Literatura

Arqueología

Sin más detalles de Junia Rufina

Hace veinte años, en el mismo lugar del sepulcro de Junia Rufina, apareció una estatua femenina sin cabeza

Baelo Claudia, en Bolonia / Foto: Efe
Baelo Claudia, en Bolonia / Foto: Efelarazon

Roma legó a la posteridad, entre otras cosas, el derecho, la obra civil, Plinio, Columela y los detalles. Baelo Claudia, la ciudad romana más meridional de Hispania, cerraba el continente del Imperio desde la ensenada de Bolonia, en Tarifa, encajada a la perfección en una semiluna rodeada de dunas y monte y situada al borde del mar. «No eran tontos», acota sonriendo Marta Delgado, una historiadora gaditana que debe de rondar los cuarenta y que presume de yacimiento, con razón, y de sus ciencias, faltaría más.

Entrando por el acueducto, siguiendo la guía de la muralla, se accede a Baelo Claudia por la Puerta de Carteia, eje del «decumanus maximus», la vía que atravesaba la población de este a oeste. Aunque ya es octubre, el calor del mediodía se hace sofocante sobre la calzada. El mar al fondo parece un espejismo. Marta no se deja un detalle mientras explica el complejo arqueológico. «El secreto estuvo en la salsa», añade de remate, refiriéndose al célebre «garum», el motor de la economía baleonense.

El sol sigue apretando. Del templo de Isis, diosa de culto ancestral en esta región del planeta y que los romanos hicieron también suya, se alcanza en unos pocos metros el de Minerva, deidad de la sabiduría y del arte de la guerra. La presencia de la mujer en Roma, cuenta pese a todo Marta, se limitaba «a la nada». Y por eso se convirtió Baelo Claudia en el idílico escenario de una de las noticias del verano. Por eso y por las moscas. El acontecimiento nacional de la última semana de agosto llevaba el nombre de Junia Rufina y, para más señas, fue una mujer rica.

El «garum» fue el detalle que hizo de esta localidad industrial uno de los focos económicos del imperio. Es posible que la señora Junia Rufina sumara haciendas por su destreza en el negocio, ganándose la autoridad en esta localidad que el emperador Claudio hizo municipio (45 d. C.) con los fastos de la recién comenzada era imperial. El atún, como el que puede probarse todavía en algún bar de los alrededores, llegaba a tierra con un caudal que permitía un caño constante de «garum» en ánforas. Aquellas exportaciones pagaron los mármoles y los bronces con los que esta señora erigió un mausoleo tal que a nadie haría dudar de las jerarquías.

La relevancia del hallazgo consistió en haber sido la primera tumba encontrada en la península dedicada a una mujer, no por ser madre o ser esposa, sino por ser ella y sus narices. «En los tiempos que corren», advierte Marta, «la importancia del descubrimiento se hace mayor». El instante es de celebración. Una parte del misterio ha sido al fin resuelto. Hace veinte años, en el mismo lugar donde ha sido encontrado el sepulcro de Junia Rufina, en el eje de coordenadas más noble de la necrópolis, apareció una gran estatua femenina de mármol sin cabeza. «Pues ahora ya tiene nombre», aplaude Javier.

Javier es también gaditano e historiador, y es aficionado a un hábito muy particular: comer y beber como lo hacían en Roma. Javier, en la cocina, es más de la reconstrucción que de la deconstrucción, más romántico que posmoderno. Habla en detalle de los tratados de Columela, el agrónomo local, y de una receta de auténtico «garum» que asegura saber cocinar. «El aceite de oliva es fundamental, también el orégano, más de lo que la gente puede imaginar», explica. También sabe dónde beber vino de la época, dice, «rugoso y... de entonces», resume.

Una visita juvenil a Nápoles, a los restos de Pompeya y Herculano, fue la fuente de inspiración de sus inclinaciones, comenta Javier, que siente una bendición disponer de Baelo Claudia, de otro Plinio y de otro Vesubio casi sin moverse de casa. En el siglo IV, un terremoto acabó de golpe con el esplendor y el bullicio baleonenses. En el detalle está la paradoja: como en Pompeya, las fuerzas telúricas que sepultaron la ciudad permitieron la asombrosa conservación del mausoleo de Junia Rufina, la gran señora baleonense.

Si no hubiese sido por la posición en la que quedó la tumba, bocabajo e inalcanzable a la mano humana, el expolio habría sido implacable. «La naturaleza obró el milagro», reconoce Javier. La intacta inscripción de bronce, la columna y los capiteles, materiales de importación; un retablo de lujo, quizá un lejano antecedente del neobarroco provinciano. «Yo no me atrevería a especular tanto», sonríe el historiador y gastrónomo, como celebrando los restos de enigmas de Junia Rufina.