Educación

La Escuela Ucraniana, el refugio madrileño

Cada sábado, las instalaciones del IES Cervantes se convierten en el único centro en España homologado por el Gobierno de Zelenski que sigue el currículo ucraniano. El número de nuevos alumnos se ha disparado en las últimas semanas

Una clase en el centro de Madrid
Una clase en el centro de MadridCipriano Pastrano DelgadoLa Raz—n

Es sábado y el Instituto de Educación Secundaria Cervantes, situado en la madrileña plaza de Embajadores, tiene más revuelo de lo habitual en un día no lectivo. En las instalaciones donde dio clase Antonio Machado y en las que se han formado destacados políticos, como Enrique Tierno Galván, Leopoldo Calvo Sotelo, dibujantes como Forges o directores de cine como José Luis Garci, entre otros muchas personas ilustres, los sábados, desde las 9:10 de la mañana y hasta las 13:45 horas suena una campana cada 45 minutos que agita una bedel y que anuncia el cambio de clase en la escuela ucraniana en Madrid que lleva por nombre «Generación nueva».

Desde hace diez años, todos los sábados las instalaciones de uno de los institutos más ilustres de Madrid se convierten en una escuela como las que podríamos encontrar en cualquier ciudad del país de la Europa oriental. Y es que este centro académico, donde solo se habla ucraniano, es el único de España en el que cualquier alumno puede recibir formación homologada por el Gobierno de Zelenski. «Además de lo que los niños aprenden en los colegios españoles, aquí se imparte un currículo similar al que recibe cualquier alumno ucraniano en asignaturas como Geografía, Historia y Literatura desde Primaria hasta segundo de Bachillerato, además del aprendizaje del idioma», explica Lyudmyla Shchyhel, una de las profesoras. Lyudmyla se dedicó a la docencia durante una década en Ucrania y hace veinte años que reside en España. En su día a día cuida a dos personas mayores por la mañana; por la tarde es empleada del Hipercor y los sábados por la mañana ejerce de lo que realmente ha estudiado. La docencia se convierte para ella en un voluntariado y es entonces cuando dedica su tiempo a ilustrar a los alumnos sobre autores como Moysey Fishbein, Hyuri Andrukhovych o Taras Schevchenco, uno de los visionarios de la Ucrania moderna de los que nada se dice en las aulas españolas y forman parte del acervo cultural del país.

Anastasia (17 años) y Nicoleta (13) junto a sus padres, que acaban de llegar de Kiev
Anastasia (17 años) y Nicoleta (13) junto a sus padres, que acaban de llegar de KievCipriano Pastrano DelgadoLa Raz—n

Son las 8:45 de la mañana y empiezan a llegar madres, abuelas y tías con niños de la mano de todas las edades. Es un día para celebrar y algunas de las niñas aparecen ataviadas con la vyshvanka, una blusa de bordados de colores típica ucraniana.

Hoy es el primer día de Estanislao, de 14 años. Ha llegado con su madre Tatiana y su tía Inés, que lleva ya varios años viviendo en Getafe y los ha acogido en su casa desde su llegada de Ternópil, hace una semana escasa. No es precisamente uno de los lugares más conflictivos, pero su hermano se ha quedado luchando y su cuñada sentía preocupación por el niño, que vive asustado entre el ulular diario y estridente de las sirenas que recuerdan el conflicto. «Antes había venido a España de vacaciones, pero ahora está en mi casa por un motivo diferente. Siento que está traumatizado porque vivo cerca de la Base aérea de Getafe y cuando Estanislao escucha el paso de los aviones, se queda aterrorizado. Incluso tiene miedo de dormirse y pasa las noches en vela ¡Es una pena!», lamenta.

Inés dice que se va a hacer cargo de su sobrino porque su cuñada quiere volver a Ucrania. Y no solo por su marido, «piensa que es su tierra, donde ha nacido y no quiere que nada ni nadie la saque de allí. Así piensan muchos de mis familiares». Pero la madre de Estanislao le ha traído, junto a su cuñada, a la escuela Ucraniana «Generación Nueva» desde Getafe «no solo porque es la manera de que tenga más amigos, hable su propio idioma y se distraiga, sino porque para construir la nueva Ucrania necesitamos gente formada e inteligente».

