Cumbre de Panamá

Maduro no convence a Obama para que retire las sanciones

Ambos presidentes mantuvieron un encuentro «casual» en un pasillo durante la Cumbre de Panamá. El venezolano no descarta un proceso de diálogo con EE UU

Miembros de la Milicia Nacional Bolivariana de Venezuela escuchan en Caracas el discurso de Maduro
Miembros de la Milicia Nacional Bolivariana de Venezuela escuchan en Caracas el discurso de Madurolarazon

Ambos presidentes mantuvieron un encuentro «casual» en un pasillo durante la Cumbre de Panamá. El venezolano no descarta un proceso de diálogo con EE UU

Todos hablaban de Raúl Castro y Barack Obama, del fin de la guerra fría y del comienzo del deshielo, pero no sólo Cuba y Estados Unidos hicieron historia en la Cumbre de las Américas. El encuentro en Panamá también quedó marcado por ser la primera vez que el presidente estadounidense conversó con su par venezolano, Nicolás Maduro, desde que éste asumió el poder. Aunque más que una reunión se trató de una encerrona. La Cumbre de las Américas ya es el foro de la reconciliación hemisférica. Todo eran sonrisitas, golpecitos en la espalada y brindis al sol. Nadie parecía tener nada que increpar a una dictadura como Cuba. Ya habrá tiempo para hablar de derechos humanos, presos políticos y violaciones. Tampoco se atrevieron a realizar crítica alguna a Caracas. Las verdades quedaron relegadas para los foros sociales que se celebraban en paralelo. El que sí que recibió peticiones fue Obama, que fue arrinconado en los pasillos por su homólogo venezolano a última hora, justo cuando se disponía abandonar el recinto. «El presidente Obama y Maduro tuvieron una breve conversación (...) antes de que Obama partiera» del Centro de Convenciones donde se celebra la cita, dijo Katherine Vargas, portavoz de la Casa Blanca. Allí, Obama le reiteró que el «interés de EE UU no era amenazar a Venezuela, sino apoyar la democracia, estabilidad y prosperidad en Venezuela», añadió.

Por su parte, la subsecretaria de Estado, Roberta Jacobson, aclaró que el peligro contra EE UU no es Venezuela, sino los siete funcionarios sancionados, quienes representan una amenaza contra la Casa Blanca a través, por ejemplo, del sistema financiero. Y reconoció que aunque la palabra «amenaza» no fue bien vista por los presidentes latinoamericanos reunidos en Panamá, la orden ejecutiva no implica que Obama pretenda cambiar al Gobierno venezolano y que EE UU no quiere invadir Venezuela. Por ahora, confirmó, no se levantarán las sanciones. Maduro reveló que «nos dijimos las verdades» y que «con el resultado de la cumbre, los próximos días pudiera abrirse la posibilidad de ir a un proceso de conversaciones con el Gobierno estadounidense y explorar el camino de relaciones de respeto, que es lo fundamental». Maduro añadió: «Nos dimos la mano, yo dije, tiendo mi mano, iba con mi mano y de pronto vi la mano de él y se la tomé. Con afecto, como somos nosotros. Le dije: ‘Presidente Obama, yo no soy enemigo de EE UU ni mi pueblo es enemigo de EE UU, ni nuestro comandante Chávez jamás fue enemigo de EE UU’’».

La gran duda que dominó los días previos a la cumbre era cómo iba a comportarse Venezuela, tras la decisión de Obama en marzo de declarar al país suramericano una «amenaza» e imponer sanciones contra siete funcionarios del Gobierno. En un primer momento, la medida enfureció a Maduro. Pidió poderes especiales al Parlamento y movilizó al Ejército y a las milicias como si de una invasión estadounidense se tratara. La Cumbre de las Américas era el escenario exterior de ese circo. Aquí la estrategia del bolivariano cambió, a sabiendas de que estaba solo ante el Imperio. Cuando vio a su mentor Castro estrechar las manos de su enemigo, Maduro abandonó sus habituales arengas y empezó a buscar un encuentro con Obama, para también llevarse su foto.

Ayer con la resaca de la Cumbre llegaron las primeras críticas. El líder opositor y dos veces candidato presidencial venezolano, Henrique Capriles, dijo que «las prioridades de los venezolanos son estirar la plata y conseguir la harina», porque «los anaqueles vacíos y los altos precios son una realidad amarga», mientras que Maduro se preocupa «por ir a cumbres y viajar por el mundo, buscando aliados que le den estabilidad en el poder». El ex presidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez, dijo: «Más útiles las cumbres borrascosas que desnudaban al terrorismo que las que apaciguan a Castro y Maduro. En Panamá apaciguaban a Castro y a Maduro al tiempo que torturaban a disidentes en La Habana y a presos políticos en Venezuela».

Las relaciones entre Washington y Caracas se han visto salpicadas de tensiones y agravios desde la llegada al poder del ya fallecido Hugo Chávez (1999-2013). Una inflación gigantesca, el desplome del PIB, déficit fiscal disparado y una brutal penuria de alimentos y medicinas han reducido la popularidad de Maduro a cerca de un 20%. En ese contexto, el presidente venezolano ha denunciado planes de magnicidio y golpes de Estado en su contra con la participación de Washington. Ambos países retiraron a sus embajadores. Maduro ha expulsado a ocho diplomáticos de Washington acusados de intervencionismo, además de imponer visas para los estadounidenses que viajan a Venezuela. EE UU sigue siendo el principal socio comercial de Venezuela, una relación que ni siquiera ha eclipsado la creciente influencia de China. Venezuela es el tercer socio comercial de EE UU en América. Más allá de las acusaciones lo cierto es que ambos países son grandes aliados en materia comercial. Están condenados a entenderse.

Rousseff, el aval de Caracas

Los países de la región han respaldado a Maduro, pero ha sido la brasileña Dilma Rousseff la principal defensora del régimen ante Obama. Es «importante» que los países americanos analicen con «calma» la situación en Venezuela, pues una ruptura democrática podría desembocar en «un conflicto sangriento». «Los países de la región tenemos que colaborar para que haya un diálogo» entre el Gobierno y la oposición venezolana, dijo Rousseff, para quien «Venezuela no es una amenaza para EE UU».