Monarquía

El cáncer de Carlos III abre una crisis constitucional en Reino Unido

En caso de que el rey no pudiera cumplir con sus funciones, los «consejeros reales» –Camila, Guillermo y sus hermanos– actuarían en su nombre

Como la persona que más tiempo ha estado en la historia como heredero al trono, pudo pensar detenidamente cómo quería que fuese su reinado. Esperó durante 73 años para desempeñar el trabajo de su vida. Pero cuando no se ha cumplido ni siquiera el primer aniversario de su coronación, Carlos III se ha visto obligado a dar un paso atrás. Siempre se negó a ser tan sólo un monarca de transición. Quería dejar su impronta. Sin embargo, el cáncer ha obligado al rey –que ahora tiene 75 años– a cancelar su agenda pública.

No se quiere hablar de crisis constitucional y en todo momento se transmite un mensaje de tranquilidad. De hecho, ni siquiera se ha activado el protocolo para llamar a los «consejeros de estado», aquellos autorizados para actuar en lugar del monarca si este no pudiera cumplir con sus funciones de forma temporal debido a enfermedad o ausencia en el extranjero. Pero es obvio que existe preocupación y la Prensa ya explica los pasos que deberían darse en caso de llegar al peor escenario.

Con todo, Carlos III seguirá asumiendo de momento sus deberes como Jefe de Estado, incluidas sus audiencias semanales con el «premier», Rishi Sunak, quien ayer especificó que el tumor se «ha detectado a tiempo». «Nuestros pensamientos están con él y su familia. Ahora recibirá el tratamiento que necesita para recuperarse completamente. Eso es lo que todos esperamos y por lo que rezamos. Por supuesto, estoy en contacto regular con él y continuaré comunicándome con él con normalidad», señaló a BBC Radio 5.

El Palacio de Buckingham no ha detallado qué tipo de cáncer padece, qué tratamiento está recibiendo o cuándo podría estar previsto su incorporación a actos públicos. Estos son clave para garantizar la continuidad de la institución. Para el responsable de una Monarquía parlamentaria, tan importante son las firmas que impregna en los documentos que convierte en ley como la agenda que le acerca al pueblo. Ya lo decía Isabel II, «hay que ser vistos para ser creídos».

Carlos III abandonó ayer su residencia oficial de Clarence House, en Londres, para trasladarse a su casa campestre de Sandringham, en el condado inglés de Norfolk, lo que permitió captar su primera imagen desde que la Casa Real anunciase el lunes su enfermedad. El monarca saludó emocionado a través de la ventana acompañado de su esposa Camila, a la que se vio con un semblante serio.

El cáncer no es un territorio inexplorado para la Familia Real. Aunque siempre se quiso mantener en secreto. Cuando el abuelo de Carlos III, el rey Jorge VI, fue operado de cáncer en 1951, no se le dijo al pueblo casi nada sobre su condición. Murió cinco meses después, convirtiendo a su hija en la reina Isabel II con tan solo 25 años. Tras siete décadas de era isabelina, la soberana murió en septiembre de 2022 a los 96 años. Su certificado de defunción indicaba como causa «vejez». Pero Gyles Brandreth, amigo de la familia, contó más tarde en una biografía que había estado sufriendo una forma de cáncer de médula ósea.

Cuando el Palacio de Buckingham anunció el mes pasado que a Carlos III le habían diagnosticado un agrandamiento benigno de la próstata, pareció marcar una nueva etapa para una institución hasta ahora no conocida por su transparencia. Su deseo era compartir detalles de su condición para alentar a otros hombres que experimentaban los mismos síntomas a buscar consejo médico.

Ahora se vive una situación muy diferente que ha activado incluso protocolos para informar a una serie de líderes mundiales. El comunicado oficial ha resultado más opaco. Al matizar sólo que no es cáncer de próstata, se abre la caja de pandora a todo tipo de especulaciones. Los británicos están preocupados. Muchos se han acercado a las puertas de Buckingham para dejar flores y mensajes deseando su pronta recuperación.

Existen mecanismos constitucionales que se activarían si llega un punto en el que Carlos III no puede cumplir con sus deberes. Los «consejeros de estado» –actualmente Camilla (esposa), el príncipe Guillermo (heredero), el príncipe Eduardo y la princesa Ana (hermanos del monarca)– pueden actuar en su nombre, pero solo de manera temporal, y no para todos los actos. No podrían nombrar un primer ministro ni disolver el Parlamento.

Otra opción sería una regencia que permitiría a Carlos III transferir sus poderes como monarca a su heredero, el príncipe de Gales, aunque él seguiría como jefe de Estado. Y es un proceso reversible por lo que podría recuperar luego su agenda cuando se recuperara.

Como último recurso estaría la abdicación. Pero ni se plantea como una posibilidad. La abdicación del tío de la difunta reina, Eduardo VIII, en 1936, desató una importante crisis constitucional y la Familia Real nunca ha olvidado su impacto devastador. Al igual que su madre, Isabel II, cuando accedió al trono Carlos III también se comprometió a servir al pueblo de por vida. Hay que tener en cuenta que la monarquía británica también es una monarquía sacerdotal, como quedó constancia en la ceremonia de coronación de mayo en la Abadía de Westminster, cuando el rey pasó por un ritual de consagración similar al que pasa un sacerdote. Por mucho que un cura deje de estar en activo, es cura hasta que muere.

De momento, son otros miembros de la Familia Real los que han intensificado su agenda para cubrir al monarca. El objetivo principal es evitar la imagen de trono vacío. La princesa Ana, una de las más activas de «La Firma», estuvo ayer en una ceremonia en el Castillo de Windsor y luego visitó un centro comunitario en Eastwood, Nottinghamshire.

No obstante, toda la atención recae ahora en el príncipe de Gales, Guillermo. El heredero al trono, de 41 años, reaparecerá este miércoles en una investidura en el Castillo de Windsor antes de asistir a la gala anual de recaudación de fondos de London Air Ambulance, que tendrá lugar en Londres esta noche. Será su reaparición tras más de un mes sin agenda pública para cuidar de su esposa, Catalina, quien posiblemente no pueda retomar sus obligaciones hasta pasada la Semana Santa tras pasar por una «cirugía abdominal» no cancerígena de la que siguen sin revelarse detalles. La situación, sin duda, es más que excepcional. El jefe de Estado esta fuera de escena y Catalina –convertida en uno de los pilares de la institución– también está de baja por enfermedad.

El hecho de que el príncipe Harry llegara ayer a Londres, menos de 24 horas después de que le comunicaran la noticia, denota que no se trata de un asunto menor. El duque de Sussex, que no mantiene relación con su familia desde que cortara lazos con Palacio para instalarse en Los Ángeles, se reunió con su padre en Clarence House antes de que este se desplazara a su casa campestre. Al igual que pasó con la coronación en mayo del año pasado, Harry ha viajado sólo a Reino Unido, sin la compañía de su mujer, Meghan, ni de sus dos hijos.

La última vez que estuvo en Londres fue el pasado mes de septiembre en un acto con ONG, pero no se reunió con los suyos. Muchos esperan que las circunstancias ayuden ahora a una reconciliación con la posibilidad de que Harry, como nieto e hijo de rey y hermano del futuro monarca, vuelva a la institución en la que en su día figuraba como una de las figuras con mayor popularidad. No obstante, al cierre de esta edición, no había planes para reunirse con su hermano, el príncipe de Gales, heredero al trono, sobre el que, ahora más que nunca, están puestas todas las miradas.