Barcelona

Enrique de Dinamarca, el príncipe que susurraba poemas eróticos

Algunos de sus textos, que leía en sesiones públicas, estaban dedicados a su esposa y escandalizaron a muchos.

El príncipe ganó la medalla de la Academia Francesa por su primer libro de poemas, «Haciendo camino». En la imagen, junto a Margarita II
El príncipe ganó la medalla de la Academia Francesa por su primer libro de poemas, «Haciendo camino». En la imagen, junto a Margarita IIlarazon

Algunos de sus textos, que leía en sesiones públicas, estaban dedicados a su esposa y escandalizaron a muchos.

No son infrecuentes los príncipes escritores. Dediqué parte de mi tesis en Historia a ese fenómeno, extendido temporal y geográficamente con profusión. Príncipes poetas –la poesía fue la actividad literaria fundamental de Enrique– fueron Carlos de Orleans, padre de Luis XII de Francia; María Amalia de Sajonia, mujer de Carlos III de España; Luis XVIII de Francia; las reinas Margarita y Elena de Italia, Hortensia de Holanda e Isabel de Rumanía; Oscar II de Suecia; Luis I de Baviera; la emperatriz Isabel (Sisi) de Austria; y Maximiliano I de México, entre otros. Lo extraordinario es la conjunción de esa afición en los dos consortes de un matrimonio regio. Ese ha sido el caso de Margarita II y de su difunto esposo.

Ella se caracteriza por su incesante actividad creadora: pintora, organizadora de espectáculos artísticos, diseñadora de vestuario para películas y para sí –ropa calificada a veces de extravagantemente historicista–, ilustradora de libros, escritora de relatos... De hecho, ilustró la colección de poesía «Cantabile» de su esposo y publicó con él la traducción de la obra de Simone de Beauvoir «Tous les hommes sont mortels», firmando Enrique como «H.M. Vejerbjerg».

Para alguien que ha tenido que estar en un segundo plano, e incluso a veces en el tercero –como él mismo subrayó cuando, a raíz de un viaje de la reina, su hijo Federico fue anfitrión en la festividad de Año Nuevo–, compartir la vida con una mujer tan avasalladoramente productiva a la vez que cabeza de una nación ha debido ser por un lado estimulante y, por otro, nada fácil. Enrique de Dinamarca fue un pianista frustrado, alumno del conservatorio parisino, educado en Extremo Oriente –Vietnam y China–, lo que podría explicar varias de sus actitudes ante la vida. Un artista que esculpía en bronce, escribía canciones para grupos de rock y libros de cocina, pero, sobre todo, poesía en su lengua materna: versos bucólicos acerca de la soledad o la muerte, en ocasiones amorosos y a veces tan subidos de tono que causaron bastante revuelo. Textos con algunos pasajes eróticos, dedicados a su mujer y a su perrita salchicha Evita, que escandalizarían a más de uno, como los que llevaron por título «La brisa que susurra». Versos que no pocas veces leía en sesiones públicas en francés –con el actor Joen Bille, que los traducía al danés–, y no solo en Dinamarca, sino, incluso, en Barcelona. Su obra poética, de controvertida calidad, sí logró despertar interés por ser él el autor y le valió la medalla de la Academia Francesa gracias a su primer volumen de poemas, «Haciendo camino», de 1982.

Rumores injustos

Los más deslenguados aducen que el tedio de la inactividad, no como rey consorte, como Enrique deseaba, sino como príncipe consorte, le llevó a dedicarse a la creación artística. Sin embargo, quien posee el germen de la producción literaria procura sacar el tiempo para desarrollarlo. De un modo probablemente injusto se le achacaba un excesivo hedonismo por ser amante de la gastronomía y del vino, que producía en su finca francesa, cuando no hay duda de que uno y otro son expresiones culturales de primer orden. Se decía que usaba indebidamente el título de conde, cuando es conocida la costumbre francesa de los «titres de courtoisie» en familias de antigua nobleza como la suya. Con el tiempo, Margarita II crearía el título danés de condes de Monpezat, mientras que Enrique luchaba para que esa denominación figurase incluida en el nombre de la dinastía de los Oldenburg-Glücksburg, que también reina en Noruega y reinó en Grecia.

