Opinión

Adiós a las mascarillas

Gente con y sin mascarillas en las calles de Madrid.
Gente con y sin mascarillas en las calles de Madrid.Alberto R. RoldánLa Razón

El gobierno anuncia un periodo de sorpresas al retirar el uso obligatorio de las mascarillas. Hemos completado dos años de embozamientos y misterios faciales y ahora vamos a descubrir con quien hemos convivido en la oficina o andábamos de palique en el ascensor, lo que augura unas semanas repletas de desencantos y fiascos. Los hombres vivimos de idealismos, que es el aire con el que vamos oxigenando los días y aliviándonos de las saturaciones laborales que entoñan el ánimo. Durante este tiempo, nos hemos habituado a improvisar para los demás la sonrisa que no veíamos, pero que mejor nos concordaba para completar todos esos semblantes que ya venían de casa recortados por la careta higiénica. La culpa es de la imaginación, que tiende a superlativos y a mejorar la naturaleza, que siempre es más parca y decepcionante que las proyecciones de las fantasías.

“Vamos a descubrir que el camarero que nos servía el café del desayuno o la chica de la oficina que adivinábamos que nos sonreía no obedece al retrato leonardesco que nos habíamos prefigurado”

Tenemos un cerebro cableado para reconocer caras donde solo existen manchas y desórdenes, eso que los científicos denominan pareidolia, y que a nuestros ancestros homo les ayudaba a entrever amenazas en las junglas de nuestros orígenes. Un sentido de supervivencia que, en esta epidemia, abundante en ocultaciones, nos ha servido para regatear la mascarilla quirúrgica con ensoñaciones improbables. Muchos habrán sustentado ilusiones equivocadas proyectando rostros inexistentes detrás de la FFP2 y esta semana vamos a descubrir que el camarero que nos servía el café del desayuno o la chica de la oficina que adivinábamos que nos sonreía no obedece al retrato leonardesco que nos habíamos prefigurado en los cielos de nuestra invención. El hombre continúa siendo una criatura de espíritu ingenuo, que, en contra de los dictámenes de la lógica, persiste en alimentarse de anhelos y esperanzas, aunque sepa, desde el amanecer de la inteligencia, que la realidad siempre va a desmentir sus más delicadas esperanzas.