
EE UU
Trump intensifica las amenazas contra medios críticos y celebra la suspensión de Jimmy Kimmel
Sigue su guerra a pesar de que un tribunal ha tumbado su demanda contra The New York Times

Desde que regresó a la Casa Blanca en enero, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha emprendido una campaña contra los medios de comunicación que analistas consideran sin precedentes en la historia moderna del país. A través de demandas, amenazas regulatorias y presiones públicas, el mandatario parece buscar acallar voces críticas y consolidar un entorno mediático más favorable a su administración.
El episodio más reciente ocurrió esta semana, cuando la cadena ABC suspendió el programa nocturno de Jimmy Kimmel tras un monólogo en el que el comediante ironizó sobre el asesinato del activista conservador Charlie Kirk y cuestionó el uso político de su muerte. La medida, que desató protestas en las calles de Hollywood, fue celebrada efusivamente por Trump en su plataforma Truth Social: “Felicitaciones a ABC por finalmente tener el coraje de hacer lo que debía hacerse”, escribió.
La suspensión de Kimmel no es un hecho aislado, sino parte de un patrón más amplio. En julio, CBS canceló el programa de Stephen Colbert pocos días después de que el presentador criticara el acuerdo de la cadena para resolver una demanda interpuesta por Trump. Aunque CBS alegó motivos financieros, el presidente festejó la decisión y sugirió que Kimmel sería el siguiente en caer, algo que se concretó semanas después.
Trump no ha limitado sus ataques a los comediantes nocturnos. Ha demandado a medios por supuesta difamación, amenazado con revocar licencias de transmisión y presionado a gigantes tecnológicos para desactivar mecanismos de verificación de datos. Incluso llegó a insinuar que el fundador de Meta, Mark Zuckerberg, podría enfrentar prisión.
Brendan Carr, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), reforzó esta línea al advertir en un pódcast conservador que Kimmel podía ser objeto de sanciones: “Podemos hacerlo por las buenas o por las malas”. Horas después, ABC anunció la suspensión del programa.
La reacción no se hizo esperar. Unas 150 personas se concentraron frente al estudio de grabación de “Jimmy Kimmel Live” con pancartas que decían “No te arrodilles ante Trump” y “Resiste al fascismo”. Vehículos hicieron sonar sus bocinas en señal de apoyo a los manifestantes, que acusaron a Disney —dueña de ABC— de ceder ante presiones inconstitucionales.
El expresidente Barack Obama también intervino, acusando a la administración de Trump de llevar la llamada “cultura de la cancelación” a un nivel peligroso: “Amenazar rutinariamente con acciones regulatorias contra empresas de medios para que silencien o despidan a periodistas y comentaristas es un ataque frontal a la Primera Enmienda”, afirmó en un comunicado.
Organizaciones como la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU) calificaron la ofensiva como un intento ilegal de controlar lo que los ciudadanos pueden ver y leer. Sindicatos de escritores y actores se sumaron a las críticas, alertando sobre un clima de intimidación que socava la sátira política y la libertad artística.
El comediante había ironizado que la manera en que Trump hablaba de su “amigo” Kirk parecía más una autopromoción que un acto de duelo: “Esto no es cómo un adulto llora la muerte de alguien cercano; es cómo un niño de cuatro años llora a su pez dorado”, dijo en su monólogo. Sus palabras encendieron la furia de los aliados de Kirk, quienes advirtieron a los estadounidenses que debían mostrar respeto hacia el activista.
El caso de Kimmel se suma a una lista creciente de periodistas, académicos y trabajadores sancionados o despedidos tras emitir comentarios críticos relacionados con el asesinato de Kirk, un episodio que ha polarizado aún más a la opinión pública. Para los republicanos, cuestionar la figura del activista equivale a justificar la violencia; para los demócratas, se trata de un ataque contra la disidencia.
Trump ha reiterado en múltiples ocasiones que las cadenas que le brindan “solo mala publicidad” deberían perder sus licencias de transmisión. Aunque la ley federal prohíbe explícitamente revocar una licencia por contenido crítico hacia el gobierno, el mandatario insiste en que la FCC debería “considerarlo seriamente”.
La presión adquiere mayor peso porque grupos como Nexstar y Sinclair Broadcast Group —dueños de decenas de estaciones locales con licencias pendientes de renovación— han comenzado a retirar el programa de Kimmel de su parrilla, en lo que críticos interpretan como un acto de autocensura para evitar conflictos con la Casa Blanca.
Incluso dueños influyentes, como Jeff Bezos del Washington Post, han sido acusados de ceder ante el entorno hostil. Antes de las elecciones de 2024, el diario renunció a publicar un editorial en apoyo a la entonces candidata demócrata Kamala Harris, lo que fue interpretado como una concesión al poder presidencial.
Expertos advierten de que lo que está en juego no es solo la libertad de expresión de periodistas y comediantes, sino la salud democrática del país. Brendan Nyhan, politólogo de Dartmouth College, señaló que “estamos viendo un intento sin precedentes de silenciar discursos desfavorables desde el propio gobierno. Trump está tratando de dictar lo que los estadounidenses pueden o no decir”.
El impacto de esta estrategia va más allá de la política partidista. Las cadenas de televisión, los gigantes tecnológicos y los medios tradicionales enfrentan presiones económicas y regulatorias que podrían llevarlos a privilegiar la autocensura sobre el periodismo independiente.
Frente a la censura, la sátira se ha convertido en una forma de resistencia. Stephen Colbert abrió recientemente su programa con una parodia de La Bella y la Bestia, cambiando la canción “Be our guest” por “shut your trap” (“cierra la boca”), en alusión a la presión oficial. Jon Stewart, desde Comedy Central, se presentó irónicamente como el “anfitrión patrióticamente obediente del nuevo Daily Show aprobado por el gobierno”.
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