
Cumbre
Macron advierte a Xi Jinping del riesgo de "desintegración del orden mundial"
El presidente francés presiona a Pekín para implicarse en Ucrania y contener la inestabilidad global y avisa del creciente desequilibrio económico y del avance industrial chino en su visita a Xi Jinping

El presidente francés, Emmanuel Macron, aterrizó en Pekín con un mensaje preparado para dejar huella. Francia espera que China actúe, y que lo haga ya, tanto en el tablero militar de Ucrania como en la arena económica global, donde la balanza se inclina de manera creciente hacia Pekín. La visita, envuelta en la solemnidad habitual del Gran Palacio del Pueblo pero marcada por un clima internacional cada vez más áspero, se convirtió desde el primer minuto en un pulso diplomático en el que la parte francesa buscó combinar firmeza, realismo y una dosis calculada de presión.
Desde el inicio de la reunión, el mandatario francés instó a Xi Jinping a implicarse en pasos “concretos” que permitan avanzar hacia un alto el fuego en Ucrania. Asimismo, reclamó “al menos una moratoria” sobre los ataques rusos a infraestructuras críticas, un gesto que, a su juicio, podría frenar la escalada y abrir la puerta a lo que describió como una “paz robusta y duradera”. Recordó que ambos, como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, tienen una responsabilidad particular en la gestión de un conflicto que, según dijo, “amenaza directamente la seguridad europea y la vigencia del orden internacional fundamentado en normas y no en la fuerza”.
El mensaje no fue casual. París lleva meses observando con inquietud la posición oficial china, presentada como neutral pero interpretada en Europa, y muy especialmente en las capitales del este del continente, como excesivamente indulgente con Moscú. Macron, que desde hace años defiende una autonomía estratégica europea que permita a la UE no actuar por inercia ni a remolque de Washington, intentó convencer a su anfitrion de que un involucramiento más activo para frenar la contienda no solo reforzaría la imagen global de China como potencia responsable, sino que también evitaría un deterioro irreversible en su relación con Europa.
A esta tensión de fondo se sumó inevitablemente el asunto de Taiwán, convertido en uno de los ejes más sensibles de la política internacional contemporánea. El recuerdo del viaje de Macron a China en abril de 2023 planeó sobre la conversación. Entonces, sus declaraciones instando a Europa a no convertirse en “seguidora” de Estados Unidos en el estrecho de Taiwán fueron recibidas con entusiasmo en Pekín, pero generaron un terremoto político en Bruselas, Berlín y Washington. Hoy, con el clima regional aún más cargado tras las palabras de la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, quien afirmó que un eventual uso de la fuerza por parte de China podría representar “una amenaza a la supervivencia” de Japón, cualquier matiz adquiere un peso multiplicado.
Pekín, consciente del alcance de esas declaraciones niponas y de la creciente atención internacional sobre la “isla rebelde” , ha intensificado sus esfuerzos diplomáticos para que otros actores validen, al menos parcialmente, su interpretación del statu quo. La reciente conversación entre Xi y el presidente estadounidense Donald Trump apunta en esa dirección: China quiere mostrar que habla con todos y que no se dejará aislar. En ese contexto, el Elíseo dejó claro que mantiene su adhesión estricta a la política de “una sola China”, pero reclamó moderación a todas las partes —en especial a Pekín— y subrayó la necesidad de evitar cualquier paso que altere la delicada estabilidad regional. Para Francia, no se trata de desafiar la visión china, sino de contener cualquier deriva que convierta al Indo-Pacífico en un nuevo foco de confrontación abierta.
En este punto de la reunión, Macron subrayó la gravedad del momento internacional. "Nos enfrentamos al riesgo de la desintegración del orden internacional que garantizó la paz durante décadas y, en este contexto, el diálogo entre China y Francia es más esencial que nunca", afirmó Macron el jueves. Con estas palabras, el presidente francés advirtió que el sistema global basado en normas atraviesa una fase crítica y que la cooperación entre París y Pekín podría resultar determinante para contener un deterioro que considera cada vez más acelerado.
