Opinión

Una vida a raquetazos

El tenista Carlos Alcaraz
El tenista Carlos AlcarazERIK S. LESSERAgencia EFE

Escucho su nombre durante una cena. Todavía no ha ganado nada, pero se menciona con el entusiasmo que empaña a las futuras adoraciones o que se reserva para esos individuos que están destinados a dar esperanza. Veo a peña que corre a diario hacia ninguna parte y fulanos que piden cuatro botellas en un almuerzo donde bastaría con una sola. Hay gente que, después de diez horas en un currelo que aprecia lo mismo que el chicle que mastica, su único aliciente es contemplar el cartelón de Blanca Suárez que pende de la fachada de El Corte Inglés durante el rutinario trayecto de vuelta a casa. La gente necesita héroes, tipos que aporten a sus jornadas la energía de un suplemento vitamínico y un grado de emoción que supere el tenue temblor que nos invade al enviar un email al jefe. Alguien, a poder ser, que no esté hecho de los cueros alucinados de un Don Quijote y no necesite caminar descalzo sobre una alfombra de vidrios, como Bruce Willis en la primera de la Jungla de Cristal. Cuando Carlos Alcaraz ganó el masters 1000 de Miami, rompiendo un récord de Djokovic, un fulano que despierta la misma empatía que un tapacubos, hubo muchos que lo celebraron. Los escudos de los Barças y otros tantos Atléticos están demasiado sudados, muy lavados por tantas horas futboleras. Los espectadores necesitan otro Burt Lancaster, un John Wayne que reemplace a Nadal, un tenista que ha logrado que la tensión de su tenis no descanse en su juego, sino en si su próxima lesión le permitirá acabar el torneo. Carlos Alcaraz, si no lo malogra la fama y la Prensa deportiva, puede convertirse en esa persona que prolongue las tardes de domingo y nos haga creer, por un instante, que el día siguiente no es de nuevo lunes.