Política

Valladolid

Cuba volverá a bailar con el imperialismo

La Razón
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En los albores de nuestra transición, cuando Adolfo Suárez tomó la iniciativa de ir a Cuba, gesto que le sería criticado en Estados Unidos, Fidel Castro se coló en la rueda de Prensa del presidente español. No estaba programado y no se sabe si lo hizo por vedettismo –la expectación mediática con la llegada de Suárez era enorme en bastantes países y Castro tenía algo de showman– o porque quería aprovechar la ocasión para meter una puya al imperialismo yanqui. El comandante lo hizo. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, ante una pregunta relativamente banal, Castro dijo que él y el pueblo cubano no podían olvidar que el anterior jefe del Estado español (se refería sin mencionarlo por su nombre a Francisco Franco), rompiendo el bloqueo, «había resistido las presiones del imperialismo yanqui y continuado comerciando con Cuba y manteniendo la conexión con Iberia».

Castro no se equivocaba en su conclusión, aunque cameleaba con lo del bloqueo. Lo del bloqueo era una pamema, Cuba sólo había estado bloqueada un par de semanas durante la crisis de los misiles, pero sí estaba embargada por Estados Unidos, su principal cliente y proveedor antes del castrismo, y Washington trataba de retorcer el brazo a más de un país para que tampoco comerciaran con La Habana y dieran la menor facilidad al régimen castrista. Con Franco, ¿solidaridad hispana?, ¿apetito por demostrar su autonomía frente al gigante?, no le sirvió. El dictador de derechas continuó tratando con el Gobierno comunista de Cuba. Recuerdo que hacia 1970, Cuba, como es crónico en el país, tenía una clara penuria en divisas y España hizo una abundante compra de azúcar.

Las presiones de Washington no sólo han desaparecido sino que el aislamiento va a acabar. Obama ha llegado a la conclusión de que el embargo no ha logrado promover la democracia en Cuba ni debilitado al régimen. Es lo que piensan un buen número de analistas estadounidenses, el «New York Times» es un buen ejemplo, aunque no bastantes sectores del Partido Republicano que ya han empezado a criticar a su presidente. No sólo por el hecho en sí sino por haber accedido a canjear a un hombre de negocios estadounidense, preso en Cuba desde hace cinco años acusado de espionaje, por tres espías cubanos que llevaban 13 años en cárceles de Estados Unidos. Las puyas sobre este punto concreto surgirán, ya las ha lanzado el político de Florida Marco Rubio arguyendo que esto alentará a más de un régimen autoritario a meter en la cárcel a un ciudadano yanqui porque eso significará que Washington tendrá que soltar a un terrorista o un criminal. Bastantes norteamericanos razonarán que su compatriota había sido condenado por intentar que judíos cubanos pudieran acceder sin problemas ni censuras a internet y no faltará quien comente que el «lobby» judío ha jugado un papel importante en la decisión.

Lo importante, con todo, es que Cuba y EE UU van a restablecer relaciones después de varias décadas. Si el cambio de política de Obama obedece, a su convencimiento de que la seguida hasta ahora, no ha producido los resultados deseados, cabe también preguntarse lo que ha impulsado a Raúl Castro a alterar la suya. El hermano del mítico comandante, que ha dado ligeros pasos hacia la liberalización, más facilidades en las salidas al extranjero, autorización para abrir pequeños negocios... debe creer que con la pronta llegada de estadounidenses tendrá un alivio económico sin perder el control de la situación política como está practicando China. La desesperada situación económica de Venezuela, Maduro ha concluido en llevar a su país a las cercanías de la bancarrota, la ubre petrolífera venezolana se agotara y Cuba verá acrecentadas sus estrecheces. Abrir la puerta a EE UU puede reducir el agobio. Cuando Raúl desaparezca de la escena será el momento de ver quién ha acertado, si el antiguo imperialista Obama, hoy tachado de pastelero por sus adversarios que lo ven vergonzosamente acomodaticio con las dictaduras, o el viejo comunista cubano.

El Papa Francisco se apunta un tanto, junto con Canadá. Un tanto, la mediación, por el que suspiraba infantil y vanamente Zapatero. Habría que hacer cavilas sobre por qué el gigante de América del Norte y la isla antillana han preferido a Canadá y al jefe de la Iglesia católica, en detrimento del mediador natural en este caso, México, de los siempre prestigiados nórdicos europeos, de Francia, o incluso de... España.