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EE UU

Donald Trump frente a las puertas de San Pedro

La relación tensa entre el presidente y la Iglesia Católica será uno de los grandes retos del Papa León XIV

"Fui salvado por Dios para que América vuela ser grande", es una de las frases del discurso de inauguración del presidente, Donald Trump, que más aplausos despertó bajo el techo del Capitolio. El magnate nunca había destacado por su religiosidad, pero el atentado contra su vida en el mitin de Butler, en Pensilvania, le hizo sentirse un elegido divino. "Fue Dios quien evitó que sucediera algo impensable, no tengo miedo. Permaneceremos resilientes a nuestra fe y desafiantes ante el mal", dijo horas después del intento de asesinato. En eso coincide con el nuevo y primer Papa estadounidense, León XIV. "El mal no prevalecerá", anunció ayer desde el balcón de la plaza de San Pedro. "Todos somos iguales y Dios ama a todo el mundo-", añadió. Ambos líderes aseguran luchar contra el mal, pero les separa un abismo. ¿Por qué?

La relación de Donald Trump con la Iglesia Católica se ha caracterizado por los choques dialécticos contra el fallecido papa Francisco, mientras establecía un clima de ambivalencia y confrontación, aunque parezca contradictorio, con los máximos representantes de la iglesia en Estados Unidos. En principio, ambos se atraen por el apoyo firme del presidente a los valores morales tradicionales, especialmente las posturas antiabortistas, pero se han enfrentado duramente en temas sociales y humanitarios. Algo que es un reflejo de la división interna del catolicismo en el país entre sectores conservadores y progresistas.

Donald Trump no es católico sino protestante presbiteriano, pero es muy consciente de que parte de su base sí que lo es. El 52% de los católicos le votaron en las elecciones. Para ganarse su apoyo, nombró para la Corte Suprema jueces católicos como Amy Coney Barrett, y durante la campaña hizo énfasis en discursos donde defendía la libertad religiosa y se oponía al aborto, una causa central de los católicos conservadores. Asimismo, defendió el cristianismo en los espacios públicos, se reunió con diversos líderes católicos y apoyó a organizaciones afines. Todavía lo hace. Sin embargo, al otro lado del Atlántico, el Santo Padre criticaba sin reparos al presidente.

La retórica antiinmigrante trumpiana chocaba con su mensaje. "Una persona que piensa solo en construir muros no es cristiana", le llegó a decir el Papa Francisco, en 2016. Como de costumbre cuando se siente atacado, Donald Trump respondió con un mordisco y aseguró que "es vergonzoso que un líder religioso cuestione mi fe". Las políticas de inmigración son el campo de batalla donde chocan las grandes figuras del catolicismo estadounidense, entre ellos el nuevo Papa León XIV. La Conferencia de Obispos Católicos es muy clara al respecto.

Condenan la separación de familias de migrantes en la frontera. Rechazan la construcción del muro fronterizo y apoyan a los dreamers, los soñadores, que buscan una vida mejor. Los migrantes que siempre han sido la columna vertebral del crecimiento de Estados Unidos. Además, tras la batalla campal entre progresistas y radicales que sucedió en Charlottesville, en 2017, y las protestas por la muerte de George Floyd, en 2020, la iglesia estadounidense acusó al presidente de minimizar el racismo, fomentar la división, la hostilidad y el nacionalismo extremo. Más aún, dijeron que estaba manipulando políticamente los símbolos religiosos.

En palabras del cardenal Daniel DiNardo, expresidente de la Conferencia de Obispos Católicos del país, "las familias son el elemento fundamental de nuestra sociedad y deben poder permanecer unidas. Separar a los bebés de sus madres no es la solución y es inmoral". Para el arzobispo Gustavo García-Siller de San Antonio (Texas), "los niños refugiados pertenecen a sus padres, no al gobierno ni a otra institución. Separarlos es un pecado grave, inmoral y malvado". Uno de los más vocales fue el arzobispo de Miami, Thomas Wenski. "Debemos decir a nuestros feligreses que los llamen y los hagan responsables. No vamos a hacer grande a América haciéndola cruel", aseguró dándole la vuelta al famoso slogan MAGA.

¿Un Papa amigo o rival?

Siguiendo las reglas que Donald Trump aprendió de su mentor, Roy Con, es muy posible que la obsesión por el constante reconocimiento lleve al presidente a intentar barrer para casa y adjudicarse parte del triunfo de tener un papa estadounidense. Esto encaja con la retórica nacionalista que ha cultivado durante años. Cuando ayer declaró que es "un gran honor para nuestro país", el magnate piensa en términos geopolíticos y no en el logro religioso. Es decir, la narrativa del America First para proyectar la idea del liderazgo mundial estadounidense hasta en la gran institución milenaria. Sin embargo, ¿el superego del presidente será capaz de soportarlo?

Donald Trump ha hecho carrera considerándose el centro del mundo. La aparición de una figura estadounidense con una mayor proyección global y un carisma espiritual muy por encima del de la Casa Blanca, no casará bien con el perfil narcisista que desplegó en su obra cumbre, ‘El arte del trato (1987)’. Es decir, el Papa León XIV puede ser una amenaza simbólica al mesianismo político que le hizo arrasar en las urnas. Por ello, es casi una certeza que el carácter explosivo del neoyorkino chocará con el representante de San Pedro. Sus narrativas cristianas son como el día y la noche. Y sus luchas también. Donald Trump con su guerra comercial y migratoria, y la Iglesia contra los demonios de los abusos a menores y la exclusión de las mujeres.

Tampoco hay que subestimar la figura del vicepresidente, JD Vance, católico converso y muy conservador. A pesar de que fue criticado por Robert Prevost antes de que fuese Papa (en febrero, compartió un artículo de National Catholic Reporter con el titular "JD Vance se equivoca: Jesús no nos pide que jerarquicemos nuestro amor por los demás"), la fidelidad católica del vicepresidente, que fue uno de los últimos en ver al Papa Francisco, lo convierte en un puente natural entre los dos polos de poder. Un intermediario simbólico y estratégico que, para ello, deberá moderar su mensaje.

La llegada de León XIV recrudecerá la lucha por el alma del catolicismo en Estados Unidos. Un Papa tan alejado del mundo MAGA es un terremoto para los creyentes conservadores y las bases radicales del presidente, como el propio Steve Bannon, que no lo considera un estadounidense de corazón porque Robert Francis Prevost Martínez pasó gran parte de su vida y servicio a Dios en Perú y Roma, no en Kansas, Mississippi o Texas. Activistas como Laura Loomer, la influencer de extrema derecha cercana al presidente, ya lo han acusado de ser marxista, no representar los verdaderos valores y ser un agente del globalismo vaticano.

Si, como se espera, Leon XIV continúa con el discurso de su antecesor sobre derechos humanos, justicia climática y la crítica abierta a la deportación de migrantes, Donald Trump no dudará en gritar frente a las puertas de San Pedro. Entonces, el presidente que se considera salvado por Dios para llevar a cabo su labor, las verá como una piedra a sortear, un obstáculo y un enemigo al que tratará con la misma estrategia que emplea contra sus mayores oponentes: la deslegitimación, el insulto y una lucha sin cuartel por el dominio de las simbologías cristianas que son parte del alma moral de EE UU.