la cautela excesiva podrían transformar a Sudán en otra Libia o Siria, un Estado fragmentado bajo dominio de milicias y potencias extranjeras. La estrategia actual, basada en presiones diplomáticas sin control efectivo, se ha demostrado insuficiente. Solo una transición civil genuina, supervisada directamente por Washington en coordinación con los socios árabes y africanos, puede evitar el colapso definitivo.
Esa transición debe comenzar con la salida inmediata de al-Burhan del poder y la formación de un gobierno civil tecnocrático, capaz de reconstruir instituciones modernas, garantizar la transparencia y preparar elecciones libres. Sin ese paso previo (la renuncia del general y la retirada del ejército de la política), ningún acuerdo de paz será creíble.
La Casa Blanca debe pasar de la diplomacia de persuasión a una diplomacia de control y exigencia. Cada día sin alto el fuego fortalece la posición de Irán, legitima a los islamistas dentro del ejército y aleja la posibilidad de una paz duradera. El mensaje del Cuarteto fue inequívoco: el islamismo político debe quedar fuera del futuro de Sudán, y el ejército debe someterse a la autoridad civil. El tiempo de las ambigüedades ha terminado.
Sudán se encuentra en una encrucijada crítica: o la comunidad internacional impone una transición bajo tutela estadounidense que salve el país y estabilice el mar Rojo, o permitirá que un régimen militar islamizado y aliado de Irán arrastre a toda la región al caos. Abdel Fattah al-Burhan no es el garante de la estabilidad: es el obstáculo principal para alcanzarla. Y su salida del poder es el punto de partida ineludible para construir un Estado-nación moderno, civil y soberano.