Guerra
Cuando pueblos cristianos también son el blanco de los ataques israelíes
Crecen los ataques de las fuerzas armadas israelíes contra seguidores de Hizbulá que buscan refugio en zonas habitadas por fieles de otras religiones
Lo ha repetido el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu: el objetivo de la actual ofensiva de las FDI en el Líbano -cuya entrada en la actual fase cumple un mes esta semana- es Hizbulá, la organización política y milicia concebida por la República Islámica de Irán en 1982, en plena guerra civil libanesa, y mimada desde entonces por el régimen de los mulás, que la convirtieron en su principal fuerza «proxy» en Oriente Medio en las dos últimas décadas.
La base de respaldo electoral del partido se encuentra fundamentalmente entre los musulmanes chiitas, y en el caso de la milicia casi exclusivamente en esta comunidad religiosa que representa -en un país que no ha hecho un censo oficial en un siglo- aproximadamente el 30% de la población. No casualmente, las zonas de mayoría chiita -desde poblaciones mixtas hasta completamente homogéneas- del país levantino coinciden con los lugares donde Hizbulá esconde la mayor parte de su arsenal y concentra su infraestructura bélica amén de sus miles de combatientes.
Entre estas zonas destacan dos -necesariamente reducidas teniendo en cuenta que el país tiene una superficie de apenas 10.452 km2, cifra convertida como otras veces en el pasado en un eslogan nacionalista raramente transversal-: la gobernación Sur, con mayor grado de adhesión a la organización proiraní cuanto más cerca de la línea azul que hace de frontera provisional, y el valle de la Becá, al este del país. Otro lugar destacado es el conocido como Dahiyeh -que no significa otra cosa que suburbio, en árabe-, una extensa zona de en torno a un millón de habitantes adosada al sur de Beirut donde la organización contaba con sus oficinas políticas y donde se escondían gran parte de sus líderes militares hasta hace unas pocas semanas.
Todas ellas han sido dura y reiteradamente bombardeadas por las Fuerzas de Defensa de Israel desde hace un mes -aunque el intercambio de fuego entre las FDI e Hizbulá comenzó el mismo 8 de octubre de 2023-, con el resultado de una importante mengua del arsenal de Hizbulá -que aproximadamente debe aún de contar con la mitad o menos de sus proyectiles- y la pérdida de más de un millar de combatientes.
Sin embargo, aunque la operación militar israelí se ha ceñido fundamentalmente a municipios y lugares encuadrados en los tres espacios antecitados, las FDI han golpeado en las últimas semanas más allá de ellas. En su búsqueda de depósitos de armas y líderes militares de la organización, los aviones de guerra y los drones israelíes han golpeado en enclaves de mayoría chiita radicados en provincias o comarcas mayoritariamente cristianas y drusas, como puntos de la gobernación de Monte Líbano o Norte.
La pasada semana, sin embargo, saltaba a los titulares de los medios de comunicación regionales e internacionales que, por primera vez, las fuerzas israelíes habían atacado en el corazón de un municipio de mayoría cristiana, concretamente católica maronita: Aitou. Situada en la gobernación Norte y dentro de ella en la demarcación de Zgharta, un bombardeo israelí contra una vivienda dejaba 21 muertos hace cuatro días.
La explicación del ataque no es otra que el propio desplazamiento de población afín a Hizbulá -incluidos miembros de la rama militar- desde el sur del país. Como en Aitou, miles de chiitas simpatizantes en mayor o menor grado han huido en las últimas semanas hacia otras zonas donde predominan cristianos maronitas y ortodoxos, musulmanes suníes y drusos. «Israel no está bombardeando indiscriminadamente ni tiene objetivos cristianos. No le interesa tener en contra a los cristianos. Los bombardeos en Aitou tenían como objetivo varias decenas de personas que se trasladaron huyendo de otras zonas atacadas, probablemente de la Becá». Las agencias de prensa lograron hablar con la familia que había alquilado el inmueble a un grupo importante de desplazados procedentes del sur.
Por razones similares, nuevamente este sábado un dron israelí acabó con la vida de un responsable de la Inteligencia de Hizbulá y su esposa mientras circulaban en un coche -procedentes de Biblos según las autoridades locales, probablemente tratando de encontrar un escondite lejos de los feudos de la organización- por una carretera a la altura de Jounieh, una localidad de mayoría católica maronita situada al norte de Beirut. Era la primera vez que el municipio registraba un ataque israelí.
Por otra parte, la cercanía entre las propias localidades del sur próximas a la frontera, donde además de bombardeos se libran combates terrestres desde hace más de dos semanas, ha obligado a la población de municipios cristianos a abandonar sus hogares. Es el caso de poblaciones como Ain Ebel, en la demarcación de Bin Jbeil, o Deir Mimas, en la de Marjayoun, han sido desalojadas por completo. Otras como Rmeich, Kaouzah, también en Beint Jbeil, o de Alma el-Chaab en la de Tiro se han visto atrapadas por fuego israelí.
Una de las consecuencias que desde hace semanas está teniendo ya la guerra de Israel contra Hizbulá es la desconfianza y, en último término, el miedo con el que conviven poblaciones cristianas, drusas y suníes que reciben a familias desplazadas desde el sur o la Becá -un millón según las autoridades libanesas- mayoritariamente chiitas. «Es un dilema moral muy importante: por un lado, nos vemos en la necesidad de ayudarles porque somos personas, son compatriotas libaneses y sabemos que lo están pasando mal, muchos apoyan a Hizbulá, pero otros son víctimas de la organización allá donde viven», explica a LA RAZÓN una joven residente en Beirut, cristiana maronita, que ha debido desplazarse con su familia en las últimas semanas a varios puntos de la capital y hasta del país en busca de unos mínimos de seguridad.
«Por otro lado, concluye, tenemos miedo porque si se instalan en un piso vacío del bloque donde vivimos y alguien de esa familia es considerado objetivo de Hizbulá pueden acabar bombardeando el edificio y convertirnos todos en víctimas». «Ponen en peligro a mucha gente sin saberlo por ninguna de las dos partes», lamenta. El espectro, aunque aún lejano, de un enfrentamiento civil se cierne como un nubarrón más sobre un país dividido, exhausto, sin horizonte.
✕
Accede a tu cuenta para comentar