Literatura
Paco Roca: «Antes que comercial hay que ser un dibujante honesto»
Es cosecha del 69 y siempre tiene a mano su ración de tinta para dar forma a una buena historia. «Arrugas», «Los surcos del azar», «El invierno del dibujante» y «Casa» le han apuntalado el futuro. Obtuvo el Premio Nacional de Cómic en 2008
Es cosecha del 69 y siempre tiene a mano su ración de tinta para dar forma a una buena historia. «Arrugas», «Los surcos del azar», «El invierno del dibujante» y «Casa» le han apuntalado el futuro.
Paco Roca es Premio Nacional de Cómic por «Arrugas» y uno de los historietistas más reputados de Europa. Heredero, entre otros, de «Moebius» y «Tintín», Uderzo y la editorial Bruguera, a cuyos héroes dedicó el imprescindible «El invierno del dibujante», ha firmado libros como «Los surcos del azar», historia de La Nueve, la compañía blindada de españoles que entró en París al mando del general Leclerc, y «La casa», emocionante reflexión sobre los naufragios del tiempo, la persistencia de la memoria y la paternidad.
–¿Alguna vez soñó con que podría vivir del cómic?
–Sabía que era difícil, pero siempre tuve la ilusión de llegar a vivir de dibujar cómics. Lo que nunca pensé es que podría vivir de ello fuera de la industria «convencional» del cómic.
–Es que nuestros mejores autores han tenido que irse al extranjero, a Estados Unidos, a Francia, donde sí había una industria y una demanda, un público.
–Vivir de la cultura en cualquiera de sus facetas y en cualquier país es difícil. Hacerlo de algo minoritario como el cómic es aún más complicado. Pero en el cómic existen dos importantes industrias (si dejamos fuera la japonesa, que es muy hermética), que son la francesa y la norteamericana. Eso hace que muchos autores emigren profesionalmente a estos países, siempre y cuando se ajusten a los gustos de estos mercados.
–¿Qué supuso el reconocimiento crítico a libros como «Maus», la obra maestra de Art Spiegelman, que incluso ganó el Pulitzer?
–Aquel libro nos quitó de golpe todos los prejuicios que todavía pudiéramos conservar. Si era posible tratar nada menos que el Holocausto desde el cómic, y hacerlo con una obra que no tiene nada que envidar, por ejemplo, a las de Primo Levi, cambiaba todo. El lenguaje del cómic tiene herramientas suficientes para contar cualquier tipo de historias. Pero es cierto que hasta la aparición de «Maus» o de «Contrato con Dios», de Eisner, no se aceptaban este tipo de obras. Por temática y por formato, no encajaban en el mercado. Las librerías no sabían dónde colocarlas. Es lo que se llamaría novela gráfica.
–Usted fue Premio Nacional del Cómic en 2008. Un año después, un conocido escritor protestaba por la «disparatada instauración del Premio, con el que nuestro Ministerio de Cultura enaltece al dibujante de monigotes con la misma dignidad (y el mismo dinero) que otorga al mejor novelista, poeta o ensayista...».
–Siempre hay autores con poca apertura mental. Serían el equivalente a los intelectuales que en otros tiempos criticaban al cine por no considerarlo algo serio o incluso a los folletines del XIX por no tener calidad literaria.
–Y eso que en España teníamos, por ejemplo, a maestros como Carlos Giménez.
–Los que siempre hemos sido lectores de cómics nunca hemos dudado de la calidad de las obras que ha dado el medio. Es muy fácil juzgar todo un medio basándose sólo en prejuicios y tópicos.
–¿Todavía compagina el cómic con su carrera de ilustrador en publicidad?
–Seguramente se pueden contar con los dedos de la mano los escritores que viven en España tan sólo de los «royalties» que genera su obra. La mayoría de ellos escriben además en la Prensa, son profesores. Lo mismo les ocurre a los directores de cine, a los actores, a los músicos. Y en el cómic, igual. Puedes vivir de ellos dentro de la industria, pero si quieres trabajar fuera de ella, tratando los temas que te apetece, con el formato que te apetece y al ritmo que te apetece, es difícil vivir solamente de los «royalties». Por eso muchos de los dibujantes de cómic de este tipo se valen de la ilustración para mantener su economía. En mi caso, vivo de los «royalties» y de todo lo que genera mi obra.
–En una de sus obras, «El invierno del dibujante», habló de la heroica lucha por el reconocimiento, la independencia y el dinero de algunos de los pioneros del cómic en España, cuando a aquello se le llamaba tebeo. ¿Fue tan duro?
