Ciudad Lineal
La aparente vida normal de un depredador sexual
Antonio Ortiz está acusado de abusar de cinco menores, en dos casos poniendo en riesgo su vida, pero llevó una vida aparentemente normal hasta el día de su arresto, machacándose como siempre en el gimnasio y hablando por teléfono con su novia y allegados, con los que alardeaba de que lo que ligaba. Así vivía, según el extenso sumario del caso -de más de 1.600 folios-, el presunto pederasta de Ciudad Lineal, considerado por la Policía y las autoridades un depredador sexual en serie e incluso “el enemigo público número uno”.
Por un lado cometía presuntamente sus atrocidades, o lo intentaba, siempre que tenía ocasión. Elegía a niñas menudas, les decía frases para ganarse su confianza y las llevaba a un piso o un coche para abusar de ellas.
A dos las narcotizó y al abusar de ellas les causó lesiones importantes. Una de las pequeñas estuvo ingresada más de diez días.
Pero esta profunda perversión -fue condenado a nueve años de prisión por violar a una menor en 1998- la escondía tras un físico musculado y una verdadera obsesión por el gimnasio, dentro de una vida aparentemente normal.
Antonio Ortiz vivía con su madre en un domicilio del distrito de Hortaleza -no lejano de la zona donde supuestamente raptaba a las menores- y tenía novia, amigos e iba mucho al gimnasio.
Además de por su visible musculatura, su pasión por el gimnasio se refleja en varias conversaciones telefónicas incluidas en el sumario, en las que enumera la cantidad de horas que pasa allí, hasta cinco al día, y los diferentes ejercicios que hace.
De hecho, lo primero que hizo cuando en agosto se trasladó de Madrid a Santander, supuestamente para visitar a su familia y ver si le salía un trabajo con su tío, fue apuntarse a un gimnasio.
En el registro del piso de Santander en el que fue detenido se encontró gran cantidad de anabolizantes y esteroides junto a jeriguillas para inyectarse algunas de estas sustancias. También había en el piso en el que vivía con su madre.
No obstante, esta adicción al deporte la compagina con el consumo de porros, y de hecho un día se enfada con su tío porque en un momento determinado le coge dos, según le cuenta por teléfono a su novia.
Ortiz no tiene mucho dinero, según se desprende de conversaciones con sus allegados, a los que les dice que está a la espera de que le salga un trabajo con su tío y que necesita el dinero para irse de la casa de su madre. Tiene 42 años y su situación puede considerarse similar a la de muchos ciudadanos españoles.
De lo que no carece, por lo que alardea por teléfono, es de encanto para ligar con mujeres y acostarse con ellas.
Entre otras conversaciones, a un primo le cuenta, seis días antes de ser arrestado, que ha pasado varias horas con una mujer casada y “mayor”, porque él considera mayores a las de su edad, que le ha dicho que quería acostarse con él.
Dos horas después de esa conversación, llama a su novia y le dice cariñosamente “hola, mi amor”, contándole su día en Santander y por supuesto sin mencionar su relación con la otra mujer.
En los días que Antonio Ortiz está en Santander tiene detalles con su familia, como dejarle el teléfono a su tío para que hable con su abuela, o llamar a esta para interesarse por su estado.
Esta aparente normalidad no despistó a la Policía, que según se refleja en el sumario hizo un ingente trabajo de toma de testimonios, comprobación de teléfonos detectados por las antenas de telefonía en la zona en la que pasaba cada agresión, investigación de coches que podrían haber sido usados en los raptos y de visionado de cámaras.
Tras la agresión del 22 de agosto la víctima aportó bastantes datos de su agresor y del coche en el que ha sido raptada, y además el hombre que la llevaba paró para comprar crema en una tienda cuya dependienta sospechó de él, mientras la cámara de un autobús urbano grabó el vehículo.
Esto, unido al testimonio de otras menores, sobre todo la que dibujó muy certeramente y explicó al detalle cómo la vivienda en la que estuvo, hizo que se cazase al supuesto pederasta
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