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Antonio Costa, la determinación del político en el que nadie confiaba

Antonio Costa fue varias veces ministro y alcalde de Lisba antes de hacerse con las riendas del Partido Socialista
Antonio Costa fue varias veces ministro y alcalde de Lisba antes de hacerse con las riendas del Partido Socialistalarazon

Este domingo António Costa (Lisboa, 1961) ha triunfado en Portugal, país en el que su Partido Socialista ha sido la formación más votada en las elecciones legislativas. Los resultados prácticamente garantizan el segundo mandato del actual primer ministro del país vecino y demuestran lo lejos que ha llegado el político que muchos calificaban de fracasado hace apenas cuatro años.

Cuando Costa juró el cargo en 2015 pocos pensaban que su Ejecutivo duraría más de medio año. Llegaba al poder liderando una “alianza de perdedores” compuesta por partidos de la izquierda lusa cuyo principal punto en común era el deseo de derrocar al entonces primer ministro, el socialdemócrata Pedro Passos Coelho. Se daba por hecho que en poco tiempo las diferencias entre las partes harían colapsar el Gobierno minoritario de los socialistas, y se afirmaba que si no caía por ese motivo, lo haría al ser incapaz de cumplir con las metas económicas marcadas por Bruselas.

Costa desafió a quienes pronosticaban su fracaso y cumplió su primer mandato con la alianza intacta y las tareas cumplidas. En cuatro años su Gobierno redujo el déficit de manera espectacular, cortó el paro a la mitad, aumentó el salario mínimo, y presidió la recuperación de la economía portuguesa, que actualmente crece por encima de la media europea. Quienes le conocen personalmente afirman que no les sorprende que Costa haya triunfado en una situación tan complicada. El primer ministro tiene suerte, pero sobre todo tiene un sentido de determinación inigualable, y está dispuesto a darlo todo para conseguir sus objetivos.

Hijo de una periodista lisboeta y un escritor mozambiqueño de origen goano, Costa mostró interés en la política desde que tenía 14 años: se afilió al Partido Socialista justo después de la Revolución de los Claveles, y con el tiempo fue ascendiendo dentro de la formación. A los 21 años, recién licenciado en Derecho, fue elegido a la Asamblea Municipal de Lisboa; una década más tarde, dio el salto al escenario nacional y fue elegido diputado de la Asamblea de la República.

Debido a su brillantez en ese escenario, el entonces primer ministro luso –y actual secretario general de la ONU–, António Guterres, le nombró ministro de Asuntos Parlamentarios en 1995. Desempeñó el cargo tan efectivamente que cuando José Sócrates llegó al poder fue fichado para la cartera de Administración Interna, una de los más complejas del Gobierno portugués. Aunque el joven ministro destacó en el Ejecutivo, saltó a la fama al ser elegido alcalde de Lisboa en 2007. Costa fue el principal promotor de la regeneración de la ciudad desgastada –hoy en día uno de los destinos preferidos de los turistas internacionales– e hizo campaña hablando de los éxitos cosechados en la capital lusa cuando decidió presentarse como candidato a la jefatura del Gobierno en 2015.

Los problemas internos del Partido Socialista en esa época obstaculizaron su victoria, y el día de las elecciones acabó en segundo lugar. Cuando los partidos de la extrema izquierda le ofrecieron tumbar a los conservadores y encabezar un Gobierno minoritario, Costa tiene que haber entendido los riesgos que venían asociados al cargo, y la alta probabilidad que lo propuesto acabaría con un fracaso que pondría fin a su carrera política. Pese a ello, aceptó el reto.

La legislatura no ha sido perfecta. El primer mandato de Costa se ha visto ensombrecido por los incendios de 2017 –en los que murieron un centenar de portugueses–, el escándalo del robo de armas del Arsenal de Tancos y el polémico nombramiento de familiares de políticos socialistas a puestos en la alta burocracia del Gobierno. Sin embargo, con su determinación el primer ministro ha evitado que su Ejecutivo se viese paralizado por las polémicas y ha seguido adelante.

Costa aspiraba a una mayoría absoluta que al final ha resultado imposible de alcanzar, y aunque es posible que le moleste no haber conseguido ese objetivo, es poco probable que pierda demasiado tiempo lamentando los resultados. Pese a todos los obstáculos que estaban ante él al comenzar la pasada legislatura, el primer ministro consiguió hacer de su Ejecutivo minoritario un éxito que ha pasado a ser celebrado por medio mundo. Es de suponer que ahora, con un escenario mucho más favorable, recabará glorías mayores.