Guerra en Gaza

La guerra en Gaza vista desde los kibutz arrasados por Hamás: «La liberación de los rehenes es un deber prioritario»

La deriva del conflicto en la Franja y la última propuesta de paz aleja a los residentes de las comunidades judías atacadas por Hamás de Netanyahu, al que exigen el retorno de sus seres queridos

Uno de los hogares del kibutz Nir Oz arrasado por los militantes de Hamás
Uno de los hogares del kibutz Nir Oz arrasado por los militantes de HamásÁlvaro Escalonilla

Un kilómetro y medio separa Nir Oz de la Franja de Gaza. Este fue uno de los kibutz arrasados por los milicianos de Hamás el 7 de octubre. Una cuarta parte de sus 400 habitantes fueron asesinados o secuestrados. «Para cuando llegó el Ejército, ya no había contra quién luchar», recuerda Pablo Roitman, cuya familia residía en esta comunidad en la que ya no queda nada. La mayor parte de los supervivientes fueron reubicados de forma temporal en Kiryat Gat, una ciudad en el norte del Néguev a una hora de distancia en carretera. Nadie quiere volver. El trauma colectivo sigue presente, y así lo refleja el estado de las viviendas. Destrozadas. Saqueadas. Carbonizadas. Nadie ha limpiado aún las manchas de sangre. El Gobierno y la sociedad civil israelí quiere seguir enseñando al mundo las pruebas del mayor atentado de su historia.

La reconstrucción de los distintos kibutz puede demorarse entre dos y tres años. «Para que sea posible recuperar la normalidad es necesario que los secuestrados regresen y que se resuelva la cuestión de la seguridad de modo que tranquilice a la población», explica Roitman, que sufrió el secuestro de su madre Ofelia Roitman, una de las residentes del kibutz liberada en noviembre después de 53 días de cautiverio, en el único alto el fuego en más de siete meses de guerra. «No todos los que han vivido tan difícil situación regresarán, pero una parte sí. Y por supuesto llegará a la zona gente de otros lugares para fortalecerla», anticipa Roitman.

En Nir Oz y sus inmediaciones nunca dejaron de sonar las alarmas antiaéreas. Ahora también retumban los disparos de mortero. Y las explosiones. Y el vuelo amenazante de los drones israelíes que atacan Gaza mientras se trata de cerrar una nueva propuesta de paz avalada por Estados Unidos. En el horizonte, desde lo alto de uno de los refugios blindados de Nir Oz, se aprecia el sur de la Franja y los núcleos de población próximos a la ciudad de Jan Yunes, completamente arrasados. A lo largo del enclave palestino se reproducen las ofensivas del Ejército israelí en respuesta a la masacre del 7-O que se cobró la vida de 1.200 personas. El número de víctimas en Gaza supera ya las 36.000, según las cifras del Ministerio de Sanidad gazatí. Y si no se alcanza una tregua, el contador de muertes seguirá corriendo. Hamás ha conseguido reorganizarse en el norte y mantiene su presencia en Rafah, desde donde recientemente atacó con cohetes Tel Aviv por primera vez en cuatro meses.

Pablo Roitman, hijo de Ofelia Roitman, una de las 240 personas secuestradas el 7 de octubre que fueron liberadas en noviembre
Pablo Roitman, hijo de Ofelia Roitman, una de las 240 personas secuestradas el 7 de octubre que fueron liberadas en noviembreÁlvaro Escalonilla

El kibutz Re’im queda algo más alejado de Gaza. Cuatro kilómetros de separación. Pero también fue arrasado por los combatientes de las Brigadas Al Qasam, el brazo armado de Hamás. Pablo Kaputianski, uno de los residentes –casi el único– que ha decidido no abandonar su hogar en Re’im, cuenta que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) apenas conocían los kibutz del sur antes del atentado. Ahora, en cambio, hay una fuerte presencia militar. Las unidades del Ejército israelí que entran y salen de Gaza regresan aquí para recordar lo que sucedió el 7-O. Pero la aniquilación de Nir Oz, Re’im y otros kibutz a manos de la fuerza de élite Nukhba, el denominado escuadrón de la muerte de Hamás, palidece en comparación con el estado de completa destrucción que presenta hoy Gaza. El 62% de las viviendas han sido dañadas o destruidas, según la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), y casi 2 millones de personas han sido desplazadas, de acuerdo con los datos de Naciones Unidas.

A este lado de la frontera apenas hay muestras de empatía. Tampoco consideran que los palestinos la tuvieran cuando los milicianos de Hamás arrastraron los cuerpos de los rehenes, algunos de ellos sin vida, en su regreso a Gaza en la tarde del 7 de octubre. «Es una lucha contra el demonio», cuenta mientras recorre en grupo Re’im uno de los uniformados, que no tolera críticas sobre los métodos de combate de los suyos en la Franja. «Solo disparamos cuando estamos seguros de que son terroristas», afirma. Sin embargo, la muerte a las afueras de la ciudad de Gaza de tres rehenes israelíes abatidos «por error» por su propio Ejército en diciembre o las recientes imágenes del ataque aéreo israelí sobre un campamento de refugiados en Rafah, que causó al menos 45 víctimas mortales, en su mayoría mujeres y niños, resquebrajan su teoría. Los soldados rescatan en conversación con LA RAZÓN el argumento esgrimido en los últimos meses por el portavoz militar israelí Daniel Hagari. «Combatir a los terroristas de Hamás es muy difícil: entran y salen de los túneles, emboscan e intentan engañarnos».

Indignación

Benjamin Netanyahu nunca hizo campaña aquí. Los kibutz del sur de Israel dibujaban hasta hace apenas unos meses un paisaje idílico a lo largo de la frontera con Gaza. Un oasis a las puertas del infierno. Estas pequeñas comunidades agrícolas autogestionadas, que dieron pasos hacia la privatización poco antes de la década de los noventa, fueron siempre un bastión de la izquierda; de Meretz y el Partido Laborista, y antes del Mapai de David Ben-Gurión, el padre de la patria. Y aunque los llamados «kibutznik» (residentes de los kibutz) han pasado de trabajar la tierra a ser clase media y a dispersar su voto entre otras opciones políticas, el actual primer ministro es consciente de que nunca tuvo nada que ganar. La brutal campaña militar en Gaza en respuesta al atentado de Hamás terminó de volar los puentes con estas comunidades.

La indignación con el gabinete de guerra, y especialmente con la figura de Netanyahu, es profunda. Las familias de los secuestrados consideran que el Gobierno ha priorizado la eliminación de Hamás sobre el regreso de los rehenes. Una estrategia que se está probando fallida. «La negociación por la liberación de los secuestrados debe ser la primera y más importante misión de la guerra en Gaza. Si para cumplirla hay que detener la ofensiva, tenemos que hacerlo. A Hamás no solo se lo vence en la guerra, sino también creando alianzas y acuerdos con los que no son parte de la filosofía de exterminio de Israel», sostiene Roitman. ¿Sigue siendo posible la paz después de lo sucedido el 7 de octubre? El hijo de Ofelia, una de las 240 personas secuestradas, cree que sí, aunque matiza: «Deben cambiar muchas cosas, pero al final la solución es la paz y la vida conjunta uno al lado del otro, dando la seguridad a Israel de que los palestinos dejan el camino del terror y de querer destruirlo».