Criminalidad

El «asesino del Golden State» cae 40 años después de sus crímenes

El «asesino del Golden State» cae 40 años después de sus crímenes
El «asesino del Golden State» cae 40 años después de sus crímeneslarazon

Michelle Eileen McNamara murió en 2016, con 46 años, de un corazón fundido y una ensalada de pastillas. Había dedicado quince años a investigar el caso del asesino del Estado Dorado, el «Golden State Killer». Aka Original Night Stalker, East Area Rapist, East Bay Rapist y Diamond Knot Killer. Detrás de todos esos sobrenombres, camuflado tras la máscara de los alias, respiraba un monstruo.

El nombre definitivo, Golden State Killer, fue idea, precisamente, de McNamara. No hablamos de un monstruo de cuento y fábula, con voz de lobo y redención moralista, sino del violador de más de cincuenta mujeres y el asesino de 12 personas en California entre 1979 y 1986. Se cree que DeAngelo también robó en más de 120 viviendas. Las víctimas tenían entre 13 y 41 años, según los registros del FBI.

Después, tras el estruendo los crímenes, la plácida sinfonía de un silencio de hierro. 33 años de impunidad. Las tumbas de sus víctimas besadas por el óxido. Los recuerdos como cuchillas sulfúricas en la memoria de las supervivientes.

De aquellas que despertaron un día con el asesino encima de su vientre. Blandiendo un cuchillo. Hablando entre soplidos. Atadas con sogas, torturadas y finalmente violadas. Gente afortunada: a medida que perfeccionaba la metodología y ganaba confianza, el Golden State Killer se ganó su sobrenombre: añadió al repertorio el asesinato.

No hubo más noticias, más allá de que pasados los años, incluso las décadas, telefoneó a alguna de sus víctimas. Por ejemplo, en abril de 2001, cuando una de ellas descolgó el teléfono y desde lo más oscuro del pozo más frío de su memoria reconoció la voz del monstruo: «¿Te acuerdas de nuestros juegos?». Click. Mucho antes, en 1978, había enviado un poema a la prensa: «Los mortales que sobreviven al nacimiento/ cuando llegan a la madurez,/ hacen inventario de su valor/ en la sociedad que prevalece/ Elegir valores se convierte en una tarea/ Tienes que buscar satisfacción...». Se despedía con «Su East Area Rapist/ su peste merecida/ Nos vemos en la prensa o en televisión».

En 2016 los investigadores, desesperados, ofrecieron una recompensa de 50.000 dólares a cualquiera que aportara una pista. Todavía más importante, la Policía científica pudo al fin extraer, analizar y cotejar los restos de ADN de las escenas del crimen. Unas escenas, y unos crímenes, estudiados con meticuloso sadismo por un tipo que acostumbraba a seguir a sus víctimas durante semanas, que llamaba a sus casas para cerciorarse de sus horarios y visitas, que no olvidaba allanar sus domicilios unos días antes de cometer el crimen para desactivar alarmas, vaciar cargadores de pistolas y esconder sogas. Con todo bajo control, abandonaba la casa, no sin antes orinar y/o defecar en alguna ventana. Su marca de visita. La por entonces indescifrable señal de que se trataba del monstruo que aterrorizaba el norte de California y que pensaba regresar en unos días con la intención, esta vez sí, de torturar, mutilar, violar y matar.

La historia de horror y olvido saltó por los aires durante la noche del martes al miércoles. Agentes del FBI, entre otros miembros de la unidad encargada de capturar asesinos sexuales, y también detectives de homicidios, agentes de la oficina del «sheriff» y miembros de la Fiscalía llamaron a la puerta de un jubilado. Joseph James DeAngelo. de 72 años. Miembro de la Policía local entre 1973 y 1979. Esto es, mientras cometió parte de sus crímenes. Parece evidente que jugó con ventaja.

Cuando se lo llevaron preso a DeAngelo lo acusaban de dos asesinatos. Unas horas más tarde ya eran seis. El número crecerá en los próximos días. Cabe añadir que California fue uno de los primeros Estados en autorizar que se extraigan muestras de ADN de todos los criminales. Una medida que permitió solucionar decenas de casos aparentemente imposibles. Qué irónico que el hombre que propició esto, el mismo que con sus barbaridades hizo que se actualizaran y estandarizasen los protocolos para atender a las víctimas de violaciones siguiera libre y, cuentan, rehiciera su vida y hasta tuviera hijos.

McNamara no ha vivido para ver su captura. Ni siquiera pudo acabar su libro. Lo concluyeron dos colegas que dieron forma a las notas y respetaron los borradores de los capítulos ya redactados, y todo gracias al empeño del marido de la escritora, el cómico Patton Oswalt. Publicado el pasado mes de febrero, el libro termina con una carta de McNamara dirigida al entonces anónimo asesino: «Suena el timbre. Así es como todo acaba para ti. 'Estarás callada para siempre y me iré en la oscuridad', le dijiste una vez a una de tus víctimas. Abre la puerta. Muéstranos tu rostro. Entra en la luz».