Decorados de la película de Wes Anderson en Chinchón

Hollywood vuelve a la tierra del ajo: Wes Anderson toma Chinchón

La llegada de Scarlett Johansson y Tom Hanks ha sacudido la paz de Chinchón, que ya acogió en el pasado a estrellas como John Wayne y Orson Welles

Traspasar el umbral de las Cuevas del Vino de Chinchón es contemplar un retazo de fogones de otros tiempos, un mesón añejo cuajado de tinajas, robustas vigas y manteles de cuadros por cuya puerta pueden asomar en cualquier momento Curro Jiménez y su cuadrilla pidiendo lo suyo, ración doble para «El Algarrobo». No en vano allí está estampada la firma de Sancho Gracia junto a la de otros muchos célebres visitantes.

Ahora, un pueblo que es ya por sí mismo un decorado natural está alterado desde hace días por otro rodaje acorde con aquellos que lo llevaron a lo más alto del cine.

Vista general de la Plaza Mayor de Chinchón
Vista general de la Plaza Mayor de ChinchónRodrigo JiménezAgencia EFE

El bullicio, no obstante, esta vez se encuentra apartado del centro. A media tarde, entre semana, la Plaza Mayor respira tranquilidad, con escasas mesas ocupadas en el hueco libre que ha dejado la instalación de la plaza de toros portátil para los recientes festejos. «Los del rodaje se pasan el día en los decorados, y salen por la noche», comentan a la hora del café dos amigas que parecen al tanto de todo lo que se cuece. Entre quienes discurren la jornada en unos campos a las afueras, en los llamativos decorados que se ven desde la carretera que lleva a Colmenar de Oreja, se encuentran nombres que han hecho taquilla a escala mundial: Tom Hanks, Scarlett Johansson, Bill Murray, Bryan Cranston, Margot Robbie... junto a centenares de extras locales caracterizados a las órdenes del director, el peculiar Wes Anderson, que se mueve con un buggie por los alrededores.

«Por doce horas cobran 90 euros, a 7,50 la hora...», comenta el dúo de amigas, que saben de una conocida a la que «le han dado tres trajes» para completar su figuración.

Mariela Frutos, hija de Justo, dueño del restaurante La Columna, situado en una esquina de la plaza, dice haber oído que «pagan bien», y se muestra encantada. «Creo que algo así es beneficioso para Chinchón, porque se habla del pueblo y atrae más turismo». Ella certifica que los miembros del rodaje, «muy amables», salen por la noche a cenar, pero las estrellas «no se dejan ver».

Detalle de algunos decorados instalados en Chinchón
Detalle de algunos decorados instalados en ChinchónRodrigo JiménezAgencia EFE

Menos entusiasmo muestra otra mujer que no quiere dar su nombre, pero que ha visto afectado uno de sus negocios en la localidad. «Hay enfado porque es un incordio para algunos clientes, a los que ponen trabas para aparcar, por ejemplo». Dice que no les falta «público» pero para ella «en general es contraproducente». Sobre el alojamiento de las estrellas de la película en el Parador y la lógica expectación es escéptica con los curiosos. «No les van a ver, entran y salen por sitios diferentes», asegura. Y apunta que «a las 6:30 de la mañana ya están rodando».

El Parador de Chinchón, uno de los más señalados de la extensa red, se encuentra blindado. Nieves Montisi, su directora, es clara y concisa cuando le hablamos de «la película». «Sobre el rodaje no le puedo informar de nada», zanja. Otras fuentes certifican que el establecimiento «está reservado en exclusividad hasta el 1 de diciembre». En la puerta hay un encargado de atajar el paso con unas breves palabras a quien se acerca. Detrás de él, a ambos lados de la entrada al antiguo convento agustino hay dos buggies, como los que usa Wes Anderson. Con semejante secretismo –hay cláusulas de confidencialidad de por medio– es difícil saber quién se queda con la habitación 140, la joya de la corona del recinto. Por galones en el estrellato es fácil pensar que sea Scarlett Johansson su inquilina, pues cuesta imaginar a Tom Hanks disputando el habitáculo, coronado por una bóveda de más de 7 metros de altura.

Entrada al Parador de Chinchón en el que se hospedan los actores y actrices
Entrada al Parador de Chinchón en el que se hospedan los actores y actricesCipriano Pastrano DelgadoLa Raz—n

Precisamente frente al Parador está la tienda de moda Pippa, propiedad de Rosa, que dice «no haber notado diferencia» por el momento que vive el pueblo, aunque ha visto «público diferente» que le resulta «interesante». Asegura que a su negocio no le afecta «como a otros», aunque «no viene gente de fuera porque están todos los alojamientos ocupados». Con el local lleno afirma que, pese a su ubicación, «no ha visto nada».

