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Dos formas de marcharse

Carmen Lomana en la Cope
Carmen Lomana en la Copelarazon

A veces, debido a la intensa grabación del programa de television en el que estoy participando, «MasterChef», me veo inmersa en una burbuja de la que es prácticamente imposible salir. El mundo exterior no existe y cuando asomo la nariz me llevo unos sustos de aúpa. Eso es lo que me ha pasado esta semana. El jueves, volviendo de Alicante, en la sala VIP del aeropuerto me quedé de piedra cuando escuché en televisión a Pablo Iglesias reconfigurando el modelo de Estado, fulminando a la Corona de una tacada y alabando los nacionalismos más radicales con una frase que produce escalofríos. El señorito del chalé y piscina de diseño en Galapagar nos ofrecía una España con naciones independientes para todos, en la que Pedro Sánchez no podría ser presidente ni un mes porque ha-bría tantas naciones como comunidades autónomas. El disparate al que nos han llevado estos políticos impresentables es co-mo para salir corriendo de nuestro país y «que el último (Sánchez) apague la luz».

El síndrome de la burbuja le ha atacado sin piedad a Mariano Rajoy, con tantos frentes abiertos que le impiden ver la realidad que le rodea y lo que desean los españoles. Él continúa batallando contra sus propios fantasmas en un plano paralelo a la realidad y siempre evadiéndose de ella. Infinidad de amigos que han sido fieles votantes del PP clamaban al cielo pidiendo su dimisión para evitar el gran caos al que esta moción de censura nos podía conducir: un gobierno temerario que ha surgido de una subasta pública de prebendas. Cualquier presidente con un mínimo de responsabilidad y coherencia política lo hubiera hecho. Especialmente viendo la «happy pandi» que nos presenta Sánchez como socios, algo parecido a «la pandilla basura»: Bildu, ERC, PDCAT, populistas a la carta, y como consejero matrimonial, el PNV. Algo parecido al «consultorio sentimental de Elena Francis».

La falta de responsabilidad de Rajoy, por culpa de su ego, nos ha metido en este callejón de muy difícil salida. Ha tomado su propia decisión, de espaldas a los ciudadanos, sin pensar lo que le conviene a España, sin ningún sentido de Estado.

Llegados a este punto, tan patético e hipócrita, creo que lo único que nos puede salvar es el humor. Porque no todo vale para conseguir el anhelado sillón en la Moncloa, donde parece que los pegan con «superglu» y no se quieren levantar. Quizá le ha entrado envidia de la casita de Pablo y él también quiere una con jardín y piscina.

Los españoles no nos merecemos este espectáculo ni esta cloaca política. Llevamos semanas hablando de la incoherencia de Pablo Iglesias y días hablando de la incoherencia de un Rajoy agarrado a la poltrona del poder. Pero la incoherencia que deja en paños menores a las anteriores es la de este censurador que, hace una semana, a los que ahora quiere como socios llamaba traidores y xenófobos. Ojalá tenga la vergüenza torera para explicar sus razones a los votantes socialistas.

Como la vida es múltiple y variada, y el destino muy caprichoso, resulta que ese mismo día se produjo la dimisión que nadie pidió y, sin embargo, por la que todos clamábamos no se produjo. La frase de Zinedine Zidane resume toda una filosofía de responsabilidad: «Si creo que no voy a ganar es mejor hacer un cambio». Mariano, deberías haber tomado nota...