–Aquellos grandes autores son los padres profesionales de muchos de los autores actuales. En un país como España, donde la televisión llegó más tarde y estaba al alcance de muy pocos, los tebeos eran la cultura popular, y los personajes que crearon aquellos autores eran conocidos por todos. Pero los contratos que firmaban eran totalmente abusivos. No tenían la propiedad de sus creaciones. Daba igual que hubieran muerto ya, que se hubieran marchado a otra editorial... sus páginas se seguían publicando una y otra vez. El editor las remontaba o le daba el personaje a otro dibujante. Ése es uno de los motivos por los que los personajes eran más populares que sus autores.
–De «Los surcos del azar» a «La casa» hay una distancia considerable, la que va de de la memoria colectiva a la íntima, de la histórica a la doméstica, pero en ambos casos el paso del tiempo parece clave.
–Me gusta la Memoria, pero no tanto por un tema nostálgico, sino como una forma de encontrar mi propia identidad: como artista, por medio de «El invierno del dibujante»; como sociedad, con «Los surcos del azar»; y, como persona, haciendo «La casa».
–Hablando de «La casa», alguna vez ha comentado que uno no comprende a sus padres hasta que se convierte en padre.
–Creo que ese amor incondicional de un padre hacia un hijo no llegas a entenderlo hasta que no eres padre. «La casa» es la historia de un padre contada por otro. Crear es a fin de cuentas reflexionar, es un diálogo con uno mismo. En mi caso, la muerte de mi padre coincidió con el nacimiento de mi hija y eso me llevo a reflexionar sobre el ciclo de la vida.
–La casa paterna le sirve para dialogar con alguien que ya no está.
–«La casa» es la metáfora del padre, en este caso. También de la infancia, ese lugar seguro, lleno de recuerdos y en contacto con la naturaleza, con las estaciones del año... Con este trabajo se trataba de intentar comprender al padre por medio de su casa, que además fue construida por él.
–La memoria también es clave en «Arrugas», un libro dedicado al alzhéimer y la vejez...
–De nuevo, la memoria como búsqueda de la identidad. O más bien, al contrario: la pérdida de la identidad a causa de una enfermedad que borra la memoria. En aquel momento mis padres eran mayores y quería saber qué sentían. Hay cientos de miles de historias que tienen como protagonistas niños, adolescentes o jóvenes... Pero muy pocas cuyos únicos protagonistas sean personas mayores.
–Lo que está claro es que unos temas, a priori, poco comerciales, pueden interesar a muchos en función de cómo se cuenten.
–Sin duda. Por eso no puedes pensar en qué será comercial y qué no. Debes dejarte llevar y ser honesto con lo que haces.
–¿Cuánto hay de inspiración y cuánto de transpiración en sus obras, cuánto de documentación, entrevistas, experimentos gráficos, y cuánto de arrebato?
–No creo demasiado en eso de la inspiración y la creatividad como algo mágico y místico. Todos somos creativos y cada uno lo desarrolla de un modo u otro. Por eso tiene mucho de aprendizaje, de esfuerzo. También de madurez, de vivir emociones y conocer las de los demás.
–También ha hecho cine, por ejemplo, la adaptación de «Arrugas», pero imagino que, aunque fuera cine animado, tuvo que reinventarse.
–Es equivocado pensar que el cómic es muy similar al cine. Tienen puntos en común, como los encuadres y el lenguaje corporal, pero su modo de lectura es más similar al de un libro. En éstos el lector dirige la historia, se la imagina, puede volver hacia atrás, saltarse un pasaje. En el cine, el espectador es pasivo. Eso condiciona la adaptación de un cómic a la pantalla. Te das cuenta de que en el cómic sólo das pautas para que el lector las una.
–¿En qué trabaja ahora, cuál será su próximo proyecto?
–Acabo de abandonar la dirección de la película en la que estaba trabajando, porque no era capaz de controlarla como yo quería. Me he dado cuenta de que la libertad creativa que tienes al hacer un cómic difícilmente lo consigues en una película, donde debes pelearte con los egos de otras personas, la falta de presupuesto y de tiempo. Me he centrado en acabar un libro-disco con José Manuel Casañ, del grupo Seguridad Social, en el que llevo años trabajando.
¿Mar o montaña?
El agua es lo que le gusta a Paco Roca, y si no, miren la foto de la izquieda, con el dibujante refrescándose para hacer frente al verano que ya se nos va. Y siempre que puede lee LA RAZÓN en el tren o el avión. «Veo muchas tertulias televisivas y soy un gran admirador de Paco Marhuenda. Ideológicamente tenemos poco en común, pero me parece un hombre interesante con quien me tomaría unas cañas».
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