Sobre el impacto que va a tener la parafernalia de Hollywood en Chinchón puede haber diversidad de opiniones, pero su alcalde, Francisco Javier Martínez Mayor, ha calculado en cerca de tres millones de euros el beneficio económico, repartido entre alojamientos, comida, extras, cátering a cargo de restaurantes locales y otras empresas, seguridad y alquiler de los terrenos. Los afamados ajos, los viñedos y los melonares han dejado paso a un futurista set de acción.

Es una nueva oportunidad para que algunos vecinos rememoren su huella en el celuloide de otros tiempos. Es el caso del padre de Mariela, Justo Frutos, que siendo un jovencito fue extra en «El fabuloso mundo del circo» (1964), con John Wayne, Rita Haywort y Claudia Cardinale a las órdenes de Henry Hathaway y la impronta de Samuel Bronston en la producción. Un rodaje que fue un pelotazo entre la población local, empleada para figuración de indios y vaqueros, ellos, y coquetas y elegantes señoritas de época, ellas, recuerdos conservados en fotografías en blanco y negro que hoy serán capturados a través de teléfonos móviles.

Aunque nada como el festival de extras, nada menos que 7.000, necesarios para dar empaque al sermón de la montaña que Nicholas Ray reprodujo entre los olivares chinchonenses con Jeffrey Hunter, aquel Jesucristo muerto de forma prematura a los 42 años que dejó su sello en «Rey de Reyes» (1961).

Mario Moreno, «Cantinflas», hizo lo propio en «La vuelta al Mundo en 80 días» (1956), con David Niven y Luis Miguel Dominguín.

Pero el paso de las cámaras fue especialmente intenso en el caso de Orson Welles, que eligió Chinchón para «Campanadas a medianoche» (1965) y «Una historia inmortal» (1968), donde reprodujo Macao y dejó sin chinos los restaurantes orientales de Madrid. Un devoto Welles, por cierto, de las Cuevas del Vino, donde repetía indefectiblemente el mismo menú: judías chinchoneras y lomo alto a la parrilla, de doble peso y apenas hecho, que remataba con un enorme puro.

Otro que no perdonaba la carne del mesón era Yul Brynner, durante el rodaje de «Los siete magníficos» (1960), pero con el añadido de que era él mismo quien se preparaba la pieza a la parrilla.

Y hablando de Chinchón y de cine no puede dejar de nombrarse a su hijo más famoso, José Sacristán, que estuvo acompañado en las Cuevas del Vino por Carmen Sevilla en «Sex o no sex» (1974) en aquella escena memorable en la que ella mutaba en apetecible cochinillo dentro de una cazuela de barro.

El director Wes Anderson en Cannes
El director Wes Anderson en CannesIAN LANGSDONAgencia EFE

Wes Anderson, un «bicho raro» en la industria

por J. V. Echagüe

Quizá en Hollywood no son todavía conscientes, pero pueden presumir de contar con aquello que llevan años buscando: su propio «Almodóvar». Ese tipo de voz tan rompedora, original y personal a la cual basta prestar atención por espacio de cinco segundos para identificarla. Aunque se sepa poco del proyecto, que a nadie le quepa duda: como el resto de su filmografía, «La crónica francesa» será cien por cien Wes Anderson. Una rara avis en la industria y un patrimonio a proteger en estos tiempos donde el marketing prima sobre la creatividad. Un cruce imposible entre aquellas comedias gamberras de los Hermanos Farrelly y la «nouvelle vague» francesa. Un tipo que, después de conseguir su consagración académica con «El Gran hotel Budapest» (2014), ganadora de cuatro Oscars, puede permitirse el lujo de guardar silencio varios años y regresar con una película protagonizada por canes japoneses de plastilina, «Isla de perros» (2018). Desde su debut con «Ladrón no roba a ladrón» (1996), y pasando por su primer gran éxito, «Los Tenenbaums, una familia de genios» (2001), la suya conforma una filmografía única e insobornable, en la que fondo y forma se conjugan de forma armoniosa: desde su obsesión por las simetrías y el innovador uso de maquetas, hasta un sentido del humor, más que seco, amargo, fiel reflejo de unos personajes en perpetua crisis que, como el propio Anderson, no acaban de encajar en este mundo. Como no podía ser de otro modo, no es un fenómeno de masas, pero el que «pica» con su cine, acaba entregado de forma fiel.