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Xi Jinping, el nuevo emperador chino

Una escultura de Mao Zedong enfrente de un souvenir con la imagen del actual presidente chino, Xi Jinping, desplegados en una tienda junto a la plaza de Tiananmen, en Pekín
Una escultura de Mao Zedong enfrente de un souvenir con la imagen del actual presidente chino, Xi Jinping, desplegados en una tienda junto a la plaza de Tiananmen, en Pekínlarazon

En octubre del año pasado, en el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista chino (PCCh), el presidente del país, Xi Jinping, renovó su liderazgo para otros cinco años más. Entonces, aseguró que su meta era convertir a China en «un líder global en cuanto a fortaleza nacional e influencia internacional» para 2050. Lo que, sin embargo, no especificó en aquel cónclave es que ese objetivo vendría encarnado en su persona y, para asegurárselo, debería modificar la constitución del país, un cambio que acabaría con la única dictadura del mundo, hasta la fecha, con límites de mandato. Las especulaciones apuntaban tiempo atrás a que el líder con más poder desde los tiempos de Mao quería perpetuarse en el poder, pero no fue hasta esta misma semana cuando se anunció esa reforma de la Carta Magna que, siguiendo el curso oficial de los acontecimientos, ha sido hoy aprobada en Pekín en la reunión de la Asamblea Nacional Popular (ANP). No en vano, esta trascendental decisión se habría tomado el pasado enero en una reunión a puerta cerrada de unos 200 altos funcionarios del PCCh. Tras mantener el asunto en secreto durante semanas, en un probable intento de acallar posibles voces críticas, hoy no es China sino el propio Xi quien confirmará su posición de líder global dentro y fuera de las fronteras del gigante asiático. Comenzará la era de Xi. Y, por lo que parece, por muchos años.

Desde que llegara al poder en 2012, Xi abrazó «la visión de una China y un Partido Comunista chino fuertes, y esta decisión de extender los límites del mandato presidencial refleja las demandas de tener un líder que respalde esos objetivos políticos», explicó a LA RAZÓN Lauren Dickey, candidata a doctorado de Estudios de Guerra en el King's College de Londres. Para lograr esas metas, de puertas para adentro, el astuto Xi ha sabido cómo ganarse al público al tiempo que ha eliminado a posibles rivales con su campaña contra la corrupción y, de cara al exterior, se ha presentado como defensor de la globalización, del cambio climático y de los tratados de comercio internacionales mientras Washington abandonaba ese papel.

Con el control de los medios de comunicación, que le apodan «Xi Dada», el padre de la China del siglo XXI ha construido el culto a su personalidad. Esa propaganda le ha ayudado a centralizar el poder en sus manos y se ha ganado el favor popular erigiéndose en el cumplidor de las medidas que sus antecesores impulsaron. Ha logrado atajar el problema de la contaminación, provocado por el vertiginoso desarrollo industrial del país en las últimas décadas; y con su campaña contra la corrupción dentro del PCCh, los ciudadanos han vuelto a confiar en las reglas de la formación política más grande del mundo.

«La China de Xi no es esperar a ser una gran nación, es serlo ya», escribía recientemente en este diario Kerry Brown, director del Instituto Lau China en la misma institución londinense. Nada tiene que ver la China que antaño se conocía con la de ahora. Los logros han sido mayúsculos y el desarrollo de la sociedad trepidante. Sin embargo, el camino para llegar a la China actual que cuenta con la clase media más grande del mundo, no ha estado exento de dificultades, especialmente de trabas políticas y de libre pensamiento con las que todos aquellos que no compartían las opiniones del PCCh han tenido que lidiar para, finalmente, ser silenciados.

El Estado vigilante, cada vez mejor equipado con sistemas de inteligencia artificial y de reconocimiento facial, controla los movimientos de sus ciudadanos tanto en las calles como en su vida virtual y aplasta cualquier intento de disidencia. Ahora, parece que la era de Xi aún lo pondrá más difícil. La ANP tiene previsto aprobar también estos días la creación de un nuevo cuerpo, la Comisión Nacional de Supervisión, que vigilará a tres veces más ciudadanos que hasta ahora y que seguro ayudará al secretario general del PCCh a lidiar con los retos venideros.

Entre ellos, reforzar el cada vez mayor papel del país en la escena internacional. La continuidad de la nueva ruta de la seda, que le ha abierto las puertas de multitud de países en los que ha anunciado préstamos e inversiones diez veces mayores que los del Plan Marshal según algunas estimaciones; o la modernización del Ejército, con la que ha convertido al gran dragón en el segundo mayor inversor del mundo en materia militar, son dos de las apuestas personales de Xi con las que está decidido a liderar el mundo. La inversión en diplomacia y los acuerdos de libre comercio que mantiene con 21 países también se ampliarán.

En el terreno financiero, la segunda economía del planeta deberá emprender nuevas reformas que dirijan el modelo de crecimiento basado en deuda financiada con crédito hacia algo más sostenible. Sin embargo, muchos dudan de que el también presidente de la Comisión Militar Central se arriesgue con un modelo que no combine el crecimiento rápido y la sostenibilidad. Eliminar la pobreza y la contaminación en las zonas rurales, frenar el envejecimiento de una población con un índice de natalidad que no repunta o apuntalar los sistemas de seguridad social y sanidad se mostrarán claves en el éxito del que algunos se han atrevido a llamar el nuevo emperador.

No obstante, como asegura el experto Lauren Dickey, «será fundamental observar cómo gestiona el tiempo un Xi a quien el cúmulo de títulos le puede dar la presidencia indefinidamente pero no las herramientas para superar los crecientes desafíos a nivel nacional e internacional». Eso, sin olvidar a sus enemigos dentro del Partido y de la élite política más ampliamente. Según Dickey, «ha surgido un gran temor a raíz de la decisión de ampliar el mandato de Xi y es que su campaña anticorrupción y una represión social más amplia servirán para garantizar que aquellos que se oponen a Xi no puedan ocupar puestos de poder e influencia», lo que allanará aún más el camino para un líder cuyo pensamiento ya se estudia en las universidades de todo el país.