
Sudeste asiático
Tormenta de tensiones en la frontera entre Tailandia y Camboya: enfrentamientos armados y víctimas civiles
Es el segundo enfrentamiento armado desde que un soldado camboyano fue abatido en mayo, y supone una importante escalada que se produjo pocas horas después de que ambos países rompieran sus relaciones diplomáticas
Tras meses de tensiones y caos, la frontera entre Tailandia y Camboya, un hervidero de tensiones históricas, ha pasado a ser un campo de batalla sin cuartel. La madrugada del jueves, el templo de Prasat Ta Muen Thom, joya arqueológica del siglo XI, se convirtió en el foco de una escalada militar sin precedentes en más de una década, dejando un saldo de al menos once civiles y un soldado tailandés muertos.
Este choque, el más grave desde los enfrentamientos de 2011 en torno al templo de Preah Vihear, ha sumido a ambas naciones en una crisis diplomática de proporciones críticas, con zonas limítrofes clausuradas, embajadores expulsados y Camboya clamando por la intervención del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Lo que subyace en esta conflagración no es solo una disputa territorial, sino una lucha por la narrativa histórica, el orgullo nacional y la legitimidad política, en una región donde los templos jemeres son emblemas de soberanía.
En esta ocasión, el silencio del amanecer en la provincia tailandesa de Surin, en la cordillera de Dângrêk, fue eclipsado por el estruendo de la artillería. Según el Estado Mayor tailandés, la chispa que desató el conflicto fue la incursión de un dron camboyano en el espacio aéreo sobre Ta Muen Thom, seguido por un pelotón de seis soldados armados con fusiles de asalto y lanzacohetes.
Al parecer, desde una distancia de apenas 200 metros de una base militar tailandesa, los camboyanos, ignorando advertencias, abrieron fuego, desencadenando una respuesta inmediata con morteros y ametralladoras pesadas. Phnom Penh, en un relato diametralmente opuesto, acusa a Tailandia de iniciar las hostilidades al bloquear el acceso al templo y bombardear sus posiciones con artillería.
La progresión de las hostilidades fue vertiginosa. Imágenes satelitales y videos difundidos en redes sociales muestran un intercambio feroz de proyectiles, con explosiones que iluminaron la densa selva de la frontera. Tailandia reportó bajas civiles tras ataques camboyanos que devastaron una gasolinera, una comisaría y un hospital en la provincia de Sisaket.
En represalia, la Real Fuerza Aérea Tailandesa desplegó cazas F-16 para ejecutar ataques quirúrgicos contra una base camboyana en Oddar Meanchey, que Bangkok asegura haber neutralizado. Phnom Penh, por su parte, niega pérdidas significativas, pero reivindica haber derribado un F-16 enemigo con un sistema portátil de defensa aérea (MANPADS), afirmación que su vecino desmiente categóricamente. Ambas naciones han evacuado aldeas, clausurado pasos fronterizos y movilizado reservas, señal de que la confrontación está lejos de amainar.
La frontera disputada: un legado jemer en el centro del conflicto
La raíz de esta contienda no es nueva; yace enraizada en la cordillera de Dângrêk, donde los templos jemeres de Preah Vihear, Ta Muen Thom y Ta Krabey se alzan como vestigios del glorioso Imperio Jemer (siglos IX-XIII). Estas estructuras, más allá de su valor arqueológico, son símbolos de identidad nacional que alimentan un nacionalismo exacerbado en ambos lados de la frontera. En 1962, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) otorgó la soberanía de Preah Vihear a Camboya, pero los 4,6 km² circundantes permanecen en disputa, un punto de fricción que Bangkok ha explotado históricamente para galvanizar apoyo interno en momentos de inestabilidad política.
Ta Muen Thom y Ta Krabey, menos célebres pero igualmente disputados, han emergido como nuevos puntos tácticos. Ubicados en la provincia camboyana de Oddar Meanchey, colindante con las provincias tailandesas de Surin y Sisaket, ambos países mantienen guarniciones permanentes en la zona, con Camboya desplegando batallones ligeros de infantería reforzados con morteros y Tailandia contando con unidades mecanizadas y apoyo aéreo cercano.
La presencia de minas terrestres, atribuidas por Bangkok a Camboya y por Phnom Penh a conflictos históricos como la guerra civil camboyana ha añadido una capa de complejidad a las operaciones terrestres. En julio, dos soldados tailandeses sufrieron mutilaciones graves por explosiones de minas, un incidente que exacerbó las fricciones y sirvió como preludio a la actual conflagración. La topografía montañosa, combinada con la densa vegetación y la infraestructura militar, convierte a esta zona en un avispero donde un solo incidente puede desatar una reacción en cadena.
El enfrentamiento no surgió de la nada. En mayo, un tiroteo en el denominado "Triángulo Esmeralda" dejó un soldado camboyano muerto, un incidente que ambas partes atribuyen a la otra. En julio, dos explosiones de minas terrestres hirieron a militares tailandeses, intensificando las acusaciones mutuas de sabotaje. La crisis política interna en Tailandia ha agravado aún más el escenario.
Una filtración de una llamada entre la primera ministra Paetongtarn Shinawatra y el líder camboyano Hun Sen desató un escándalo que culminó en la suspensión de Shinawatra por la Corte Constitucional tailandesa. Este vacío de poder ha fortalecido a los sectores más beligerantes en Bangkok, que ven en el conflicto una oportunidad para consolidar el apoyo doméstico en un momento de fragilidad política.
La ruptura diplomática es absoluta. Tailandia retiró a su embajador, expulsó al representante camboyano y cerró todos los pasos fronterizos. Camboya respondió con medidas simétricas y elevó el caso al Consejo de Seguridad de la ONU, mientras prepara una nueva demanda ante la Corte Internacional de Justicia. Bangkok, reacio a la mediación, insiste en apagar las llamas de la discordia mediante negociaciones bilaterales. "La soberanía no se delega a tribunales externos", declaró el viceprimer ministro tailandés Suriya Jangrong, encapsulando su postura intransigente.
Impacto humano y táctico
El costo humano es devastador. Más de 40.000 civiles de 86 aldeas han sido desplazados a refugios improvisados, donde la escasez de alimentos, agua y suministros médicos agrava una situación ya precaria. Un hospital en Kantharalak, alcanzado por fuego camboyano, quedó inoperativo, dejando a la población local sin acceso a atención médica crítica.
Camboya ha reactivado el servicio militar obligatorio, mientras Tailandia refuerza sus líneas con blindados y artillería autopropulsada. Aunque la superioridad aérea y logística tailandesa le otorga una ventaja estratégica, la experiencia de las fuerzas camboyanas, forjada en décadas de conflictos internos, plantea un desafío formidable en combates terrestres.
La comunidad internacional observa con preocupación, pero actúa con cautela. Malasia, en su calidad de presidenta de la ASEAN, ha ofrecido mediar, pero la falta de avances refleja la complejidad mientras los intereses nacionales y el orgullo histórico chocan frontalmente. Grandes potencias como China y Estados Unidos han instado a la contención, pero evitan involucrarse directamente.
Sin una mediación efectiva, el riesgo de una guerra abierta es innegable. Los movimientos de tropas, el despliegue de artillería y la retórica inflamada sugieren que una tregua es frágil. Para los estrategas, el desafío es claro: contener la amenaza que puede desestabilizar una región crucial para la seguridad y el comercio global.
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