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Nombres con futuro

Presentamos con motivo de nuestro aniversario a una nueva generación de científicos, artistas, deportistas y empresarios

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Presentamos con motivo de nuestro aniversario a una nueva generación de científicos, artistas, deportistas y empresarios

El dato ineludible de la fecha de nacimiento nos pone a todos y a cada uno, muchas veces a nuestro pesar, en el coto de un grupo. Así, los sociólogos cifraron una «Generación X», después una generación «JASP» (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados) que precedió a los «millenials» –también conocidos como «Generación Y»– y ahora se habla de una «Generación Z» conformada por todos aquellos menores de dieciocho años con nuevas prioridades impelidos por un verdadero salto exponencial. Pero, en el ínterin, hay una nueva casta de jóvenes multifacéticos, con inquietudes, dotados de espíritu emprendedor y para quienes el idealismo y el esfuerzo, a partes iguales, son sus rasgos identitarios.

Son hombres y mujeres que representan una alternativa creativa, científica, deportiva o empresarial, tan sólida como reconocida. Muchos de ellos desconfían de las empresas y se han convertido en sus propios empleadores. Han «bebido» de los logros de sus antecesores pero sienten la necesidad de dar una vuelta de tuerca a lo establecido en el ámbito de sus distintas vocaciones. Todos ellos se han atrevido a buscar y crear su presente, escribiendo con tinta nueva sus propias historias con metas tan revolucionarias como tangibles. Desde luego, quienes conforman esta nueva generación no se sienten perdidos, ni vacíos, ni olvidados, porque están llenos de planes y esperanzas para seguir haciendo girar el mundo... A pesar de todas las hostilidades.

Cualquier década tiene sus complejidades económicas y sociales. No en vano, parecida situación de dificultad a la que estamos viviendo ahora, les sobrevino a los nacidos en los sesenta, cuando en su juventud se toparon con la ochentera crisis del petróleo. Pero siempre hay luchadores que no se arredran, empujan sus capacidades hacia lo inimaginable y emprenden rarezas incomprensibles para sus propios compañeros de viaje. Se trata, no de reventar el canon, sino de llevarlo hasta sus últimas consecuencias para lograr lo nuevo, lo mejor, la excelencia. Si las generaciones anteriores de cocineros, diseñadores, ingenieros, arquitectos, poetas o deportistas les inculcaron que cualquier paso hacia delante era posible, ellos, los mejor preparados de la historia, sólo han hecho aquello que creen que debe –y puede– hacerse, conjugando tradición e innovación. No son materialistas, ni persiguen vivir experiencias satisfactorias, simplemente no aceptan limitaciones sociales, ni empresariales ni les intimida el pesimismo generalizado.

Hay, sin lugar a dudas, relevo generacional en nuestro país. A la vista está que saben ganar podios, conquistar títulos, integrarse en punteros equipos de investigación. Diseñan revolucionarios edificios, escriben la literatura que será estudiada en manuales futuros y crean nichos empresariales impensables. Se llaman Marta, José Luis, Ricky, Isco, Lucio, Carlos, Jordi, Pablo, Rosa, Josep, Javier, María, Rocío... Y no necesitan opositar a una plaza de adulto profesional porque la tienen ganada desde hace mucho. Han creado su propio escenario donde desarrollar sus inquietudes científicas, médicas, deportivas, creativas, espirituales, empresariales, artísticas o tecnológicas en tiempos difíciles. Han superado el reto de recuperar el espíritu de sacrificio aprendido de generaciones anteriores, sin perder un ápice de entusiasmo y con la creatividad y el ingenio, por bandera. Hay quien trae una historia y quien sale a buscarla... Este grupo de emprendedores pertenece a la segunda categoría. Porque sus proyectos se mueven al ritmo de su necesidad hasta toparse de bruces con la profesión que los nombra.

Son hombres y mujeres formados. Excelentemente formados. Con inmejorables calificaciones, mucho esfuerzo en la mochila, años de aprendizaje a sus espaldas, con un ansia desmedida de poner una pica en la Flandes de su vocación, con las uñas ávidas de arañar su merecido hueco y el alma llena de proyectos ilusionantes.

