Reportaje

El amor en tiempos de guerra

Yulia desafía los estereotipos de género en el ejército y comparte a LA RAZÓN una historia de amor con un francotirador herido en el frente

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El 14 de febrero me compraré una botella de whisky y lo celebraré», bromea el comandante de unidad y operador de drones, Volodymyr, 30 años. Estamos sentados en un estrecho búnker, y el tiempo no acompaña en absoluto un ambiente romántico. El invierno ha dejado atrás su parte más templada, y la temperatura ha caído sin piedad hasta los nueve grados bajo cero. El único refugio contra el frío es una pequeña bombona de gas, pero ni siquiera eso consigue calentar los dedos entumecidos. Menos romántico aún es el pelotón de al lado, que pala en mano excava la tierra helada, ampliando su refugio contra los proyectiles. De vez en cuando, nuestra pequeña habitación tiembla con el eco de los combates cercanos.

El compañero de Volodymyr, Roman, 23 años, sigue con atención en su tableta posibles objetivos. Aquí, la guerra se parece más que nunca a una serie de ciencia ficción. De repente, todas las conversaciones se interrumpen cuando se detecta un objetivo cercano. Se desata la acción: correr, lanzar el dron con explosivos. Varias veces a lo largo del turno, la escena se repite. La vida de un operador de drones en esta línea del frente es peligrosa: siempre es una de las principales prioridades en la lista de objetivos del enemigo.

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Hace unas semanas, cuando conocí a Volodymyr, me enseñaba con entusiasmo fotos de su mujer, “la pelirroja”. Sus compañeros bromeaban diciendo que ninguna otra mujer podía acercarse a él porque su esposa jamás lo permitiría. «Tiene carácter», decían. En aquellas conversaciones abundaban las bromas machistas sobre los flirteos con las chicas del lugar y la importancia del sexo en la vida de un soldado. Volodymyr, con el apodo de «Vuyko», parecía extremadamente excéntrico: hablaba en voz alta, mandaba a todos a la mierda y soltaba palabrotas a cada instante. Aquí todos saben que no es buena idea cruzar sus límites: podrías acabar «pillado en caliente».

Sin embargo, su habitación, a la que llegué tras su puesto de combate, no tenía nada que ver con su imagen pública. Una guirnalda arrojaba una cálida luz sobre las paredes, creando un ambiente acogedor. Se disculpó por el desorden, aunque en realidad todo estaba recogido. Con cada minuto de conversación, la primera impresión que tenía de él se desdibujaba. Sonriendo con cierta timidez, explicó que en el ejército busca con frecuencia un espacio privado para estar solo. Lleva mucho tiempo en la guerra.

La primera vez que llegó al frente tenía solo 18 años, aún era un crío, y pasó por varias zonas de combate. Sus padres no aprobaron su decisión de alistarse, así que dejó de hablar con ellos. En esta campaña, tras la invasión a gran escala, ha pasado por Izium, Bajmut, combates urbanos y ha sufrido varias conmociones cerebrales. La primera vez que regresó a casa, el trastorno de estrés postraumático le atormentaba y solo podía dormir con pastillas. Fue su exmujer quien le ayudó a dejarlas.

«Para mí es muy importante contar con el apoyo de la persona a la que quiero. Que al menos me llamen y me pregunten cómo estoy», admite, confirmando que incluso los soldados más duros necesitan cariño. Sin embargo, su matrimonio no resistió la prueba de la guerra. Cita la distancia y los celos como principales motivos del divorcio.

Roman, su compañero, me dirá más tarde algo similar sobre la distancia. Ama a su esposa y trata de llamarla siempre después de decirse «buenos días», si ella le responde. Pero admite que ella a veces se enfada y le exige más atención porque le echa de menos. Mantener conversaciones largas puede ser difícil: encontrar temas en común entre la rutina del soldado y la vida civil no es sencillo.

El amor en la guerra habita en los hoteles cercanos al frente, en los ansiados «en línea» de Whatsapp, en la penumbra de las velas en pisos vacíos. Se esconde en frases como «escríbeme, porfa», «cuídate», «ponte el chaleco». Resuena en las oraciones bajo el sonido de las sirenas. Florece en las estaciones de tren y muere para siempre con los lejanos destellos de la artillería, bajo el peso de los ataúdes. Amar en la guerra requiere una valentía inmensa.

