Real(eza)

Los condes del norte o Pablo Petrovich y María Feodorovna

Fueron los emperadores de Rusia tras el reinado de Catalina II, madre de Pablo I

A la izquierda, Pablo Petrovich, y a la derecha, su esposa, María Feodorovna
A la izquierda, Pablo Petrovich, y a la derecha, su esposa, María Feodorovnalarazon

Fueron los emperadores de Rusia tras el reinado de Catalina II, madre de Pablo I.

La emperatriz Catalina II de Rusia deseaba alejar a su hijo Pablo y a su nuera María, que consideraba obstáculos para sus proyectos. Conversando con el emperador germánico José I, éste le sugirió que les propusiera un viaje por Europa. Pero sabía que Pablo se negaría, pues toda propuesta de su parte le enojaba. Encargó pues al príncipe Nicolás Repnin que sugiriese a Pablo que, para afirmar su independencia, pidiera permiso a Su Majestad para emprender, con su esposa, una gira por el exterior. Encantado de desafiar a su madre, Pablo cayó en la trampa y exigió a la emperatriz cosas que ella misma había inspirado. Catalina fingió sorpresa, contrariedad, vacilación. Pablo se arrodilló, María lloró, y Catalina fingió ceder, autorizando como a regañadientes el viaje que ella misma había urdido. Sin embargo, conocedora de la pasión de su hijo por la Prusia de Federico II, le prohibió ir a Berlín. A pesar de ello, los esposos agradecieron con efusión a Su Majestad haberles abierto las puertas de la jaula.

Ahora bien, Nikita Panin, resentido contra Catalina por haberle relevado de sus funciones en la corte, avisó a su antiguo pupilo Pablo sobre los peligros que él y su esposa podrían correr al dejar el país. ¿Se aprovecharía Catalina de su ausencia para prohibirles volver? ¿Tomaría su partida como pretexto para apropiarse de sus hijos, a quienes había separado de sus padres, destituir a Pablo y proclamar heredero al hijo de éste, Alejandro? Asustados, Pablo y María se arrepintieron de haber insistido en dejar el país y corrieron a imprecar a la zarina que les permitiera permanecer a su lado. Pero ella no cedió. Ahora exigía que realizaran el viaje que antes había desaprobado. Los niños se quedarían allí; ella se ocuparía de ambos y escribiría a los padres para darles noticias. A pesar de los gemidos y lágrimas de Pablo y María, se aceleraron los preparativos. El 19 de septiembre de 1781 la emperatriz arrastró a su hijo del brazo y lo subió, triste y angustiado, a la carroza, mientras Repnin sostenía a la gran duquesa medio desvanecida. Cuando la portezuela del coche se cerró y los caballos partieron, Pablo tuvo la impresión de que le conducían al cadalso.

Como hizo el emperador Pedro I en 1697 y en 1717, el zarevich Pablo y su segunda esposa, nacida duquesa María Sofía Dorotea de Württemberg-Montbéliard, sobrina nieta del gran Federico II, emprendieron viaje por Europa bajo el título de incógnito de condes del Norte (o Nord, como figuraron en su estancia en Francia). El uso de este título fue orden de Su Majestad, aunque no serviría de gran cosa ya que todas la cortes estaban al tanto de la verdadera identidad de los viajeros.

La zarina no había escatimado en gastos. Detrás del carruaje principal iba una fila de berlinas con cortesanos ilustres. Les seguían servidores, médicos, escribas y cocineros, y hasta un astrólogo encargado de consultar el cielo antes de cada encuentro importante. Recorrieron Polonia, Austria, Suiza, Italia, Bélgica y Holanda. Y llegaron a Francia en 1782. Les acompañaba el hermano mayor de la gran duquesa, Federico Guillermo, que había dejado el servicio de Prusia. Entraron en Versalles el 20 de mayo y fueron huéspedes de los reyes. El duque de Croÿ, y la baronesa de Oberkirch en sus memorias, describieron las festividades y magnificas recepciones celebradas. Ante el conde de Norte se representó la Ifigenia de Gluck. El 8 de junio tuvo lugar un fastuoso baile en Versalles. La reina María Antonieta les recibió con pompa en el Trianón y se les regalaron excepcionales piezas de porcelana de Sèvres. En París se alojaron en la embajada de Rusia, antiguo palacio de Lévis, que las multitudes rodeaban gritando «Vivent M. le comte et madame la comtesse du Nord!» lo que demuestra la poca eficacia de sus títulos de incógnito.