La columna de Carla de la Lá
Madre cuqui, radicalismo intelectual
Un escalofrío me recorre el espinazo al verlos pero reflexiono y me tranquilizo pensando que quizá sus padres no son malvados, ni cursis, ni oligofrénicos sino buenas y organizadas gentes que desean un mundo mejor en el que todos vayamos uniformados, como en la República de Gilead.
Entonces me entrego a un ejercicio retrospectivo… En los ochenta, cuando yo era niña, llevar a los niños iguales constituía signo y símbolo de gente bien. En el País Vasco, donde crecí, la gente de orden, la gente con un estatus económico y sociocultural moderadamemente agradable, vestía a sus hijos iguales como Julio Iglesias.
Recuerdo a mi madre llevándonos a mi hermana Natalia y a mi con unos pantaloncitos fucsia y un jersey de hilo rosa monísimos e idénticos, la única diferencia es que yo, siete años mayor, tenía pechos.
Hoy paseando a mis perros, e hijos, por los parques madrileños me atenazan mil preguntas. En un momento crucial para la construcción de la personalidad ¿tomamos en cuenta a nuestros niños a la hora de vestirlos? ¿respetamos su singularidad, su propio lugar, diferente al del otro? ¿nos hemos percatado de que cada niño quiere ser único a los ojos de sus padres y del mundo?
Por supuesto que en los primeros años de la vida la ropa solo interesa al que mira, sin embargo, los expertos advierten que, desde los tres años, vestir a los niños iguales es perjudicial.
¿Qué mensaje estamos enviando a nuestros hijos con esta práctica tan popular entre las reinas y personalidades del s XX, reinterpretada hoy por las instagramers?
“Yo acuso” (que rollo la peli de Polanski) a las madres y padres que no valoran la opinión de sus hijos a la hora de vestirlos porque esto de los trapitos no es baladí, señores.
La moda es el reflejo de la idiosincrasia de una cultura, una nación y un momento histórico y por lo visto, aquí seguimos en un modelo uniformizante que no tolera a los niños que se salen de la raya de su limitado diseño ni por arriba ni por abajo.
En el caso de las influencers, la alienación se recrudece puesto que estas populares ego madres visten a sus descendientes igual que a los padres, y como ellas mismas (el perro a juego), en un mundo perfectamente fotografiable donde todos viven en favor de la operatividad e incluso el capricho de las Redes Sociales.
¡Y después nos extrañamos rodeados de adolescentes (de cuarenta años) incapaces de pensar por sí mismos, en esa peligrosísima y lastimera búsqueda de identidad porque no saben quiénes son!. Entonces, se afanarán en pertenecer a un grupo donde la regularidad del conjunto lo venza todo… Y listo.
Y el frío que pasan estas pobres almitas inocentes….
En condiciones normales, la indumentaria es una declaración de intenciones, más o menos consciente e inteligente por parte del emisor. ¡Bien! He visto niños (varones), en pleno febrero, sin más abrigo que un minishort rosa pastel con diminutos calcetines a juego corriendo para que la sangre continuara irrigando sus ateridos muslos... La madre -la emisora- por supuesto, de visón (o plumífero) hasta el tobillo.
No puedo comprenderlo, cuando los míos eran pequeños, llevada por un inmenso amor y por mi aún más inmensa condición de señorita mimada de provincias, los llevaba como príncipes, desde el gorrito a los patucos, pasando por cada una de las piezas del ajuar del bebé. No se imaginan las cunas en las que han dormido mis hijos: la favorita de Luis XIV no ha dormido en sábanas mejor planchadas ni con más encajes, plumetis, organdíes y valenciennes, naturalmente artesanales.
Sin embargo, nunca se me ocurrió llevarlos de pantaloncito corto fuera del verano y los deportes al aire libre porque ese atuendo infantil, especialmente en color rosa, me parece una forma de maltrato y un grado de vejación, y alcanza lo que considero crueldad intolerable cuando el tejido, consiste en el floreado y descarado estampado que uno visualizaría cubriendo la mesa camilla de Miss Marple.
No me malinterpreten, queridos amigos, no se trata de la rigidez genérica del: “Un tipo duro no va de rosa y los niños están llamados a ser tipos duros”... Puesto que no hay tipo más duro que una mujer... Mi desacuerdo tampoco proviene del pensamiento mágico: “El niño de rosa se convertirá inexorablemente en homosexual”... Tampoco proviene del convencionalismo ¡por favor! ni del estereotipo residual, del imaginario reciente, con una niña de rosa y un niño de azul... El asunto es curioso y hemos de analizarlo, amigos míos, porque son imágenes, las de estos pobres niños (que no niños pobres) elegantes, finas, distinguidas pero cuando llegan a nuestras retinas nos hacen sentir mal (a los sensibles) ¿y por qué? La razón se oculta en el mensaje que encierran, un discurso retorcido e insano, y en la espantosa asimetría que proyectan entre lo que el niño es y desea y en lo que le convierte esa mierda de ropa.
Comprando ropa con Pepe (a los 10):
- ¿te gusta esta camisa?
Pepe: noooo puff parece de chico bueno y limpito que estudia mucho y obedece a su mamá... vamos, lo que soy.
- ¿y este jersey? Pepe: noo.. ¡horrible!.
- Pero hijo, si es precioso..
Pepe: Pues por eso...¡ropa de tonto! de niño rubito que le peina su mamá, ¡del colegio de Harry Potter! ¿Crees que tu hijo es un cursilón de estos?
Desde aquí, queridos amigos, a esas madres egoístas, inclementes y desclasadas, les ponemos un cero por traumatizar a sus hijos y radicalizarles pero sobre todo por panolis, por memas, y por cuquis.
✕
Accede a tu cuenta para comentar