Sevilla

La «guerra» ilegal de los drones de Kiko

Con el fin de preservar la exclusiva de su boda, el hijo de Isabel Pantoja contrató un piloto de drones para evitar que los fotógrafos más osados sobrevolaran la finca sevillana en Sanlúcar la Mayor en la que se celebraron ayer la ceremonia y fiesta posterior

La «guerra» ilegal de los drones de Kiko
La «guerra» ilegal de los drones de Kikolarazon

Con el fin de preservar la exclusiva de su boda, el hijo de Isabel Pantoja contrató un piloto de drones para evitar que los fotógrafos más osados sobrevolaran la finca sevillana en Sanlúcar la Mayor en la que se celebraron ayer la ceremonia y fiesta posterior

Sanlúcar la Mayor (Sevilla), Hacienda Los Parrales, seis de la tarde, la foto más codiciada (la de Isabel Pantoja llevando del brazo a su hijo hacia el altar) y una exclusiva que preservar, por lo que el novio, Kiko Rivera, convirtió «el día más feliz» en una de las bodas más tecnológicas de los últimos tiempos: invitaciones con códigos personalizados, controles de identidad y de dispositivos como smartphones y cámaras. No sería extraño que también hubiera contratado un emisor de pulsos magnéticos para inhabilitar cualquier aparato eléctrico en la zona. Todo sea por conservar la copiosa exclusiva del festivo evento.

Una de las medidas tecnológicas con más genealogía de James Bond es la presencia de drones con la misión de evitar que otros similares obtuvieran imágenes del enlace. La única duda es cómo lo habrán hecho los novios. Una opción habría sido ponerse frente a ellos para impedir su vuelo, pero esto sólo vale en un escenario uno contra uno. Otra es que los hubieran derribado a medida que aparecían, con el doble riesgo de estropearse o hacer caer uno de los artefactos entre sus invitados. Así pues, sólo quedan dos opciones lógicas. Una sería aprovecharse de la poca distancia a la que pueden ser controlados para vigilar la vecindad a la caza y captura del piloto. La otra, que el drone emitiera alguno de los temas del DJ con el objetivo de alterar el radar de la nave.

Excepto por esta última opción, todas las anteriores rozan la ilegalidad en un entorno como el de los drones, caracterizado por un limbo legislativo. Hasta ahora, y de acuerdo con el marco regulatorio que publica la Agenda Estatal de Seguridad Aérea (AESA) y el Real Decreto-Ley 8/2014, del 4 de julio, se distinguen dos tipos de aparatos de menos de 25 kilogramos (para naves de más peso se necesitan permisos más estrictos): recreativo y profesional.

Según la norma, si se trata de un vuelo lúdico (que no es este caso) «sólo se pueden operar de día, nunca se deben superar los 120 metros de altura ni volar en zonas urbanas con aglomeraciones de personas, como playas, parques, conciertos, bodas, manifestaciones, procesiones... No se puede en lugares en que se realicen vuelos de otras aeronaves a baja altura, como en las que se practica parapente, aeromodelismo o paracaidismo».

Si la misión de los drones de Kiko Rivera era evitar la presencia de otros, el solo hecho de que levantasen el vuelo ya sería suficiente para que cualquier otro vehículo no tripulado infringiera la ley, ya que «no se puede volar en zonas en que se realicen vuelos de otras aeronaves a baja altura». El problema es que al hacer esto también habría violado el apartado de volar sobre aglomeraciones de personas, como bodas.

Si, en cambio, se clasifica el vuelo como profesional, el piloto está sujeto a otras normativas. Debe ser mayor de 18 años, tener un certificado médico específico, una póliza de seguro y un documento que acredite «que disponen de los conocimientos adecuados de la aeronave y sus sistemas», según la regulación. Esto lo debería otorgar «el operador (lo cual suena ilógico), el fabricante de la aeronave o una organización autorizada por éste, o bien por una organización de formación aprobada». Ahora sí, existe una pequeña «puerta» por la que se habrían podido colar para captar imágenes y hacerlo de modo legal. Si se trata de un vuelo profesional, lo que incluye publicidad aérea y emisiones de radio y TV, y se pretende grabar la boda, sería posible si se contrata a un piloto con licencia para operar en el lugar del evento. Una solución viable para los fotógrafos que no quisieron esperar a la exclusiva.

Hay un factor que Kiko no tuvo seguramente en cuenta a la hora de alquilar los drones y pagar a un piloto: los ruidos. Al volar, un drone produce unos 80 decibelios, poco más que una aspiradora. No nos imaginamos el solemne momento de entrada del novio y la novia con sus respectivos padrinos rodeados de un enjambre de robots que no dejan escuchar la marcha nupcial. La única opción habría sido utilizar el drone desarrollado por Mat, Seamus y Shaun Rowe, completamente silencioso y por el que obtuvieron el premio Callaghan Innovation C-Prize. Tan silencioso es el aparato que puede grabar conversaciones en pleno vuelo, algo que a los fotógrafos amigos de imágenes de lo ajeno les vendría muy bien también.

Para Kiko, en cambio, la solución habría sido más sencilla: lanzar varios drones con bolas espejadas en la parte superior, de tal forma que el reflejo del sol en los espejos haría imposible cualquier foto desde arriba y hasta de los lados. Otra opción, más privativa aunque también laboriosa, habría sido disponer cuatro drones, separados unos de otros de manera rectangular, que sujetaran una malla traslúcida y que, a modo de «boina» de polución, impidiera la claridad y calidad de las imágenes que los drones enemigos pudieran obtener. Eso sí, habrían necesitado dos juegos de cuatro drones y dos «toldos flotantes», pues cada 20-25 minutos habría habido que recargar baterías.

Todo y más merece la pena, desde luego, si Kiko Rivera consigue que posen juntos su madre y sus hermanos Fran y Cayetano. Es decir, Isabel Pantoja con los hijos de la fallecida Carmen Ordóñez). De lograr tal inédito posado, el hijo de Paquirri podría ver incrementado el pago de la exclusiva de entre 100.000 y 150.000 euros actuales al medio millón si consigue salvaguardar las posibles filtraciones, que, drones, teléfonos a salvo e invitaciones codificadas a parte, podrían incluso llegar por parte de los empleados de la finca.