Biografía de la capital

El “Madrid” de Andrés Trapiello: carta de amor a una ciudad

El escritor arma una de las más apasionadas crónicas de la historia de la capital. Y es optimista de cara al futuro: «Madrid saldrá de esta con una de las frases que más se ha repetido aquí desde Felipe II: «Hay que tirar pa’lante»

Entrevista al escritor Andrés Trapiello, por su libro "Madrid".
Entrevista al escritor Andrés Trapiello, por su libro "Madrid".Jesús G. FeriaLa Razon

Me da a mí que Andrés Trapiello se enamoró de Madrid incluso antes de poner un pie en ella y que, ya una vez consumada una relación estable desde 1971, venido desde León, es un amante contumaz. Y como todos ellos, a veces es devoto, otras gruñón, las más de las ocasiones generoso en el afecto que le ofrece la belleza y la personalidad de la ciudad y de sus gentes y, de tanto en tanto, puede que le dé un arrebato de escasa duración y se le pase por la cabeza coger las maletas e irse a otro lugar. Él mismo lo escribe en el prólogo de «Madrid» (Destino), una apasionada y apasionante crónica de amor a la ciudad. «A menudo oímos: “No sé cómo podéis vivir en Madrid’'. Y llevan razón. Yo tampoco me lo explico. Pero si puedo, nunca me iré de esta casa ni de este barrio».

Este volumen tiene una mixtura apasionante para el lector ya que une, mezcla y revuelve la biografía de Madrid y la autobiografía de Trapiello de forma, aparentemente alborotada, pero plena de lógica. Aunque el autor precisa: «Hay mucha autobiografía, cierto, pero es sobre todo la biografía de Madrid, su vida a lo largo de los siglos, las casas, las gentes, las calles, los barrios altos y bajos... En cierto modo, el libro es como esta ciudad: una mezcla. Aquí todo está un poco amontonado».

«Pueblo grande y revuelto» decía Galdós. Claro que la vida acaba siempre armonizándolo todo y Madrid acaba siendo un poco menos pueblo de lo que parece y más organizado de lo que está. El libro es eso: una novela que es real y una realidad un tanto fabulada.

En el quinto capítulo, titulado «Los dos ’'côtes’' de Madrid», habla y se enseñorea con dos emplazamientos que son parte sustancial del pálpito de la ciudad: la Plaza Mayor y el Palacio Real, al que alaba no tanto por su arquitectura como por su emplazamiento. ¿Por qué tiene esa ligazón con ellos de visitante recalcitrante? «La Plaza Mayor es una maravilla, lo más metafísico de la ciudad. No tiene ni principio ni fin. Es como el Monasterio de El Escorial, claro que, para fuera, sin su ensimismamiento, ya que la Plaza Mayor es pura vida, llena de gente que va y que viene, va buscando cosas y se queda un rato allí», comenta.

En contraposición está el Palacio Real, «que es pompa y circunstancia. Cuando Isabel II visitó oficialmente España y acudió a la cena de gala que le daban en su honor los Reyes, le comentó a su esposo por lo bajinis (alguien lo oyó, porque en Madrid siempre hay cerca alguien que oye esas cosas): “Oye, esto es mejor que Buckingham”. El Palacio Real nos recuerda que Madrid es Europa como Londres, París, Berlín o Estocolmo».

En el libro no podía faltar El Rastro, un lugar que describe como «uno de los más deslucidos de Madrid».

«Yo lo encuentro muy bonito. Ya sé que no lo es, pero me lo parece con sus casas mal encaradas, torcidas, sucias». A él le dedicó «El Rastro. Historia, teoría y práctica» publicado en 2018 también por Destino. No falta ni un domingo desde hace 40 años. Allí se plantaba a las siete y media de la mañana... menos en los últimos meses en los que, a causa de la pandemia, se le arrebató este divertimento, casi antropológico, donde se reencontraba con una parte de la ciudad que parece de otro siglo, que lo es, y que para algunos ha perdido su identidad en el XXI, opinión más que subjetiva e inexacta viendo el revuelo que se levantó cuando volvió a abrir, eso sí, con restricciones.

«Ha sido una desgracia para los que tienen allí sus negocios y no se va a arreglar del todo hasta que no pase la pandemia porque El Rastro es un comercio de tacto y de contacto los unos con los otros. Allí se va a ver y a tocar lo que se compra y se hace a menudo entre apreturas improvisadas como siempre que uno se encuentra con oportunidades, tesoros y gangas. Al Rastro hay que mimarle. Sería un crimen que desapareciese porque allí, cada domingo, sucede algo muy importante: la resurrección de una parte de la ciudad representada en sus despojos, a los que se le devuelve a la vida mediante un rito secular: el regateo, que se ha perfeccionado a lo largo de los siglos», comenta.

En su catálogo de las calles de Madrid, abunda en nombres que se han quedado en el olvido, otros que han sustituidos a otros que, a su vez, ya tomaron la calle para bautizarla con su nombre... y suma y sigue el baile de nombres y apellidos. Trapiello precisa que «hay nombres muy bonitos que por fortuna no se los han cargado los alcaldes para dárselos a cualquier político o colega. Pero, entre todas, el que yo prefiero es Válgame Dios. Es corta, sin tráfico, en la que vivió el pintor Rosales y en la que tuvo Antonio Machado a una mujer que le ayudó a sobrellevar su soledad. Hablo de ella en un poema».

El escritor, no es que sea imprevisible, o tal vez, pero desarma al lector cuando sin dejar de nombrar a las grandes pinacotecas, cuyos nombres muchos saben de memoria sin haberlas visitado –que pasa mucho, más de lo que nos creemos, porque siempre hay algún impostor con indumentaria de cultureta que habla de oídas de exposiciones y cuadros que no ha visto ni de lejos– le dedica unas líneas al Museo Romántico, sito en la calle San Mateo. Lo que más le seduce era su nombre, que ya no es tal, puesto que ahora se llama Museo del Romanticismo. «Hace diez o quince años lo denominaron así y se cargaron la mitad de su viejo encanto. Si estuviera en mi mano, le devolvería su antigua denominación, como devolvería su nombre a muchas de las calles a las que se lo despojaron por una especie de simonía municipal». Dicho de otra forma, según la RAE: «por una compra o venta deliberada de cosas espirituales». Para el común de los mortales, por capricho arbitrario envuelto en el envoltorio de una ideología.

Amigo de los cafés y de las tertulias, «Madrid» recuerda algunas históricas antes de la Guerra Civil, en la postguerra y aún ahora. Él no elige el lugar, pero sí los afectos. «El café que quede más cerca de la amistad. El de la esquina. Aquí se está bien en todas partes».

No se puede dar por finiquitada una conversación, aunque sea por la correspondencia a veces engorrosa del correo electrónico, sin hablar de la pandemia, a la que cita en el prólogo. En él, describe a Madrid durante los meses de confinamiento como una «ciudad fantasma, casi toda su población recluida en sus casas, día y noche, atemorizada y angustiada». Sin dejar de ser realista, Trapiello es optimista: «Madrid ha salido antes de muchas pandemias, hambrunas, guerras y postguerras. Y saldrá de esta con una de las frases que más se ha repetido aquí desde Felipe II (no olvide que tres de cuatro madrileños son de fuera): ’'Hay que tirar pa’lante’'».