amadeo-martín rey y cabieses -

o son infrecuentes los príncipes escritores. Dediqué parte de mi tesis en Historia a ese fenómeno, extendido temporal y geográficamente con profusión. Príncipes poetas –la poesía fue la actividad literaria fundamental de Enrique– fueron Carlos de Orleans, padre de Luis XII de Francia; María Amalia de Sajonia, mujer de Carlos III de España; Luis XVIII de Francia; las reinas Margarita y Elena de Italia, Hortensia de Holanda e Isabel de Rumanía; Oscar II de Suecia; Luis I de Baviera; la emperatriz Isabel (Sisi) de Austria; y Maximiliano I de México, entre otros. Lo extraordinario es la conjunción de esa afición en los dos consortes de un matrimonio regio. Ese ha sido el caso de Margarita II y de su difunto esposo.

Ella se caracteriza por su incesante actividad creadora: pintora, organizadora de espectáculos artísticos, diseñadora de vestuario para películas y para sí –ropa calificada a veces de extravagantemente historicista–, ilustradora de libros, escritora de relatos... De hecho, ilustró la colección de poesía «Cantabile» de su esposo y publicó con él la traducción de la obra de Simone de Beauvoir «Tous les hommes sont mortels», firmando Enrique como «H.M. Vejerbjerg».

Para alguien que ha tenido que estar en un segundo plano, e incluso a veces en el tercero –como él mismo subrayó cuando, a raíz de un viaje de la reina, su hijo Federico fue anfitrión en la festividad de Año Nuevo–, compartir la vida con una mujer tan avasalladoramente productiva a la vez que cabeza de una nación ha debido ser por un lado estimulante y, por otro, nada fácil. Enrique de Dinamarca fue un pianista frustrado, alumno del conservatorio parisino, educado en Extremo Oriente –Vietnam y China–, lo que podría explicar varias de sus actitudes ante la vida. Un artista que esculpía en bronce, escribía canciones para grupos de rock y libros de cocina, pero, sobre todo, poesía en su lengua materna: versos bucólicos acerca de la soledad o la muerte, en ocasiones amorosos y a veces tan subidos de tono que causaron bastante revuelo. Textos con algunos pasajes eróticos, dedicados a su mujer y a su perrita salchicha Evita, que escandalizarían a más de uno, como los que llevaron por título «La brisa que susurra». Versos que no pocas veces leía en sesiones públicas en francés –con el actor Joen Bille, que los traducía al danés–, y no solo en Dinamarca, sino, incluso, en Barcelona. Su obra poética, de controvertida calidad, sí logró despertar interés por ser él el autor y le valió la medalla de la Academia Francesa gracias a su primer volumen de poemas, «Haciendo camino», de 1982.

Rumores injustos

Los más deslenguados aducen que el tedio de la inactividad, no como rey consorte, como Enrique deseaba, sino como príncipe consorte, le llevó a dedicarse a la creación artística. Sin embargo, quien posee el germen de la producción literaria procura sacar el tiempo para desarrollarlo. De un modo probablemente injusto se le achacaba un excesivo hedonismo por ser amante de la gastronomía y del vino, que producía en su finca francesa, cuando no hay duda de que uno y otro son expresiones culturales de primer orden. Se decía que usaba indebidamente el título de conde, cuando es conocida la costumbre francesa de los «titres de courtoisie» en familias de antigua nobleza como la suya. Con el tiempo, Margarita II crearía el título danés de condes de Monpezat, mientras que Enrique luchaba para que esa denominación figurase incluida en el nombre de la dinastía de los Oldenburg-Glücksburg, que también reina en Noruega y reinó en Grecia.