Política

Metro de Madrid

Los cien años en Metro de los Navarro

Para conmemorar el centenario del suburbano, LA RAZÓN recoge las vivencias de dos de sus veteranos empleados. Juan, el más antiguo, forma parte de una saga que vio nacer la primera línea y ahora asesora al Metro de Lima; Miguel Ángel Barajas hace un recorrido por su historia vista desde los mandos de uno de los vagones

Juan Navarro trabaja, desde hace 54 años, en la empresa de transportes. Es el más antiguo de la plantilla/JAVIER FDEZ.-LARGO
Juan Navarro trabaja, desde hace 54 años, en la empresa de transportes. Es el más antiguo de la plantilla/JAVIER FDEZ.-LARGOlarazon

El logo de Metro de Madrid siempre ha sido foco de interés. Desde esa primera imagen de 1919, inspirada en el «Underground» de Londres, en la que el rombo ya aparecía como sello identitario hasta el diseño conmemorativo de este año, son muchas las vueltas que se le ha dado a uno de los símbolos más característicos de Madrid. No hay madrileño que no identifique esta figura geométrica con otra cosa que no sea Metro. Y menos aún Juan Navarro, el empleado más veterano del suburbano madrileño y que trabaja justo debajo de uno de estos carteles.

«Lo tengo en mi despacho porque este rediseño nunca llegó a salir. Si te fijas, utiliza una tipografía diferente. Está escrito en mayúsculas», explica el ingeniero que lleva 54 años empleado en la empresa que el 17 de octubre del próximo año cumplirá 100 años. «Fue un intento de rediseño que no salió. Me gustó y lo puse aquí», indica. «En un año, o algo más, cuando me vaya, se lo pasaré a la dirección», indica. Tiene 69 años y, aunque sabe que la jubilación está cerca, no deja de disfrutar cada minuto de su trabajo. «Estoy asesorando al metro de Lima en su construcción de la línea 2, y es una labor que me apasiona. Lo disfruto mucho», reconoce.

Hoy sería algo impensable, pero Juan entró en los talleres de Metro con sólo 14 años. Su padre era uno de sus empleados y, años antes, también lo había sido su abuelo. En ese momento Juan no lo sabía, pero uno de sus hijos también trabaja en el suburbano. Cuatro generaciones que han podido comprobar cómo ha ido cambiando el medio de transporte que, cada día, utilizan dos millones de personas.

«En los años 50 existía un programa en Metro que favorecía a los hijos de los trabajadores, para que ellos también pudieran entrar en la empresa», explica Juan. Así fue como, mientras estudiaba Bachillerato en el instituto Cardenal Cisneros, trabajaba de noche en los talleres. Fueron años duros, ya que después pasó a compaginar su jornada laboral con sus estudios de Ingeniería Aeronáutica. Pero así, se le abrieron nuevas puertas.

Tuvo la oportunidad de entrar en el departamento de estudios y proyectos en 1973. Ya no volvió a los talleres y, con los años de experiencia, fue pasando por diferentes puestos. Estuvo con proyectos de instalación, fue subjefe de estudios, jefe de división... Todo ello, guiado «por muy buenos jefes, que me enseñaron mucho, como Manolo Melis, un gran ingeniero», recuerda. Estuvo seis años como subdirector de obras y puestas en servicio. En la actualidad su labor está más dirigida al asesoramiento. «Metro es un referente a nivel mundial», dice orgulloso. Por ello, tras ayudar a los ingenieros del suburbano de Quito (Ecuador), ahora dirige toda la ayuda que se está prestando en la construcción de la línea 2 del metro de Lima (Perú).

Juan reconoce tener cierto «sentimiento romántico con la empresa». En ella también ha trabajado su tío y dos primas suyas. Los Navarro son toda una institución en la empresa municipal, aunque también reconoce que ha pasado por momentos en los que «quería tirar la toalla, cambiar de trabajo», pero finalmente no daba el paso. «No me compensaba», reconoce.

Rehuye relatar alguna anécdota –«Lo que pasa en Metro, aquí queda»–, pero sabe cómo convencer al madrileño que aún no haya cogido el suburbano. «Le propongo que se suba en la línea 2 un domingo por la mañana y se baje en la estación Banco de España. Sólo la salida le impresionará, cuando vea el edificio de Correos».

Hasta hace poco, Miguel Ángel Barajas podía ser el conductor que le trasladara a usted hasta su puesto de trabajo. Ha estado durante 41 años en la empresa municipal. En su caso, fue su hermana la que le animó a «echar una instancia» en el año 74. «Ella trabajaba de taquillera y vio la oportunidad», recuerda.

Entró a trabajar como jefe de tren y, a los tres meses, ya pasó a ser conductor. «Durante esos años faltaba mucho personal». Aún recuerda que, «mientras hacía el cursillo, la línea 7 llegó a Las Musas». Todo era muy nuevo en esos años de cambios y «muchas de las cosas no las conocían ni los instructores. Era todo una aventura».

Miguel Ángel alaba la modernidad de los nuevos trenes. «No tienen comparación con los que llevábamos nosotros. Los nuestros eran incómodos e inseguros, tanto para los conductores como para los jefes de tren». Eso sí, aún recuerda cómo esa falta de seguridad se terminó tras el accidente de 1978 en la línea 1 en el que hubo 128 heridos, tras la colisión de un tren en marcha con otro que estaba detenido. «Antes teníamos una cabina muy reducida. En el asiento no cabía una persona un poco gruesa o alta, sus piernas chocaban. Hoy, la seguridad es total».

Además de su labor a los mandos de los trenes, Miguel Ángel también es uno de los sindicalistas más veteranos. Estuvo en el comité de empresa durante 12 años. «Siempre ha sido difícil negociar con la empresa, teníamos que presionar», reconoce.

¿Su día a día? «Me levantaba a las cinco de la mañana porque entrábamos a las seis. Lo que peor llevaba eran los turnos partidos. Podías salir a las 11:30 y volver a entrar a las 19:30». Su memoria aún recoge esas primeras «pagas»: «Eran unas 11.000 pesetas mensuales. Lo bueno que tenía trabajar en Metro era la seguridad que te proporcionaba para poder pensar en el futuro». La primera línea que recorrió fue la 5. «Hacía dos vueltas completas al recorrido desde Ciudad Lineal hasta Carabanchel».

Si hay algo que desconocemos los viajeros es el efecto que los túneles tienen en los que se pasan gran parte del día en ellos. «Son muy esclavos y te obligan a forzar la visión. Pasas de la más absoluta oscuridad, al destello de la potente iluminación de las estaciones. Te deslumbra».