Opinión

El eje antioccidental que amenaza la democracia

China tiene una política más responsable que Rusia, pero no por ello menos agresiva, expansionista u hostil

Traditional Russian wooden dolls called Matryoshka depicting China's President Xi Jinping, U.S. President-elect Donald Trump and Russian President Vladimir Putin are displayed for sale at a souvenir shop in St. Petersburg, Russia, Thursday, Nov. 21, 2024. (AP Photo/Dmitri Lovetsky)
Matriuskas de Xi Jinping, Donald Trump y Vladimir Putin en una tienda de recuerdos en San PetersburgoASSOCIATED PRESSAgencia AP

La actualidad muchas veces ciega el análisis y tratando de comprender el hoy y ahora nos impide ver las causas de las crisis y sus potenciales consecuencias. Otro problema común en el análisis es como muchos confunden los deseos con la realidad. La guerra de agresión contra Ucrania no estalló el 24 de febrero de 2022, empezó a gestarse desde el día que la URSS hizo implosión y su maltrecha sucesora, la Comunidad de Estados Independientes, nació muerta. La «intelligentsia» rusa nunca digirió la pérdida de su nuevo Imperio, no ya la desbandada de sus ex satélites que tenían muchísima prisa por romper las cadenas con Rusia una vez desaparecida la URSS. La herida más profunda fue la independencia de las antiguas repúblicas soviéticas, pero ninguna dejo mayor cicatriz que Ucrania, a la que Rusia considera la cuna de la Iglesia Ortodoxa y de la identidad nacional rusa. La nostalgia de la gloria pasada es el peor de los males que aqueja a los viejos imperios perdidos. Rusia atacó sin razón alguna a Georgia en 2008 y se anexionó las regiones georgianas de Abjasia y Osetia del Sur. Le salió gratis, no hubo prácticamente ninguna reacción de condena en la comunidad internacional.

A la vista de eso, en 2014 dio un salto cualitativo invadiendo y ocupando la península de Crimea. En esta ocasión hubo declaraciones de condena y sanciones, pero sin eficacia o trascendencia real. Putin le estaba tomando la medida a Europa, Estados Unidos y a la OTAN. Esto, sin duda lo envalentonó y de esos polvos viene este lodazal bélico que podría colocar al planeta al borde del abismo de una guerra mundial. Esta es la consecuencia de las políticas pusilánimes e irresponsables de apaciguamiento o de no hacer nada, incluso de esos jefes de Gobierno que creen que eso de la geopolítica no es nada importante y que es un capricho de especialista, entusiastas o diplomáticos. En un mundo intricadamente interconectado, casi todo influye en casi todo el mundo.

Solo algunas naciones aceptan su destino con dignidad y asumen su nueva realidad. Putin, como antiguo alto oficial del KGB, vivió el aparente esplendor soviético, y esta nostalgia, compartida por una mayoría de los rusos, es una mezcla muy peligrosa de revanchismo, resentimiento contra sus pasados enemigos (que después de ser brevemente amigos se tornaron en rivales y de ahí, en sus ojos, enemigos). Se trata de una verdadera obsesión de recuperar su lugar en el mundo y una reforzada agresividad, practicando una guerra híbrida generalizada contra EE UU, Occidente y sus aliados.

No hay nada que la Rusia de Putin no haga para debilitar y desestabilizar a sus enemigos, apoyar, financiar, patrocinar, o incluso fundar movimientos radicales de extra izquierda, extrema derecha y separatistas en los países que son sus objetivos. La ciberguerra, cibercriminalidad, hackeando todo lo que se les ponga a tiro. La manipulación practicando la desinformación de manera intensa, comprando voluntades, alimentando terminales amigas de información cuidadosamente construida para darle apariencia de verosimilitud e intoxicando a medios de prestigio cuando pueden a través de fuentes (algunas incluso respetadas y con impecable reputación) que, de manera consciente o sin saberlo, han sido alimentados con mentiras fabricadas. El objetivo no es necesariamente inmediato, conseguir un resultado concreto, es descomponer al enemigo desde dentro.

Desde el final de la Guerra Fría y la aparente victoria del bloque occidental, la consabida autocomplacencia de las democracias más avanzadas del mundo, que con los EE UU de Reagan a la cabeza provocaron la implosión de la URSS y su bloque, marcó el principio del desastre que vivimos hoy. Recordemos la disparatada tesis de Francis Fukuyama en su «El fin de la historia. Los dividendos de la paz». Fukuyama quería decir con esto que los países que habíamos logrado desangrar la ya de por si desastrosa economía comunista con una carrera tecnológica que no podían sostener, teníamos poco menos que desmantelar o reducir nuestras capacidades de seguridad y defensa. Y digo bien también de seguridad y no solo defensa, pues también afectó de manera muy significativa a los servicios de inteligencia, que redujeron sus presupuestos y redes de inteligencia humana, confiando en exceso en los medios tecnológicos. Una de las consecuencias de eso, por cierto, fue la expansión del terrorismo yihadista e incluso la incapacidad de prever el 11-S.

La seguridad y estabilidad del mundo no han estado garantizadas nunca, pero el peligro es aún mayor cuando se ignoran las muchas fuentes de riego y conflicto. Muchos analistas afirman que no estamos ante una nueva Guerra Fría. En efecto, no lo es, es una serie de conflictos muy peligrosos que muy bien podrían escalar fuera de control. El mundo está dividido otra vez, China, siendo la potencia más poderosa del otro lado, tiene una política más prudente y responsable que Rusia, pero no por ello menos agresiva, expansionista u hostil. Es otro inventor y perfeccionador de la guerra híbrida, añadiendo a los métodos rusos la guerra comercial, arancelaria, tecnológica, inversora, detentación de deuda pública de Estados adversarios, China es el primer tenedor de deuda pública estadounidense –junto a Japón– con nada menos que 770.000 millones de dólares, lo que equivale al 50% del PIB español.

Se ha consolidado un muy potente y agresivo eje (por no ensuciar la palabra alianza) antioccidental, que se ha convertido en el mayor riesgo para nuestras democracias desde el final de la Guerra Fría.