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Refugiados

Diomid, el niño ucraniano de tres años que se ha enfrentado a un trasplante, una guerra y un exilio

Tras seis días en el sótano de un hospital en Kiev, este niño de tres años llegó a Madrid con su familia para recibir tratamiento en el Marañón. «Fue difícil. No es fácil dejar tu patria. Al escuchar un avión aquí, tengo miedo», asegura su madre

Diomid con su madre Katarina en su habitación del Hospital Gregorio Marañón de Madrid
Diomid con su madre Katarina en su habitación del Hospital Gregorio Marañón de MadridHGMfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@7594fd9f

Como cualquier niño de su edad, cuando Diomid se subió hace una semana a un avión militar, alucinó. Como el resto de pequeños que le acompañaron en esta aventura que conectó Cracovia con Madrid. No tanto su madre: «Ellos estaban encantados. Nosotras sólo teníamos miedo», reconoce Katarina. Atrás quedaba un largo viaje desde Kiev rumbo a la frontera con Polonia. Y antes de eso, seis días escondidos en el refugio de un hospital de la capital ucraniana sin poder recibir el tratamiento que requiere la grave enfermedad que sufre desde que nació. Diomid tiene sólo tres años, pero podría dar varios máster sobre qué significa sobrevivir.

Diomid, en su habitación del Hospital Gregorio Marañón
Diomid, en su habitación del Hospital Gregorio MarañónHospital Gregorio MarañónHospital Gregorio Marañón

Forma parte del grupo de treinta niños con cáncer y graves patologías que llegaron a España el pasado viernes dentro del operativo organizado por el Ministerio de Defensa. La Consejería de Sanidad dispuso que cuatro hospitales se hicieran cargo de la atención de estos niños. Él, en concreto, es uno de los cinco atendidos en la Unidad de Oncohematología Pediátrica de este hospital madrileño. Aquí se habilitó un circuito especial para recibir a los cinco niños y sus familias, realizar todas las pruebas pertinentes y hacer una valoración del estado de salud de los pequeños. Cuatro de ellos reciben atención ambulatoria, pero Diomid tuvo que quedarse ingresado por padecer una enfermedad más complicada que sus compañeros. Se llama inmunodeficiencia combinada severa. Recibió hace pocos meses un trasplante de médula. Unas circunstancias en las que necesita altas dosis de medicación inmunosupresora de la que se derivan complicaciones que precisan una asistencia constante de diversas especialidades médicas.

Diomid pisó suelo de Madrid acompañado de sus padres y de su hermano. Dejaban atrás la guerra y al resto de su familia. Su madre, Katarina, reconoce que fue una decisión «dura y difícil». Pero no quedaba elección. Hasta que la guerra de un tirano les cambió la vida, esta familia residía en Zaporiyia. Y viajaban de forma recurrente a Kiev para recibir su tratamiento. Allí les sorprendió la invasión rusa. Con el inicio de los ataques, justo cuando las sirenas antiaéreas comenzaron a sonar, el personal sanitario les condujo al refugio, en los sótanos del hospital. Comenzó entonces lo peor. Seis días en los que la situación empeoraba cada hora. Se terminaron los tratamientos con células madre que Diomid necesitaba. Sólo podía recibir medicación por vía oral. Se acabaron también las pruebas analíticas y los fármacos inyectables. Había una única opción: salir del país. Una organización no gubernamental estaba organizando un viaje en autobús para los pequeños más graves. Diomid era un candidato claro. «Estábamos casi sin tratamiento. Fue muy difícil. No es tan fácil dejar tu patria. Lo más duro es que estamos lejos. Pensábamos que íbamos a quedarnos en Polonia o en algún lugar más cercano a Ucrania, no tan lejos», recuerda Katarina. Otros niños enfermos no tuvieron más remedio que quedarse en Kiev. Según el relato de la madre, el lugar en el que permanecen estos pequeños no ha sido, al menos por el momento, objetivo de los ataques rusos: «Todo alrededor está muy mal, menos ellos. Allí todavía no bombardearon muy fuerte. Cuando suenan las alarmas, bajan al refugio».

Diomid, en su habitación del Hospital Gregorio Marañón
Diomid, en su habitación del Hospital Gregorio MarañónHospital Gregorio MarañónHospital Gregorio Marañón

Ahora, en su habitación del Gregorio Marañón, Diomid trata, entre visitas médicas, pruebas y análisis, de descansar y de jugar con las piezas de construcción que le apasionan. Su situación es estable y las pruebas a las que está siendo sometido buscan ajustar su tratamiento para poder mejorar el diagnóstico. Su estado anímico, aseguran los sanitarios que le tratan, es bueno. Y se divierte con las primeras palabras en español que ha aprendido: hola y adiós. Mientras, su padre y su hermano permanecen en un hotel con otros niños pacientes oncológicos. «Se le ingresó para realizarle una evaluación general de la enfermedad y ajustar la medicación. Son muchos especialistas que le han valorado en poco tiempo. La familia es súper amable y están muy agradecidos y contentos de estar aquí. Además, nos ha ayudado mucho tener un intérprete presencial todas las mañanas y haber logrado que todos sus informes se tradujeran al inglés. Ahora tenemos que seguir lo que habían empezado en Ucrania y ayudar», asegura la oncóloga pediátrica Cristina Beléndez.

A pesar de toda la destrucción que esta familia ha dejado tras sus pasos, Katarina contempla el futuro con algo de optimismo: «Van a aplicarle un nuevo tratamiento. Tengo esperanza y confianza en ello». Ese sentimiento, sin embargo, no le impide ser consciente de lo que sucede día tras día en su país. Ni dejar de revivir los fantasmas y el horror cotidiano de hace sólo una semana: «El otro día, aquí en Madrid, me entró miedo al ver pasar un avión. Veo las noticias y no estoy tranquila. Me gustaría lanzar un mensaje a mi familia. Que les quiero mucho y les echo mucho de menos. Y a las personas que están en refugios, les diría que no tengan miedo, que pueden salir y serán bien recibidos aquí».

Diomid, en su habitación del Hospital Gregorio Marañón
Diomid, en su habitación del Hospital Gregorio MarañónHospital Gregorio MarañónHospital Gregorio Marañón