Londres

Bestiario de espías

Internet fue un invento de militares norteamericanos. Ahora, unos cuantos treintañeros mantienen contra las cuerdas a Obama por su conocimiento de la red: el ciberespionaje.

Del «zapatófono» a internet .El Superagente 86 Maxwell Smart y la Agente 99 protoganizaron una célebre serie de espías. Hablaban por «zapatófono»
Del «zapatófono» a internet .El Superagente 86 Maxwell Smart y la Agente 99 protoganizaron una célebre serie de espías. Hablaban por «zapatófono»larazon

Desde los «papeles del Pentágono» a la corte marcial iniciada contra el soldado Bradley Manning en Fort Leavenworth (Kansas) está en cuestión la licitud moral de publicar material militar o diplomático clasificado como reservado por un estado. La primera confusión viene de la mano de considerar una suerte de periodismo los millones de folios secretos que Julian Assange, Daniel Ellsberg, Hervé Falciani y el propio Manning que han distribuido por red o papel. Eso no es periodismo. Los periodistas no son los propietarios de la información, pero están obligados a evaluarla según intereses generales, a evitar dañar a ciudadanos o entidades colaterales y, especialmente, a explicar y poner en su contexto un maremoto de datos que en ocasiones pone en peligro la vida de agentes encubiertos en zonas de guerra. Esta oleada de revelación de secretos informáticos es masivamente apoyada en la red o por Amnistía Internacional, pero no obsta para que los implicados estén sujetos a leyes estadounidenses en vigor. A veces para ser leal hay que traicionar, aunque jurídicamente es un misterio irresuelto hasta dónde la recta conciencia exime el delito.

El precedente de este espionaje a los espías en el ciberespacio fue una modesta fotocopiadora de 1967. Daniel Ellsberg era una cabeza de huevo de Harvard formado en análisis económico y, sorprendentemente, encontró su primer trabajo en la Infantería de la Marina, a la que perteneces para siempre, llegando a primer teniente bajo el lema «semper fidelis». Trabajando para la RAND fue subcontratado por el Pentágono y le espeluznaron los análisis de Robert McNamara y Henry Kissinger sobre la evolución negativa de la guerra en Vietnam y su expansión a Laos y Camboya para yugular la Ruta Ho-Chi-Minh. Compró la reproductora y compiló varios tomos repetidos. El primero para «The New York Times», cuya segunda entrega fue prohibida por una orden judicial pedida por la Casa Blanca de Nixon. En clandestinidad y cambiando de estado (con ayuda de personal del senador Edward Kennedy) fue enviando folios al «Washington Post», al «Boston Globe», a los «Angeles Times» y una decena de diarios más que tenían que ir parando rotativas hasta que el Tribunal Supremo invocó la Primera Enmienda que defiende la libertad de prensa acabando con los secuestros intermitentes de los «papeles del Pentágono». Hoy Ellsberg, a sus 82 años, es el patriarca de los fontaneros de desagües oficiales.

El australiano fundador de Wikileaks, Julian Assange, es un santo de la libre información o un sujeto dado a otros intereses. Lleva un año refugiado en la embajada ecuatoriana de Londres como si Ecuador fuera una panacea en la circulación de noticias. Pero le retiene algo sicalíptico: Suecia le reclama por la violación de una sueca y, visto el caso, se le extraditaría a Estados Unidos. La víctima del abuso declaró ante el juez que la violaron mientras dormía y tuvo cuenta de ello al despertarse. Telefoneé a mi gran amiga sueca, Katie, preguntándole si se podía violar a una vikinga durante el sueño, y me contestó que las suecas son unas chicas muy raras. En cualquier caso, Assange debe ser muy sigiloso en la cama. Sin necesidad de mucho cine o literatura de espionaje, es lícita la sospecha de que la CIA le colocó conejitas al australiano, hoy al albur de que cambie el Gobierno en Quito o le doblegue la claustrofobia. No hay datos que relacionen directamente al soldado de primera clase Bradley Manning (25) con Assange. Bastó con que le pasara la información de Afganistán e Irak a Wikileaks, aunque se sospecha que le delató un bloguero suramericano a cuenta de Washington. Si no fusilaron al teniente Calley por la aldea de Mi Lay, no lo van a hacer con Manning, pero por alta traición le pende una cadena perpetua sin posibilidad de revisión. Detraer material en bruto tiene inconvenientes: las tropas USA han cometido errores y desmanes, pero también los restos del Ejército y la Policía iraquí y los mercenarios occidentales poco dados a respetar reglas de enfrentamiento. Manning sirve a un «totum revolutum».

La teoría del dominó, las explosiones por simpatía, han llegado quizá a lo peor: Edward Snowden (29), ingeniero de sistemas en Hawái para la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional, que ha limpiado la gran cañería de escuchas telefónicas y por red organizadas en Estados Unidos por Bush Jr. y prorrogadas paulatinamente por Obama y escondido en Hong Kong de las garras de Washington o de una novia bailarina de barra. Cientos de millones de intervenciones dentro y fuera de la nación con el visto bueno de los primos británicos. El estadounidense es renuente incluso a que el Estado le obligue a una cartilla sanitaria, y no soporta que hurguen su privacidad. Un publicista le prestó a Obama el «Sí, se puede», tan huero que ha sido importado por nuestros indignados. Ahora le han hecho decir que no se puede conjugar un cien por cien de seguridad con un cien por cien de privacidad. Otro lema sin contenido. No existe el cien por cien y entre el 3 y el 4 está el número pi. Son abstracciones como el cero centígrado o el Norte y el Sur en la proyección geográfica de Mercator. La pregunta es cuánta intimidad obsequiará a los gobiernos la sociedad a cambio de qué tasa de seguridad. Para Nietzsche, hay que vivir peligrosamente, y se añora aquel US Mail en el que insultarte por carta era delito federal. Igual que los mejores físicos son treintañeros, los grandes hackers andan por la veintena y son imprescindibles e imprevisibles. ¿Y recordar que internet fue un invento militar? La primera potencia del mundo contra las redes.