Cádiz

Las vacaciones de Sánchez

Luis dice que ¿vacaciones para qué?, si luego uno no disfruta más que comiéndose esa piriñaca con melva, viéndole crecer los dientes a la nieta, que ya ha cumplido seis, y, por encima de todos los placeres, armarse cada mañana con los dos cubiletes, la sillita plegable y la caña y bajar al río a ver si pica algún barbo, perca, carpa o, con suerte, alguna lubina perdida que, por no cejar en la tarea del sustento diario, se arroja a los confines del agua salada que entra Guadalquivir arriba; pues sí, por estar obligados a ganarse cada día el alimento, Luis, a medio camino entre el asombro y la broma, que para el caso es lo mismo, dice admirar a los peces, tanto que ya empieza a parecerse a ellos y, claro, cómo va a seguir los consejos de la gente de oxigenarse, si lo importante no es el oxígeno sino cómo se lo tome uno, pues no es lo mismo respirarlo bajo el agua, del modo que hacen los peces, o sobre el asfalto, como los monos que somos, que hasta hay algunos simios que disputan el poder del macho alfa con tal de rendirse a la misma vagancia, y por todo prefiere Luis no irse a ningún sitio de vacaciones, recordando además la última vez, el año que el Betis ganó la primera Copa del Rey, que en un hotel de Cádiz se le apareció durante la duermevela el espectro de un difunto familiar, un tío político, mientras pretendía veranear cerca de donde ha salido Pedro Sánchez con Angela Merkel en la televisión, haciéndose amigos, dice Luis que ha leído en algún sitio, como si el presidente, sin haber llegado a los cien días de gobierno, se pudiera permitir las semanas que ha descansado, pregúntese en cualquier empresa, dice Luis, que no encuentra palabras para las vacaciones de todos los ministros.