Europa

Barcelona

Mi último capricho

Con su hermana en el salón de té Babingtons
Con su hermana en el salón de té Babingtonslarazon

sa sensación de ensimismamiento, lo que suele llamarse síndrome de Sthendal, es lo que siento cada vez que vuelvo a Roma, la ciudad que nunca terminas de conocer porque te sorprende siempre con un nuevo rincón, templo, obelisco, arco del triunfo o edificio renacentista. Y, si le gusta el arte y la historia, ya es una verdadera gozada. Esta vez mi viaje se debe a un antojo. Un capricho, sí, en forma de maravillosos pendientes, que uno es un sol y otro una luna. Los vi en una publicación de moda y me quede absolutamente enamorada de ellos. Así que, sin pensármelo, le dije a mi hermana: «Vámonos a Roma que me quiero dar un homenaje y estamos las dos solas como cuando éramos solteras». Conseguí el nombre de la joyería donde hacían esos pendientes –«orecchini», como los llaman en italiano– y ahí me presente con la ilusión de hacerme con tan preciado objeto. Me encontré una diminuta joyería, cerca del Panteón de Agripa, llena de piezas de un gusto exquisito creadas por su propietario, un hombre maduro muy atractivo con enorme creatividad, Diego Percossi Papi. Le enseñe una foto y le dije: «Por estos pendientes vengo desde España». Me miró sorprendido, abrió un pequeño armario y aparecieron con piedras de diferentes colores. Al probarmelos pensé que estaban hechos para mí, negocié el precio un poco y ya son míos. Nos quedamos charlando con él y cuál fue nuestra sorpresa cuando nos contó que fundamentalmente hacía piezas por encargo, especialmente para el cine. Todas las joyas que lució Cate Blanchett en «Elizabeth» eran diseños suyos, también para «Asesinato en el Orient Express» y otros muchos filmes. Es el joyero de Matilde de Bélgica, Sophia Loren y otras muchas actrices. ¿Y saben qué es lo mejor? Que detrás de esos maravillos objetos el precio es muy asequible. Me dio la sensación de que su placer por la belleza y la creatividad son muy superiores a la especulación. Estaba delante de un hombre feliz en su taller sin ningún tipo de vanidad haciendo lo que de verdad le gusta.

Una vez conseguida mi pieza, más contenta que unas pascuas, seguimos mi hermana y yo nuestro periplo romano, entrando al Panteón de Agripa y quedando una vez más maravilladas ante esa cúpula hecha en la época del Imperio Romano, en el 27 AC, la más grande del mundo durante más de mil años hasta la construcción de la del Duomo de Florencia. Sthendal dijo que era «el más bello recuerdo de la antigüedad romana», considerada uno de los mayores logros de la arquitectura a través de la historia. Para nuestra satisfacción como españoles, les cuento que este templo arrasado por un incendio se volvió a construir por orden del emperador Adriano, que era de Sevilla (Itálica), al igual que Trajano. Cansadas de tanto caminar, decidimos tomarnos un capuchino en el Café de El Greco, el más antiguo de Europa (1760) junto al Florian de Venecia (1720), lugar que no deben perderse en su visita a Roma para pedir los canutillos rellenos de ricota con pistacho, una delicia.

Ayer volvimos a España porque hoy me toca trabajar en Barcelona, que tampoco es mal plan. Su barrio gótico no tiene que envidiar a ningún otro y es una ciudad que adoro. Por cierto, pido al nuevo presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, que tiene una imagen impecable y me transmite sentido común, que cumpla con la legalidad y ponga orden donde se han vulnerado todos los derechos constitucionales consentido por su antecesora, Carmen Forcadell. Espero y deseo no equivocarme por el bien de Cataluña y de todos los españoles. Es hora ya de que reine la cordura.