Desequilibrios comerciales
En el plano económico, Macron adoptó un tono aún más duro. Calificó de “insostenibles” los actuales desequilibrios comerciales con China y advirtió de que la asimetría creciente “entraña riesgos reales” para la estabilidad mundial. Aunque evitó mencionar directamente a Bruselas, la advertencia encaja en un clima en el que la Unión Europea ha elevado la presión sobre el gigante asiático, desde la investigación sobre subvenciones hasta el reciente choque por los aranceles a los vehículos eléctricos. El mensaje francés fue tajante, apuntando a que Europa no puede permitirse seguir cediendo terreno estratégico mientras la segunda economía global amplía su presencia en sectores clave.
Aun así, Macron buscó equilibrar el discurso, subrayando avances recientes en ámbitos como las baterías eléctricas o la cooperación industrial en sectores energéticos. Celebró además la disposición china a facilitar un mayor acceso al mercado a los productos franceses, especialmente los agroalimentarios, un gesto que llega tras años de fricciones persistentes y de disputas como la que afectó a las exportaciones de coñac en el contexto de la guerra comercial.
Xi Jinping, consciente de que Europa observa con recelo el modelo económico chino, trató de enviar señales de certidumbre. Prometió un entorno de negocios “justo, equitativo, previsible y no discriminatorio” para las empresas francesas y afirmó que el próximo XV Plan Quinquenal abrirá “importantes oportunidades” para los inversores extranjeros. Sin embargo, evitó pronunciarse con claridad sobre los puntos más espinosos, incluyendo Ucrania, y mantuvo la narrativa habitual de que China sigue siendo un pilar de estabilidad en un mundo convulso.
El encuentro de alto nivel concluyó con la firma de doce acuerdos bilaterales que abarcan desde cultura y educación hasta aviación, ciencia y cooperación medioambiental. Ninguno de ellos supone un giro drástico, pero sí muestran la voluntad de ambos gobiernos de mantener líneas de trabajo estables a pesar de un contexto internacional marcado por la desconfianza, la competencia tecnológica y las tensiones geopolíticas acumuladas.
El posterior desplazamiento de Macron a Chengdu añade una dimensión simbólica a la agenda. Pekín quiere mostrar a sus invitados el dinamismo económico del interior del país, una evidencia de que la modernización china ya no se limita a las metrópolis costeras. Para Macron, la escala será también una oportunidad para observar de primera mano un tejido productivo en plena expansión, que compite cada vez más directamente con las industrias europeas, incluidas aquellas que Francia consideraba fortalezas indiscutibles: la aeronáutica, el sector nuclear o los bienes de lujo.
Ese ascenso industrial chino plantea una inquietud profunda en París: China ya no es solo un socio comercial colosal, sino un competidor sistémico capaz de desplazar a Europa en sectores estratégicos. La pérdida de ventaja comparativa no solo genera tensiones económicas, amenaza además con reducir la influencia internacional francesa en un momento en que las grandes potencias libran batallas silenciosas por el liderazgo tecnológico y la supremacía industrial.
En ese sentido, la visita de Macron no es simple protocolo, sino un ejercicio de calibración estratégica. Para París, mantener abierto este canal directo con Xi es indispensable en un mundo en el que las reglas internacionales se tensan, la rivalidad entre Washington y Pekín domina el pulso global y Europa intenta redefinir su papel. Francia quiere evitar tanto la confrontación como la dependencia. Busca una relación exigente, pragmática y, sobre todo, útil.
Macron llegó a China para comprobar si Xi está dispuesto a ofrecer algún margen real en un ecosistema donde las decisiones de Pekín pesan cada vez más. Si lo ha conseguido o no, se verá en los próximos meses. Pero lo que sí deja claro es que la relaciones ya no pueden gestionarse con inercias del pasado, exigen firmeza, claridad y una diplomacia capaz de navegar un mundo donde Occidente ya no dicta las reglas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar


