Internacional

Macron defiende el multilateralismo frente a las «ilusiones nacionalistas»

El presidente francés confía en que EE UU se sume finalmente al Acuerdo de París contra el cambio climático

Los congresistas y senadores de EE UU aplauden en pie al presidente francés, Emmanuel Macron, tras finalizar su discurso ayer ante el Capitolio en Washington
Los congresistas y senadores de EE UU aplauden en pie al presidente francés, Emmanuel Macron, tras finalizar su discurso ayer ante el Capitolio en Washingtonlarazon

El presidente francés confía en que EE UU se sume finalmente al Acuerdo de París contra el cambio climático.

Abril de 1960. Invitado por Dwight D. Eisenhower, el presidente de Francia, Charles De Gaulle, visita EE UU. Dos héroes de la II Guerra Mundial, dos generales, que buscan en su reencarnación civil consolidar las relaciones entre la superpotencia y el amigo europeo. En aquella ocasión, De Gaulle habló en el Congreso y 58 años más tarde le ha sucedido en la magna tribuna el actual presidente de Francia, Emmanuel Macron. La oportunidad y el paralelismo resultaban demasiado tentadores para regalar una faena de aliño. De ahí que el líder francés aprovechara para reivindicarse como estadista. No sin antes, eso sí, comentar los fuertes lazos que unen a los dos países.

«Francia ha participado en la historia de esta gran nación desde el principio», explicó con tono elegiaco. «Nuestras dos naciones están enraizadas. Hemos compartido la historia de los derechos civiles. Me vienen a la mente miles de ejemplos». Tras agotar el hermoso turno de las galanterías y los manuales de historia, llegó el momento de las razones de Estado, la política económica, los peligros medioambientales o el controvertido y frágil acuerdo nuclear con Irán.

«El siglo XXI», señaló Macron, «ha traído una serie de nuevas amenazas y desafíos que nuestros antepasados jamás habrían imaginado. Podemos construir el orden mundial del siglo XXI basado en un nuevo tipo de multilateralismo, y en un sistema más efectivo y responsable».

Un clásico: en tiempos de turbulencias interiores, y Macron las sufre en una Francia en pie de guerra y cruzada de huelgas, conviene el bálsamo de la política exterior. Hasta el punto de que Macron criticó veladamente a Trump. O mejor, sus políticas. Lo cortés no quita lo valiente. Tocaba marcar territorio. Macron no podía abandonar Washington transmitiendo una imagen de subalterno de la Casa Blanca. Con Trump siguiendo el discurso, las diferencias de criterio resultaban abrumadoras. Por ejemplo, al referirse a las «fake news». Frente al presidente de EE UU, que acusa con frecuencia de diseminar posverdades a cuantos medios le afean la conducta, Macron habló de los auténticos generadores de trolas, de quienes consideran que existen hechos alternativos, de los que opinan que todo, y lo primero la historia, resulta opinable. Un discurso ilustrado que choca con la posmodernidad pura del hombre en el Despacho Oval. «Sin razón», clamó, «sin pruebas, no hay democracia real, porque la democracia tiene que ver con elegir y con las decisiones racionales». Qué lejos del discurso alambicado, promiscuo y blando, de las divagaciones de un Trump digno de Braudillard y Lacan.

No acabó aquí la cosa. Sabido es que la actual Casa Blanca desconfía de la existencia del cambio climático. Considera que obedece, en el peor de los casos, a una fabulación urdida por la comunidad científica internacional. Por la práctica totalidad de la comunidad científica, cabe añadir. Pues bien. Macron advirtió de que no hay escapatoria. Cuidémonos de las funestas consecuencias de apostar por los combustibles fósiles, de torpedear las energías alternativas, de desmontar los departamentos que estudian el calentamiento, de confundir los papeles científicos con los documentales de Al Gore. «Creo en la construcción de un planeta para nuestros hijos que sea habitable dentro de 25 años», dijo, para añadir con pesar que «algunas personas piensan que asegurar las industrias y el empleo actuales es algo más importante que el cambio climático». Mala idea, por cuanto, «admitámoslo, no tenemos un ‘plan B’». Imposible no imaginar en ese preciso instante lo que debería estar pensando Trump. El mismo que ha auspiciado la demolición desde dentro de la Agencia del Medioambiente en EE UU y que todavía habla de resucitar la industria del carbón. Optimista, o provocador, Macron, añadió que todavía espera que EE UU regrese al Acuerdo de París.

Mejor un mal acuerdo con Irán

Respecto al otro gran acuerdo amenazado, el de Irán, reafirmó el compromiso de su país y, al mismo tiempo, la urgencia de comprender los rudimentos de la «realpolitik». Tras aclarar que el objetivo de Francia claro, es decir, que «Irán nunca posea el arma nuclear. Ni ahora, ni en 5 ni en 10 años, nunca». Explicó que «no deberíamos abandonarlo [el acuerdo] si no tenemos algo más sustancial en su lugar». Casi podía mascarse la gravedad del momento cuando dijo que «su presidente y su país tendrán que asumir sus propias responsabilidades con respecto a este tema».

De alguna forma telegrafiaba las que hayan podido ser las conservaciones tras las cámaras. Talante conciliador y suaves palabras, gestos de camaradería y relajación, bromas y cenas de gala, pero también, sobre todo, el foco orientado a los asuntos cruciales. A lo que une y a lo que separa a estos Estados Unidos de casi todos sus socios.

«Un día muy ocupado», había escrito Trump en Twitter. «Deseando escuchar el discurso del presidente Macron ante el Congreso. Un gran honor que rara vez sucede. ¡Será genial!». No está claro que Trump siguiera tan ufano tras escucharle.