Artem (5 años), junto a su madre, Marina, y su abuela Anna
Artem (5 años), junto a su madre, Marina, y su abuela AnnaCipriano Pastrano DelgadoLa Raz—n

Como Estanislao llega hoy también, por primera vez, Artem, de 5 años, junto a su madre, Marina. Salieron huyendo de Chernivtsí y Anna, su abuela, afincada en España desde hace diez años y casada con un español, acudió a Varsovia en su auxilio.

Artem se abraza a su madre llorando cuando una profesora invita a los niños a que entren a las clases. «Mi hija no quiere vivir aquí, pero cuando estalló el conflicto la dije que se tenía que venir. El niño sentía mucho miedo, vivía asustado con el sonido de las sirenas, así que mi marido y yo fuimos hasta Polonia a recogerles. Mi hija se enteró de que existía esta escuela y hemos venido hasta aquí para que el niño al menos pueda hablar con otros en su misma lengua y pueda sentirse seguro». Anna cuenta que su hija y su nieto se comunican a diario con su padre, de manera muy breve. «Siempre dice que está bien». ¿Y dónde se encuentra ahora luchando el padre de Artem?, preguntamos. «Tienen prohibido decir donde están», comenta Anna. No puede evitar darle vueltas a la situación de su nieto, que tanto le preocupa, mientras espera a que su hija salga de la reunión de padres, con la directora y el fundador de la escuela, que se está celebrando en un aula contigua donde se explican las normas de funcionamiento de la nueva escuela en la que acaban de matricular a sus hijos.

«Creo que mi nieto sufre un trastorno de estrés postraumático por la guerra porque no hace más que dibujar escenas violentas, dice que va a matar a los rusos y que quiere ayudar a su padre». De hecho, Artem no se separa de un paraguas con el mango en forma de escopeta.

También es el primer día para Anastasia (17 años) y Nicoleta (13), que han llegado con sus padres, Katherina y Andri, desde Kiev. Andri teletrabaja como programador y eso les ha permitido alquilarse un piso en el madrileño barrio de Lavapiés e iniciar una nueva vida de forma inesperada en la capital a la espera de un futuro incierto. Anastasia, de hecho, espera poder matricularse en la universidad para poder estudiar Psicología, pero ahora su prioridad es aprender español para poder continuar con sus estudios.

Quien no encuentra descanso es Iván Khorosh ante la llegada de una número inusualmente alto de alumnos en tan solo un día. Solo hoy se han matriculado treinta nuevos y la semana pasada ocurrió algo similar. Así, desde que estalló el conflicto, el número de alumnos se ha disparado hasta llegar al centenar. Son ya una docena los profesores acreditados por el Gobierno de Ucrania que imparten clases y acaban de fichar a una psicóloga que ayuda a los nuevos alumnos en su adaptación. «La situación es dura porque el otro día un niño escuchó un ruido fuerte e inmediatamente se tiró al suelo, luego supimos que venía de una de las zonas más hostiles del conflicto y que había estado una semana encerrado sin salir en el sótano de una casa». Iván, obrero de la construcción y mecánico en su país de origen, llegó a España a los 25 años y decidió fundar el colegio «para ayudar a los niños a adaptarse a España y mantener nuestras culturas y tradiciones. De hecho, se dan clases hasta de bailes típicos de Ucrania. Ahora, sobre todo, queremos tranquilizar a los niños y hacerles saber que aquí pueden vivir en paz».

Mientras los niños continúan con las clases, una precavida bedel ha decidido cerrar una de las puertas principales de acceso al centro como medida de precaución porque la semana pasada se escapó un niño ucraniano recién llegado. «Se desorientó y llegó hasta Atocha, pero luego regresó al centro por su propio pie. ¡Menudo susto para su madre de acogida», recuerda aún con desasosiego.