Eduardo Fraile

Victoria's Secret

La Razón
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Volví eTitulándose esta columna como se titula, era lógico que nos hubiéramos de topar en algún punto de la angeología con los ángeles de Victoria's Secret, tan conocidos de todos ustedes (salen mucho en los telediarios), con sus alitas de luz (de la luz de los focos y de los flashes de los fotógrafos) y sus braguitas de nada, entendiéndose la nada como la entelequia del no ser que sin embargo es, el vestido del rey que está desnudo, o más juanramonianamente hablando: la transparencia, Dios, la transparencia...

Se llaman Miranda Kerr, Adriana Lima, Doutzen Kröes, Candice Swanepoel, Isabeli Fontana, Alessandra Ambrosio... Sus nombres son esas palabras aladas de los dioses griegos, de los poetas que no las podían ver. Caeríamos en la tentación de decir que ellas son las Musas de esos poetas, pero —ay— los poetas no suelen estar preparados para semejante descarga de realidad. Así que ellos nos dan la imagen de la cosa (es decir, lo que su imaginación refleja de la cosa real).

Imaginemos que una de estas criaturas nos cayera en los brazos (y los ángeles están expuestos —y diría también que predispuestos— a la Caída). No sabríamos qué hacer. Bueno, yo sí, pero yo es que soy un profesional. Son un poco demasiado todo. Lo tienen todo demasiado grande. Es un problema de escala. Y, luego, resulta que su belleza no es tanta...

Todos los días, en el café donde escribo estos artículos, en el autobús, en el supermercado, veo bellezas más indiscutibles. Ángeles de verdad, que llevan las alas dentro del estuche, como los gángsters y los violinistas sus instrumentos espeluznantes.

Sólo hay que saber mirar. Sólo hay que saber morir...