Inmigración

Trump se mofa de la debilidad de Merkel: «No nos pasará lo mismo»

El presidente asegura que mantendrá la tolerancia cero para que su país no sea un «campo de migrantes»

Donald Trump durante una rueda de prensa en la Casa Blanca / Reuters
Donald Trump durante una rueda de prensa en la Casa Blanca / Reuterslarazon

El presidente asegura que mantendrá la tolerancia cero para que su país no sea un «campo de migrantes».

La decisión de separar a los niños de sus padres no bien cruzan la frontera ilegalmente amenaza con provocar un cisma en el Partido Republicano. Menores desamparados, rodeados de funcionarios que hablan en un idioma que no entienden, a los que aíslan de sus padres y encierran en instalaciones donde no conocen a nadie. El mensaje, de una potencia simbólica bestial, y repudiado por las organizaciones de defensa de los derechos de los inmigrantes, pretendía servir como advertencia para futuros indocumentados. De fondo, la campaña electoral de otoño y los números en las encuestas de un Trump necesitado de golpes de efecto.

Pero en estos días revueltos el fuego amigo aparece cuando menos lo esperas, y el gran aldabonazo llegó ayer. Cuando Laura Bush, esposa del ex presidente George W. Bush, publicó un devastador artículo de opinión en «The Washington Post». La que fuera primera dama escribió que se encuentra entre «los millones de estadounidenses que han visto las imágenes de niños arrancados de sus padres». Tras constatar que en apenas quince días el Departamento de Seguridad Nacional ha deportado a casi 2.000 niños a centros de detención, de los que más de cien son menores de cuatro años, atribuye las separaciones a «una política de cero tolerancia para con sus padres, acusados de cruzar ilegalmente nuestras fronteras». Tras recordar que vive en un estado fronterizo y que aprecia «la necesidad de hacer cumplir y proteger nuestras fronteras internacionales», o sea, tras subrayar que pertenece a la almendra ideológica del Partido Republicano y no tiene nada que ver con los demócratas de las Costas, lanza su gancho: estamos ante una política «cruel» e «inmoral». «Me rompe el corazón», dice.

Pero éste es sólo un entremés. «Nuestro Gobierno», añade, «no debería estar en el negocio de almacenar niños en cajas o en tiendas de campaña en el desierto a las afueras de El Paso. Estas imágenes son inquietantemente reminiscentes de los campos de internamiento de japoneses estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial, considerado uno de los episodios más vergonzosos en la historia de Estados Unidos».

A mitad de camino entre la crítica y el capote llegó después el comunicado de la actual primera dama, Melania Trump, que por boca de su directora de comunicación, Stephanie Grisham, declaraba a la CNN que «odia ver a los niños separados de sus familias y espera que ambos bandos puedan finalmente unirse para lograr una reforma migratoria exitosa». Traducido: también a ella le parten el corazón las imágenes de los niños separados de sus padres, pero la culpa es de quienes parecen incapaces de llegar a un acuerdo y la solución pasa por financiar el muro. El mismo argumento esgrimido por Trump y su fiscal general, Jeff Sessions.

Y cómo nadie interpreta las diatribas de Donald Trump como él mismo, disparó ayer varios mensajes en Twitter donde acusa a los demócratas de usar a los menores de forma electoralista. «Deberían trabajar en la seguridad y la seguridad fronteriza. ¡No esperéis hasta después de las elecciones porque vais a perder!». Después se preguntaba por qué los demócratas «no nos dan los votos para arreglar las peores leyes de inmigración del mundo. ¿Dónde están las protestas por los homicidios y el crimen causados por las pandillas y los matones, incluida la MS-13, que entran ilegalmente a nuestro país?».

Pero ninguno de sus tuits ha sido más explosivo que el que achaca a la debilidad de la coalición de Merkel el supuesto auge del crimen en Alemania. «¡Gran error en toda Europa», escribe, «permitir que millones de personas hayan cambiado su cultura de forma tan violenta y fuerte!». Respecto a los niños en la frontera con México, opina que están siendo usados por los criminales para ingresar en EE UU. Olvídense de presentar los informes que justificarían sus políticas y, por supuesto, de los números para corroborar esas palabras. «Algunos países», dice Trump, «son los lugares más peligrosos del mundo. No va a suceder en Estados Unidos». «La población de Alemania se está volviendo contra sus líderes», añadió, cuando «la inmigración está sacudiendo la ya débil coalición de Berlín», dijo, para sentenciar que «la delincuencia en Alemania está al alza».

Más tarde, Trump continuó asegurando que «Estados Unidos no será un campamento de inmigrantes. Y no se va a convertir en una instalación de acogida de refugiados. No lo va a ser», apostilló. No lo será, desde luego, mientras sus rivales políticos, y parte de su propio partido, mantengan el veto a la construcción del muro. Si los primeros rehenes en la mesa de negociaciones fueron los menores protegidos por el DACA, llegó el momento de apostar a doble o nada. Pocos envites como los niños que lloran solos para forzar la mano de sus rivales y, de paso, redoblar su imagen de hombre duro. El «sheriff» lacónico y pétreo que hace lo correcto incluso a pesar de sus mejores instintos.