Política

Estado Islámico

«Quiero vivir donde no persigan a las minorías»

La Razón
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Erbil en agosto, la capital kurda arde con temperaturas de 44 grados y un paisaje semidesértico me recibe; me dirijo a Ankawa, el barrio cristiano. Tranquilidad en las calles, tranquilidad solo aparente: detrás de los muros de las iglesias, dentro de colegios y centros deportivos la realidad es chocante y estremecedora. Miles de personas –en Ankawa tan sólo se calculan unas 70.000– esperan su destino. Los alrededores de la iglesia de San José son como una inmensa sala de espera. Jóvenes, ancianos, niños y bebés, familias enteras agrupadas como pueden en la sombra de los edificios y algunos toldos improvisados están a la espera. Esperan que su largo calvario llegue a fin. Me piden que transmita al mundo que quieren volver a sus casas, a su tierra, que tuvieron que abandonar en la noche del 6 de agosto con lo que llevaban puesto para salvar las vidas de las garras del Estado Islámico (EI), pero que sólo pueden volver si tienen protección internacional. Otros me dicen que no aguantan más que se quieren ir a cualquier parte del mundo donde ser cristiano no conlleve peligro de muerte, me suplican que les ayude a salir del país, porque no tienen pasaporte, papeles o dinero, todo se quedó atrás. Se tiran de la camiseta y me indican: esto es lo único que me queda. Demasiado larga ha sido la negligencia, la indiferencia de las fuerzas políticas nacionales e internacionales. La persecución religiosa en Irak no es un problema de ahora, las leyes iraquíes discriminaban claramente ya a los cristianos en su constitución. La persecución no es nada nuevo; desde el 2003 se calculan más de 1.000 asesinatos a cristianos por su fe. Y aún siendo una tragedia anunciada los acontecimientos de los últimos meses han dejado traumatizada a la minoría cristiana. Nadie se explica el comportamiento del Ejército iraquí en junio cuando ante la llegada del EI a Mosul abandonaron a sus ciudadanos a su suerte. El decreto del EI fue claro: convertirse, marcharse o morir. Nadie movió un dedo por defenderles. Muchos de los iraquíes cristianos que encuentro ahora refugiados en pueblos al norte de Duhok venían de Mosul y encontraron refugio en los pueblos cristianos del valle del Nivive en Alqosh, Qaraqosh, Tallkeif entre otros. Pocas semanas después volvían a repetir la traumática experiencia del abandono político: esta vez era la milicia kurda, los peshmerga, la que se retiraba ante el avance del EI dejándoles indefensos. Y el resto de la comunidad internacional seguía ignorando la suerte de la minoría cristiana y de otras religiones. Tuvieron que llegar noticias de la masacre a la minoria yazidí, imágenes de niños muertos por deshidratación, testimonios de matanzas, vejaciones y crueldades sin nombre para que la comunidad internacional despertara de la siesta estival. Un despertar lento y pesado, mientras la sala de espera sigue llena con más de 230 000 refugiados, entre cristianos y yazidíes, en Kurdistán que preguntan una única cosa: ¿qué será de nosotros?

*Responsable de Comunicación de Ayuda a la Iglesia Necesitada