Mes sagrado
Arranca un Ramadán marcado por la inflación y el descontento
La subida continuada de los precios de los alimentos y el transporte aboca a las sociedades del Magreb a meses de dificultades y tensiones sociales
El mes sagrado de Ramadán comenzó el jueves en Marruecos, como en los otros países de la región, con un aire generalizado de preocupación, penurias e incertidumbre por el futuro. La escalada inflacionaria, combinados los efectos adversos de la pandemia del covid-19 con las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania, sigue sin tocar techo y el Gobierno presidido por el liberal Aziz Akhannouch se muestra incapaz de poner remedio a unos males que la inmensa mayoría soporta, de momento, con resignación.
La inflación, marcada fundamentalmente por la subida de los cereales, los fertilizantes y el transporte, viene disparando los precios de los alimentos para los consumidores marroquíes. La inflación marcó en febrero pasado un aumento interanual del 10,1% -del 20,1% en el caso concreto de los alimentos-, según el organismo estadístico oficial de Marruecos. La cesta de la compra se ha disparado en las semanas previas al mes sagrado, que es el de los reencuentros familiares siempre en torno a la mesa y momento que el alza de la demanda suele dar tradicionalmente el empujón final a los precios en las baldas de los supermercados o los tenderetes en zocos y medinas. Tomates, cebollas, manzanas, carnes rojas o de pollo se sitúan entre los productos que más se encarecieron. Las cifras de la inflación en Argelia y Túnez son casi idénticas a las marroquíes, en torno al 10% de incremento interanual en febrero.
El Gobierno liderado por Akhannouch ha hecho de la lucha contra los precios –en un país cuya renta per cápita fue de 3.795,4 dólares en 2021, último año con datos oficiales del Banco Mundial- su principal objetivo tras un año y medio de andadura. Al margen de la subvención de los cereales o el transporte, el mes pasado el Gabinete decidía limitar las exportaciones de fruta y verdura y anunciaba una cruzada contra la especulación para tratar de contener la subida de precios. Este martes, el banco central marroquí, Bank Al-Maghrib, anunciaba la subida –por tercera vez consecutiva- de los tipos de interés hasta el 3% en su afán por poner coto a “espirales inflacionistas”. Conscientes del fuerte endeudamiento público, a comienzos de este mes las autoridades marroquíes solicitaron al FMI una línea de crédito flexible de 5.000 millones de euros.
Con todo, apenas el descontento se ha materializado en el último año en movilizaciones en las calles de las ciudades y pueblos de Marruecos, hecho que se explica por la ausencia de una oposición política y sindical organizada y, sobre todo, por las restricciones vinculadas al estado de emergencia sanitaria (que las autoridades marroquíes solo levantaron el pasado 28 de febrero después de tres años en vigor). Con todo, el pasado mes de febrero ciudades como Casablanca y Rabat registraron las primeras protestas, aunque minoritarias, contra el deterioro del nivel de vida, las deficiencias de los servicios públicos y la falta de libertades.
No sólo los gobiernos de la región no están logrando su objetivo de frenar la inflación y lograr un crecimiento económico acorde a actuales niveles de paro y empleo precario, sino que responden, de manera especial en el caso de Argelia y Túnez, con políticas autoritarias con las que se anticipan a una futura contestación organizada en la calle. En Argelia el régimen militar puede presumir de haber desmantelado el Hirak –el movimiento pro democrático nacido a comienzos de 2019 de la indignación que provocó una nueva candidatura presidencial de Buteflika- con la tradicional combinación de represión y cooptación, mientras en Túnez, otrora esperanza democrática del mundo árabe, el presidente -convertido en dictador- Kais Saied demuestra cada semana a base de detenciones de periodistas, magistrados, activistas y políticos que las cosas pueden degradarse siempre algo más.
En vista del cuadro socioeconómico que dibujan las sociedades del norte de África –no muy distante del de otros países árabes-, con una paulatina pérdida de poder adquisitivo para la mayor parte de la población, deficientes servicios y prestaciones sociales y un persistente desempleo juvenil –en poblaciones que siguen creciendo-, los próximos meses auguran tensión y conflictividad tanto en los hogares como en las calles de la región. Para muchos la única y desesperada opción será lanzarse al mar en una patera en busca del milagro europeo. Agazapados en esta hora desde Casablanca a Túnez, los movimientos islamistas se preparan, como otras veces, para tratar de sacar tajada del desencanto.
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