En el ejército, sin embargo, el amor se enfrenta a la envidia ajena, a las malas lenguas y a los estereotipos. Especialmente para las mujeres. Esos prejuicios se convierten en frases como «todas las mujeres en el ejército son unas fulanas» o «solo están aquí para cazar marido». En sociedades más tradicionales, estos estigmas pueden arruinar cualquier posibilidad de construir una relación. Sin embargo, a veces es en la guerra donde se encuentra la sabiduría para conservar el amor.

«¿Cómo se puede llegar a esta edad sin cerebro?», dice con resignación Yulia, una oficial de 36 años, mientras revisa otro informe. En su chaqueta militar lleva un parche que dice: «Os voy a enseñar, cabrones, a apreciar mi presencia». Luego, con tono severo, explicará por teléfono a sus subordinados qué han hecho mal. Una mujer al mando en el ejército debe marcar sus límites con firmeza y, a veces, mostrarse implacable.

Aun así, su espacio de trabajo tiene un toque femenino. Lo primero que llama la atención es una historia de amor en fotos colgadas en la pared frente a su ordenador. El protagonista de esas imágenes es un francotirador de 29 años al que conoció en la guerra. Sus dificultades como pareja no son las habituales. En pocos minutos, su tono cambiará por completo cuando, con dulzura, pida a su marido que le envíe su chaleco antibalas para «quitarle la sangre».

Él, cuyo nombre me pide que no revele por seguridad, fue herido en los combates en la región de Kursk. Yulia me muestra con orgullo un vídeo en el que él prepara un té tan fuerte que le ayuda a mantenerse despierto durante días. A lo lejos se oyen disparos de AK-47: en la casa de al lado están las tropas rusas. Él sonríe a la cámara y dice que todo está bien, como si realmente fuera otro día en la oficina. Yulia está convencida de que saldrá con vida. Creció en un pueblo humilde, perdió a sus padres siendo un niño y fue a la guerra. Si alguien está destinado a sobrevivir a las peores batallas, es él.

Su historia podría ser el guión de una película de Hollywood. Durante su servicio en Vovchansk, el «francotirador» entró sin permiso en la oficina de Yulia. A ella no le impresionaron sus méritos en combate: no toleró la falta de respeto y lo echó de allí. Desde entonces, él decidió «darle una lección»: enamorarla. Pero la historia no terminó como él esperaba. Años después, en su cumpleaños y delante de sus amigos, le pidió matrimonio.

«Tal vez por eso tuve que pasar por relaciones tóxicas antes», admite Yulia. «Para aprender a rechazar lo que no necesito y, finalmente, encontrar mi felicidad».

Mientras hablamos, en la habitación de al lado, Inna, una soldado de 59 años, cuenta su historia de amor, que se hizo viral en TikTok. Es originaria de Kyiv y al principio de la guerra ayudaba como voluntaria. Fue en las redes sociales donde la encontró su futuro marido, Dmytro, un soldado de 28 años. No tardó en viajar a Kyiv para conocerla. Ella al principio no se tomó en serio a su pretendiente, pero pasaron juntos un fin de semana inolvidable durante su corta licencia. Con el tiempo, empezó a visitarle en la línea del frente. Por amor, sobrevivió a varios bombardeos. Pero su matrimonio no duró mucho.

Según Inna, uno de los factores de su ruptura fueron algunos de los compañeros de su marido, que le convencieron de que ella no era adecuada para él. Al principio lograron resistir la presión, pero con el tiempo ella notó que su marido había cambiado. Sin embargo, ese matrimonio fallido la llevó finalmente a alistarse en el ejército, y fue en la academia de instrucción donde conoció a su actual pareja, un instructor con quien, al fin, encontró paz y comprensión.

Cuando nos dirigimos al coche para despedirnos, Yulia me dice: «La guerra nos ha enseñado muchas cosas. Una de ellas es que cualquier momento aquí puede ser el último. Ya no discutimos por tonterías. Y siempre le repito a mi marido: Me da igual lo material, lo que perdamos de dinero. Mientras sigas vivo, todo lo demás lo superaremos».