Elecciones en Francia

Las dos Francias que no se hablan

El escenario electoral sugiere una fractura entre ganadores y perdedores de la globalización. Le Pen se impone en los municipios con menos de 20.000 habitantes y Macron en las grandes ciudades

Las dos Francias que no se hablan
Las dos Francias que no se hablanlarazon

El escenario electoral sugiere una fractura entre ganadores y perdedores de la globalización. Le Pen se impone en los municipios con menos de 20.000 habitantes y Macron en las grandes ciudades

«Llevan treinta años machacándonos y esto va de mal en peor», asegura Gislaine, 42 años, empleada en un centro de atención a mayores de Hénin-Beaumont, una de las localidades que dirige el Frente Nacional en la franja desindustrializada del norte del país. René, un jubilado de Niza que lleva años viviendo en Valras, una playa cercana a la también ultraderechista ciudad de Béziers, señala que «las fronteras» es el principal problema del país. Gislaine y René votarán hoy a Marine Le Pen. Ella por primera vez. Él por tradición: «También votaba a su padre. Toda la vida he sido del Frente Nacional», señala con cierto orgullo, sin esconder en ningún momento su voto de adhesión desde hace lustros a las siglas de la formación de Le Pen.

El voto de Gislaine, en cambio, tiene más que ver con el hartazgo. «Nunca los he votado, pero ya sé que lo otro es más de lo mismo». Ambos eligen la papeleta del Frente Nacional pero por motivos distintos, aunque compartiendo un sentimiento de periferia abandonada por el poder político. Viven en puntos opuestos de la geografía francesa, pero París para ambos está a años luz. Un mapa del demógrafo Hervé Le Bras evidencia hasta qué punto los bastiones del Frente Nacional coinciden con focos de desempleo, pobreza y menor nivel educativo, con una excepción a esta correlación: las zonas populares de los dormitorios de las grandes ciudades no votan por Le Pen, algo que Le Bras atribuye a que pese a la pobreza, «sí mantienen el contacto con el mundo». Ese «mundo» del que habla Le Bras tiene poco de metáfora y mucho de realidad. Son las dos Francias que no se reconocen ni se entienden. La urbana y la periférica, la de Macron y la de Le Pen.

Cédric es un joven de 31 años con estudios de comercio que gana unos 2.500 euros al mes en una inmobiliaria de la Plaza de la República en París, en donde lleva trabajando unos meses. Votará por Macron el domingo como ya hizo en la primera vuelta y como hicieron casi el 35% de los parisinos, cifra que se dispara varios puntos más aún en su sector de edad, joven trabajador con estudios e ingresos medios. Asume también estar «cansado» de la clase política tradicional, de la cantidad de impuestos y del coste de la vida en la capital. Sin embargo, su descontento se canaliza en la esperanza de una opción nueva. «Temo que Macron al final sea más de lo mismo, pero lo otro...». Cédric admite no tener «ni una sola persona» de su entorno que vote por Le Pen, e incluso no recuerda a nadie en su vida que le haya confesado un voto por el partido de la ultraderecha francesa. «O si no, es que no lo dicen», señala. Una situación homologable a la de cualquier gran urbe francesa. Pese a su resultado nacional en la primera vuelta, Le Pen no llegó al 5% de los votos en la capital. En Lyon o Burdeos quedó cuarta tras el resto de sus rivales e incluso quinta como en Toulouse o Nantes con cifras marginales.

Esta fractura entre ganadores y perdedores de la globalización liberal, eje vertebral del escenario electoral, se puede calibrar en cifras de población. Le Pen se impone en los municipios con menos de 20.000 habitantes mientras que casi todas las ciudades de más de 100.000 habitantes se decantan por el líder de En Marcha.

La Francia del Frente Nacional está lejos de los centros de poder de decisión y no siente que esos centros escuchen sus demandas. «Mientras que en Francia sigamos banalizando que los jubilados vivimos con míseras pensiones de 500 euros y que cada tres días un agricultor se suicida en la indiferencia total... Eso quiere decir que a los franceses les da igual su país», afirma con amargura René, que, además, compra como verdaderas algunas de las noticias falsas que han circulado por redes sociales en la recta final de esta campaña. «Los resultados ya están en el Ministerio de Interior 59% a 41%, nos toman por imbéciles», afirma este jubilado del sur del país que no tiene ninguna duda de que gobiernos y mercados maniobrarán «todo lo que sea necesario» para que Le Pen nunca llegue al poder.

Las teorías del complot suelen tener calado en una Francia que desconfía de esos veinteañeros urbanos embutidos en zapatillas deportivas de marca y ordenadores portátiles en mano que acompañan a Macron en cada mitin. Dos galaxias que casi no interactúan. Esa incomprensión entre la urbe y la periferia ha llevado a una desconfianza en la que el Frente Nacional ha podido desarrollar su discurso con una imagen renovada en los últimos años. «Marine no es antisemita como el padre, es otra cosa», dice Gislaine, convencida del cambio de rostro del FN.

El contraste entre el comportamiento electoral de las capitales y las zonas periféricas es llamativo en los departamentos encabezados por el voto lepenista. Por ejemplo, en la región del Norte, feudo del FN obrero, su presidenta acaparó el 28,22% de las papeletas pero sólo consiguió el 13,83% en Lille, la capital, con tradición de jóvenes universitarios. En realidad, entre la cosmopolita Lille y los municipios periféricos lepenistas que sufren deslocalizaciones de empresas y un alto paro, como Hénin-Beaumont, apenas hay una veintena de kilómetros, pero esa escasa distancia geográfica parece el itinerario entre dos galaxias incomunicadas.