En absoluto se trata de una generación extraviada, sino, muy al contrario, de una generación ganada porque ha tenido que readaptarse, se reinventan cada día y saben desde hace mucho que la vida no es un juego y que va tan en serio como las «vacas sagradas» se empeñan en recordarles con el dedo índice acusador. Han madurado antes que muchos y, acaso, sin los inconvenientes de este tiempo aciago –tiempo de cambio, como nos recuerdan los orientales–, habrían derivado en niños mayores con un lentísimo crecimiento.

Aprendieron de Ferran Adrià, Nadal, Todolí, Amenábar, Tamara, Zafón, Arzuaga –y tantos otros– a negociar con los inconvenientes y sopesar sus verdaderas posibilidades. Hubiera sido de kamikazes laborales pretender imposibles, pero también desistir supondría una definitiva derrota. Han sabido pelearse a brazo partido con la realidad, los imponderables, las limitaciones hasta negarse a aceptar aquello que sabían que podían cambiar. Un auténtico «quid pro quo» con la realidad, poniendo sensatez en sus peticiones al tiempo que han sido premiados, no con imposibles, sino con lo que de verdad podía ser. Avanzar o morir. Progresar, evolucionar, romper barreras y batir marcas... Esas son las premisas del cambio en la práctica totalidad de ámbitos.

En este mundo globalizado se habla del relevo generacional como de uno de los problemas más graves con que se enfrenta cualquier nación, pero España tiene una base sólida de nuevos nombres, inmejorables ideas y novedosos proyectos. La línea recta opera en diversos ámbitos como un énfasis, dando raíl al discurso creciente de logros. No sólo subraya la intención, sino que disimula las trabas. La nueva generación avanza planteándose objetivos diarios, tomando la iniciativa, reformulando procedimientos, delegando tareas cuando es menester y aprendiendo nuevas formas de caminar manteniéndose al margen del victimismo.

No hay límites a su ingenio ni a su empeño, porque, mientras a la mayoría les parece intolerable que les exijan demasiado, para ellos es primordial la competitividad consigo mismos, empujando sus capacidades hacia lo inimaginable, hasta producir rarezas, destellos, conseguir nuevas licencias y logros, incomprensibles para sus predecesores. Son el futuro porque ya son nuestro presente. Los relevistas del arte, la ciencia, el deporte, la ingeniería, la industria, el diseño o la literatura... Los llamados a romper la tradición establecida, a ponerse a sí mismos en perspectiva, a ser herederos del pasado y hacedores del mañana.

Aquellos que han inventado una forma de habitar y entender el jeroglífico de lo real que se basa en actos creativos y emprendedores, a fuerza de experiencias íntimas ejecutadas con tesón. Sólo así, pueden huir hacia el único lugar posible: siempre hacia delante. Porque se conocen a sí mismos, son sus propios agentes del cambio, se envuelven de positivismo y son conscientes de su libertad para elegir y tomar decisiones, cavando en la apariencia de lo heredado para crear una dimensión distinta.

El tiempo les dio la razón

Ellos estrenaron el siglo a la cabeza de sus disciplinas. Fueron punta de lanza en gastronomía, política, danza, deporte, actividades todas ellas en las que aspirar a la excelencia era el único requisito primordial. Despuntaron coincidiendo con la salida de LA RAZÓN hace quince años y, en este tiempo, han crecido con el periódico. Han pasado de promesas a realidades, de marcadores de tendencias a profesionales consagrados. En el número que celebró la primera década de este diario no estuvieron todos, pero los que estuvieron, desde luego, eran. Es el caso de Nadal y Penélope Cruz, por poner sólo un par de ejemplos. Ambos se han superado. Nadal ha revalidado este mismo año el puesto de número uno tras meses infernales plagados de lesiones. Y nuestra actriz más internacional se ha convertido en la primera española en hacerse con un Oscar de Hollywood. Pedro Alonso continúa sin descanso su investigación para lograr una vacuna contra la malaria (que ya acaricia) y el cocinero David Muñoz ha pasado de revolucionario a auténtico «pope» de la gastronomía. En este último lustro, la evolución del director de cine Juan Antonio Bayona ha evolucionado de sorprender con «El horfanato» a romper todos los récords de taquilla con la cinta «Lo imposible». El tiempo les ha dado la razón. A ellos y a nosotros.